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   Fui muy necia al pensar que la manada de Yon estaría compuesta por seres salvajes y desalmados. Al contrario. Los hombres lobo eran una raza civilizada y respetuosa, organizada y escrupulosa con la higiene; seguramente estarían hartos de escuchar habladurías sobre la peste de los perros. Y esa es otra: se enfurecen cuando alguien los llama perros.
  Tras dos días confabulando con Yon y su esposa Irelia acerca de mi futuro, saqué a relucir la idea que más fecunda creí que sería: permanecer con ellos hasta crear problemas y luego intentar ser acogida en la resistencia humana de Winchester.   Después de eso, todo sería improvisar.
  Era consciente de que alternaba uno y otro bando, blanco y negro, bestias y humanos. Pero al haber visto el comportamiento de los hombres lobo con mis propios ojos, y su bondad -la de Irelia era inextinguible- ya no tenía muy claro cuán blanca y humana era mi raza. Durante esos dos días indagué acerca del origen de toda esta catástrofe: la enemistad de las razas.   Resulta ser que antigamente un grupo de personas descubrieron el único nido de vampiros, pero enorme, y aniquilaron a la raza completa. Los hombres lobo, los súcubos, los basiliscos y demás bestias unieron fuerzas y vengaron la muerte de sus vecinos, por miedo también, dándose así a conocer a la humanidad.   Mataron a seis séptimos de la población humana. Luego destruyeron domicilios, generadores, aparatos, etc.
  Nunca hubo mayor carnicería.
  Después de atender a la auténtica historia de los hechos ya no les veía en absoluto como a monstruos, si es que alguna vez lo hube hecho. Eran criaturas que se defendían de las adversidades.
  Ese día, el segundo de mi estancia, madrugué como nunca. Antes del amanecer salí de la casita de Yon e Irelia y deambulé por la aldea.
  En contra de lo esperado, cuatro hombres lobo ya se encontraban en el exterior, construyendo lo que parecía ser una valla circular. Una pequeña se virtualizó a mi lado como si de un rayo se tratara. Era la hija de Yon, Mina; me habría seguido.
  -¿Te gusta nuestra aldea, Anya? -se interesó con su vocecita infantil-.
  -Es preciosa -le sonreí-.
  Dimos una vuelta por las pocas calles que envolvían las casitas y volvimos al punto inicial. La valla circular ya parecía un patrimonio.
  -Hoy habrá fiesta -comentó uno de los jóvenes trabajadores, al ver que me quedaba mirando la construcción-. La valla servirá para delimitar los límites del campo de lucha. Lobo contra lobo. ¿Qué te parece? -me miró divertido-.
  -¿Puedo hacer apuestas? -pregunté a modo de respuesta-.
  El hombre lobo soltó una carcajada.
  -Te echaríamos de nuestro hogar si no las hicieras -sonrió-. Soy Joah.
  -Bonito nombre -estrechamos manos-. Yo soy Anya.
  -Lo sé. Todos lo saben -me guiñó un ojo y prosiguió con la construcción de otras obras provisionales para esa noche-.
  Vi trabajar a los hombres durante un rato. Joah era quien más entusiasmado estaba. Era un chico de unos dieciséis años, alegre y engreído, lo normal para su edad. No era quién sabe cuan atractivo, pero su optimismo radiante era un imán.
  Mina hizo de guía turística una vez más; en esta ocasión por los bosques frondosos que abrigaban la aldea.   Eran muy verdes, como los de Highland, pero estos parecían mostrarse más desiertos.
  Mientras charlábamos con Mina acerca de sus amigos -mantenía una relación con los tres chicos más guapos de su quinta, y con un par de ellos ya iba de la mano públicamente- me llamó la atención su mirada de ojitos traviesos.
  -¿Y a ti, Anya? -preguntó-.
  -¿Y a mí qué, Mina?
  -¿Te gusta algún chico?
  -Ninguno que llame mi atención -me hacía gracia su forma de analizarme, era muy inquisitiva-.
  -¿Y Joah?
  Así que eso era.
  -No lo conozco.
  -¿Pero te ha caído bien?
  -Muy bien -le sonreí-.
  Mi afirmación pareció ser suficiente para ella, al menos en ese momento.
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2 semanas después

  Joah pasó a buscarme, como ya se hizo costumbre.
  Toda mañana se presentaba con su atractiva sonrisa invitándome a pasear. Luego, trabajábamos con el resto de la aldea.
  Unos diez días antes nos conocimos, y esa misma noche vimos y apostamos en las peleas de lobo contra lobo. Joah no participó esa semana para hacerme compañía esa noche y así conocernos. Sin embargo, la semana siguiente sí lo hizo y quedó ganador. En unos días habrá otros enfrentamientos.
  -Podrías quedarte para siempre -me propuso mi amigo de sopetón-.
  -No creo, Joah.
  Él interrumpió su andar.
  -Anya, no te comprendo. ¿Por qué escapaste de tus humanos y qué es lo que buscas?
  -No quería quedarme y ser lo que mis padres querían que fuese.
  -¿Y ese es motivo suficiente para haber hecho tal locura?
  Hora de la sinceridad.
  -También quería conoceros; saber cómo sois realmente. Y mi deseo era perfectamente compatible con rescatar a Yon. De hecho, aquello me vino como anillo en el dedo.
  -¡Vaya! Estás llena sorpresas.
  -Así soy yo -fingí una mirada de autosuficiencia y levanté mi cabeza con egocentrismo, pero cuandó escuché a Joah desternillarse de risa me uní a él-.
  Después de un momento me comentó:
  -Y además eres preciosa.
  Me ruboricé. Apuesto a que en ese momento la sangre roja de mis venas no tuvo compasión y tiñó mi rostro.
  -¡Chicos, venid! -era Mesha, la ganadora de la primera lucha de lobos a la que asistí- Hay reunión urgente.
  Salvada por la campana.
 
  La reunión urgente se celebró en el centro de la aldea, justo donde solía construirse la arena donde luchaban los lobos.
  -Nos han venido ciertos rumores... inquietantes -informó Manley, una de las cabezas de la manada-.
  Todos lo mirábamos expectantes, pero parecía que no sabía qué decir.
  -Bueno. Sería más apropiado si os lo contara ella misma.
  Una mujer canosa de mediana edad apareció en escena, segura de sí misma, pero con el semblante preocupado.
  -Es una loba solitaria -me explicó Joah-. Aquellos que lo son se dedican a viajar y conocer, aunque en verdad es una vida bastante triste.
  -¿Y por qué debería serlo?
  -Lo es porque un lobo ha nacido para convivir. Lo lleva en la sangre -algo en mi expresión hizo que riera-. Déjalo. Es difícil de explicar.
  La mujer lobo comenzó a hablar.
  -No sé el porqué, ni tampoco cómo ha podido iniciarse -pausó durante un momento, se la veía confusa- pero he oído rumores peligrosos. Durante el camino me crucé con un lobo que vio tres hombres lobo decapitados en una guarida de topos. Más tarde, en una aldea de hadas, las cuales parecían aterradas, me contaron que un pueblo vecino fue invadido entero, pero solo mataron a los niños, con el fin de enfurecer a los progenitores. Estos dos hechos han ocurrido en Rumanía, una antigua ciudad europea al este. Pensé que tal vez eran tan solo habladurías, pero comencé a preocuparme cuando en Bosnia, Croacia y La Francia oí casos similares -carraspeó- y más sangrientos. Parece ser que están surgiendo guerras por todo el continente.
  Durante el discurso y momentos depués, los oyentes no abrimos la boca y algunos incluso se olvidaron de respirar. Cuandó pasó alrededor de un minuto, una voz airada habló a gritos.
  -¿Qué desfachatez es esta? -Era un hombre viejo que dio dos pasos al frente para hacerse ver bien-. Tan sólo intenta asustarnos. ¿De verdad os habéis creído este cuento? Los hombres lobo nunca nos juntamos con hadas -puso énfasis en la palabra nunca-. Y aun más extraño es que ellas la recibieran.
  Se oyeron algunos murmullos de aprobación.
  -Ya he dicho que son solo rumores; no lo sé cierto. Pero no miento cuando afirmo que las hadas me trataron con agrado, lo cual no hizo más que aumentar mi preocupación. Yo también soy consciente de la enemistad entre nosotros y las hadas, pero ellas estaban realmente asustadas y parece ser que en ese momento nuestra enemistad era una trivialidad para ellas.
  -En cualquier caso estamos prevenidos -intervino Manley-. Sea una milonga o de verdad algo de lo que debamos preocuparnos, ya estamos advertidos. Gracias, Lisa.
  Lisa asintió y desapareció por donde había venido.
  El viejo de antes volvió a tomar la palabra.
  -Es una loba solitaria -refunfuñó-. Se aburre, y por eso pretende darnos un susto. Seguramente ahora mismo se esté mofando de nosotros.
  Todo el mundo lo ignoramos, pues estábamos dándole vueltas al relato de Lisa.
  Después de trabajar las horas restantes hasta la puesta del sol, Joah y yo paseamos por el bosque. No pude aguantar en pie de la risa cuando Joah fingió ser un perro y a cuatro patas y ladrando persiguió una perdiz durante unos dos cientos kilómetros. Simplemente, no podía con él.
  Ya tenía más que asumido que me gustaba Joah. Era alguien que te sacaba sonrisas sin piedad.
  -Ya sé que soy un Adonis, Anya, pero temo que si sigues mirándome tan intensamente me penetres con la mirada y me muera.
  Y por segunda vez consecutiva, enrojecí. Los tomates me enviadiarían.
  -Lo siento -no supe qué otra cosa sería más idónea para decir-.
  -No te disculpes. Me gusta que me mires. Así compensas, porque yo no dejo de comerte con la mirada.
  Seguramente exista un color más intenso que el rojo tomate. El púrpura, tal vez.
  -Vaya, Anya. Pensé que después de llamarte preciosa esta mañana tu tez no podría volverse más roja -pausó con énfasis y suspiró-. Me equivoqué.
  Le di un golpe cariñoso y reí junto con él.
  Parece ser que unas pocas frases de cortejo durante un solo día han sido suficientes para Joah. No vaciló ni por un segundo cuando me sonrió sinceramente y unió sus labios a los míos.
  Empezó siendo un beso parecido al que me dio Mika: intenso y apasionado. Luego fue relajándose y se convirtió en un contacto tierno y placentero, para finalmente volver a ser enérgico.
  Demasiado enérgico, diría yo.
  Fui separándome lentamente de él porque no estaba preparada para llegar hasta dónde él se estaba encaminando. Sin embargo, él entendió y finalizó con el beso. Me sonrió conciliadoramente.
  -Deseé besarte desde el mismo momento en que nuestras miradas se cruzaron.
   Maldita sea, ese chico era sumamente encantador.
 
 

La Reina De Las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora