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Abril, 2179

Ese 26 de abril, Mina, Mathew y yo nos entreteníamos jugando a pillarnos. Disfrutábamos del sol y la brisa primaverales en un prado que justo acababa de florecer un par de semanas atrás, algo apartado de la aldea. Cuando el ataque comenzó no nos dimos cuenta hasta después de una hora.
-Hermanita -me llamó Mina, una vez dejamos de correr para recobrar el aliento. Un día cualquiera comenzó a nombrarme así, y a ambas nos gustó cómo sonaba-. ¿Cuándo comenzará a crecerte la panza?
Reí sonoramente, porque la palabra panza sonaba muy graciosa en su boquita, y porque me repetía la misma pregunta cada semana.
No logré contestarle. La vocecita de Matty, el más pequeño de los Wolfson, de seis añitos, se me adelantó.
-Muy pronto. A partir de los tres meses se hace más grande, porque el bebé empieza a crecer rápidamente.
Matty nunca dejaba de sorprenderme. No había conocido niño alguno que poseyera tanto intelecto y un vocabulario tan desarroyado como él. Era un genio. Era un pequeño muy inteligente, así como reservado y tímido. Volteó su cabecita para mirarme expectante.
-¿No es así?
-Así es -contesté-.
Toqué mi vientre con ternura. Esos tres meses fueron insoportables. Náuseas y vómitos; dolores de espalda que irían a peor; agotamiento. No obstante, me mantuve fuerte y feliz. Iba a tener un hijo con la persona que más amaba, Joah. Este sufrimiento momentáneo valdrá la pena, pensé.
Era extraño que hubiese tardado tres meses en concebir, ya que desde ese remoto día de septiembre en que mi novio y yo hicimos el amor por primera vez, se hizo rutina y cada noche me esperaba en mi alcoba. Y yo dejaba la ventana abierta a cada atardecer.
Ya no era necesario que entrara a hurtadillas. Toda la aldea era consciente de mi embarazo, y de quién era el padre. Aunque no suponía gran esfuerzo el adivinarlo.
-¿Y tienes ganas de casarte? -insistió Mina-.
La boda. Esa boda que se celebraría en un mes.
-No te gustan las bodas -confirmó Matty. Nunca se lo había dicho; sin embargo, el chico era un prodigio observando las cosas-.
-No me gustaban, pero lo mejor para una futura familia es que los amantes se casen y consagren su vínculo ante Dios, y sean bendecidos. Es un paso importante en nuestras vidas.
Mathew asintió sin emitir palabra alguna.
Después de unos cuantos juegos más nos dirigimos de vuelta de la mano a nuestro hogar.
A alredor de un kilómetro y medio percibimos gritos. Algo no andaba nada bien. Nos acercamos corriendo y lo que vimos me encogió el corazón.
Al otro lado de la localidad vislumbré a nuestros lobos librando una batalla con seres de otra especie.
En nuestra parte de la aldea la lucha había redimido. Mandé a los niños esconderse en una de las casitas, deshabitada en esos momentos.
-Si veis que la situación empeora, huid.
Corrí presta al lugar de la batalla. No me pude creer lo que vi. Un grupo de criaturas abominables despedazaban a mis lobos. Pero aún así, estaba ganado. Entré corriendo en una de las herrerías y cogí un hacha de guerra. No estaba del todo bien fabricada, y notaba el mango descolocado, y el filo no muy bien pulido.
No perdí el tiempo y me acerqué a la zona conflictiva.
Uno de los monstruos se plantó enfrente de mí. Era un ser repulsivo. Sus ojos estaban hundidos en sus cuencas; su piel era una mezcla de gris ceniciento y verde del mismo tono; su piel se despedazaba por momentos, y sangraba, pero parecía regenerarse de alguna forma. Cuando me miró sentí como si la muerte me reclamara.
-¡Por nada del mundo dejes que te muerda, Anya! -me gritó Yon desde alguna parte.
Obedecí.
Esa cosa se abalanzó sobre mí con la intención de morderme. Lo esquivé a la vez que le corté el brazo derecho. No se inmutó. Siguió atacándome como si nada.
Contras: no sentía dolor y no parecía agotarse en absoluto.
Ventajas: era muy sencillo de herir, y por ende, de matar.
La lista estaba a mi favor. Con un movimiento rápido le rebané el cuello. La cabeza parecía seguir mirándome cuando rodó por el suelo, y el cuerpo se arrastró hasta mí unos segundos, pero luego se quedó quieto.
Temí a esa cosa mucho más que a cualquier topo, ilusionista o lobo.
Pero tenía cierto deber para con mi pueblo. Me acerqué más y me reuní con mis compañeros. La matanza estaba a punto de acabar. Ayudé a rebanar una cabeza más y hundí el hacha en el vientre de otro. Mi hacha se rompió justo en el momento en que mataron a la última bestia.
Yon acudió a mi lado de inmediato.
-Anya, ¿te encuentras bien, te han mordido?
-No, Yon. No me han tocado siquiera.
-¿Y los niños? -Estaba realmente asustado-.
-Los dejé a buen recaudo, en la casita que es de Richard, creo.
Suspiró con alivio.
-Bien -y fue presto a comprobar si su familia se encontraba bien-.
Joah no tardó en dar conmigo tampoco. Una vez nos cercionamos de que ninguno presentaba una sola herida, nos dirigimos al centro de reunión que se había formado.
Un corro de hombres lobo rodeaba a alguien, que estaba llorando.
-¿Estás segura de que es una mordedura? -preguntó Manley, preocupado- Tal vez te magullaste al caer o...
-¡Hincó sus apestosos dientes delante de mis narices, Manley! -aulló Mesha.
La muchedumbre se escandalizó. Todos daban por hecho algún asunto que yo ignoraba.
-¿Qué sucede cuando alguno de ellos muerde a alguien? -Le pregunté a mi prometido, temiéndome lo peor-
¿Muere?
-Ojalá fuera solo eso. Si lo hace, comienza un proceso lento, una transformación inapreciable y gradual, y finalmente acaba siendo uno de ellos. Le doy una semana a Mesha.
El corazón se me desbocó. Un alma noble y un cuerpo joven y vigoroso, sano y poderoso como un roble, se extinguirían.
Mesha sabía lo que venía a continuación.
-No quiero morir... -lloró-.
Los aldeanos se miraron incómodos. Era obvio que no podían dejarla vivir. Existía el peligro de que una vez se transformara mordiera a otros.
Vi cómo Martin se acercaba por detrás con una lanza. Iba a atravesarle el corazón allí mismo.
-¡No! -grité sin pensar-.
Entonces Mesha se dio cuenta de la intenciones de Martin y siguió llorando amargamemte.
-Pongámosla en la mazmorra. Cuando veamos que ya no recuerda, que ya no siente -tuve que reprimir un sollozo-, será el momento en el que hagamos lo que tengamos que hacer.
-Sí, por favor -sollozó la víctima-.
Mantua, otro de los jefes de la aldea, accedió a encarcelarla unos días. Luego, la ejecutarían.

-Temí por ti -le dije al padre de mi hijo-.
La nueva casita a la que nos habíamos trasladado era muy estrecha, a la par que acogedora. Vivíamos cómodos y felices.
-Temí por nuestro hijo -proseguí-.
-Yo también, amor. Pero aquí estamos. Sobrevivimos a otros dos ataques más, ¿recuerdas?
Perfectamente. A finales de diciembre, más o menos cuando cumplí los dieciocho años, tres ilusionistas se infiltraron con malas intenciones. Pobres de ellos. Ignoraban la intensidad de su olor para mis amigos.
Un par de semanas después lo intentaron un grupo de dos ilusionistas y seis hadas. No hubo suerte para ellos tampoco. Fue un día de arena. Ocho cabezas decoraron el escenario provisional esa noche, arrojadas lejos de la aldea y olvidadas al día siguiente.
Durante esos meses, indagamos acerca del origen de las revueltas. Nuestros voluntarios volvieron con noticias de una nueva guerra. La Tercera Guerra Mundial, la llamaban. Se ve que hubo otras dos. Cuándo y por qué surgió, lo ignorábamos.
-Sí. Recuerdo.
-Y yo protegeré a nuestra familia sean cuales sean las circunstancias. No tienes que temer.
Y así dejé de temer.
Al día siguiente bajé a ver el estado de Mesha. Nunca fuimos íntimas, pero la apreciaba. Había un vistoso cambio, sobretodo en lo que eran la piel y las uñas, las cuales se estaban volviendo cenicientas.
Cuando fijó su mirada en mí el corazón se me encogió. Su iris era más negruzco de al que me tenía acostumbrada, pero no fue eso lo que realmente me compungió. Se la veía débil, destrozada, sus húmedos ojos estaban rotos. Ella siempre se caracterizó por ser una mujer robusta, tanto físicamente como de cerebro. No se amilanaba ante nada. La última vez que la vi con vida no fui capaz de reconocerla.
No quise ser partícipe de su muerte. Me reproducieron los hechos a la perfección. Detalle por detalle. Cuando Martin le rebanó el cuello ya no quedaba un ápice de la antigua Mesha. Ya no sentía, ya no reaccionaba. Su piel caía a tiras, se desgarraba por una fuerza invisible, la misma que la aprovisionaba con más piel gris y sucia.
No sufrió, dijeron.

La idea me venía rondando por la cabeza desde el segundo ataque.
Me reuní con Manley en su hogar. La esposa de este no era muy servicial, ni siquiera muy agradable (rompía el estereotipo de la bondad de los hombre lobo). Sea como sea, mientras ella se echaba una siesta, Manley cocinó para sus dos adolescentes y me atendió al mismo tiempo.
Escuchó con detenimiento cada palabra mía y en el momento en que se lo propuse dejó de remover los macarrones y en consecuencia se pegaron al fondo de la olla. Me miraba atónito.
Proclamó una convocatoria urgente a los demás líderes. Esos cinco minutos que tardaron en venir todos, los dos muchachos de Manley, de trece y quince, me miraban como si fuera un ídolo. Había ganado unas cuantas arenas más antes del embarazo y destrocé un par de cráneos enemigos, pero sus miradas penetrantes me irritaban.
Manley, Mantua, Tarina, Heath y Tom ocuparon los asientos libres de la mesa en la que estábamos sentados los tres. Manley me hizo una señal para que hablara.
-Veréis. Desde el momento en que asesiné a la hada -un ejemplar de hada alto y moreno, de rostro triangular y otras facciones igualmente bellas. Me dio mucha pena el robarle la vida- he estado pensando sobre los deslices que cometemos y que podrían costarnos la vida, como las de Mia y Mesha. El primero es la falta de vigías. Por supuesto, primeramente deberíamos apostillas más atalayas. Y el segundo y más importante; nuestras armas son de pésima calidad. La semana pasada el mango de una de las hachas estuvo a punto de desencajarse en el instante en que luché contra uno de los desollados -según Joah los llamaban así, a pesar de que su piel se regeneraba continuamente-.
Tom se puso tenso.
-Pudo haberte mordido.
-Así es.
Hubo un breve silencio. Seguidamente, Mantua tomó la palabra.
-¿Hay algo que quieras proponer?
-Sí. Recuerdo la primera vez que vine -hice memoria. Los bosques frondosos y sus verdes hojas mecidas por el viento; los extraños animales que nunca avisté dentro de las insufribles murallas de Highland; la carretera de Winchester; la cálida bienvenida de mis lobos. Me centré en Winchester-. Yon me habló de Winchester y de la resistencia humana que allí habitaba. Mi plan es sencillo -los líderes me miraban expectantes-.
Tomé aire y lo solté a bocajarro.
-Me involucro entre ellos. Les digo que mi ciudad fue invadida por desollados y necesitaré cobijo. Cuando el sol caiga tomo todas las armas que sea capaz de llevar y vuelvo.
-Os dije que era una locura -protestó Manley-. Esta muchachita de escasos dieciocho años pretende entrar de incógnito en una ciudad amurallada con hombres de armas. Me niego.
Me removí, incómoda. Di por sentado que mi amigo me apoyaría.
-Tendrá dieciocho, pero los lobos no aguantan contra ella en los combates, y ha limpiado nuestro hogar de las bestias -me halagó Tarina-. Ella más que nadie es capaz de hacer tal tarea e incluso alguna más ardua si cabe. Yo estoy a favor.
Así que esto se había convertido en una votación.
-Ya hemos perdido a Mesha, no quiero perder a otra de nosotros -puntualizó Mantua-.
-Morirán más de los nuestros si no conseguimos armas apropiadas para hacer frente a los ataques, porque de seguro habrá más. Esto es tan solo el inicio de la guerra -dijo Heath, cuyo argumento convenció a Tom-.
Tres contra dos. Gané.
-No sé, Anya. Será peligroso.
-Todo lo es ahora -acaricié suavemente mi viente-.

La Reina De Las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora