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  Luego de unas cuantas caricias, nos levantamos y volvimos a la aldea, cada uno por su lado.
  Me encaminé hacia mi hogar, y verdaderamente lo podía llamar hogar.
  En casa, Irelia y Yon mantenían en el salón una conversación acerca de la visita de Lisa. Me apoyé en el marco de la puerta y escuché con interés.   Ambos coincidían en que debían preocuparse por su futuro.
  -Siempre ha habido ataques, eso es un hecho -justificó Yon-, pero no a un poblado entero. Ni a hadas. Nosotros no tenemos buenos antecedentes con ellas, pero las tratamos con deferencia.
  -Y además, esos ataques han ocurrido a lo largo de toda Europa.
  -No creo que debamos emparanoiarnos por ahora, pero prevenir es lo más sensato. Mañana mismo hablaré con Manley y le propondré ideas. Tal vez debamos investigar y comprobar si realmente está ocurriendo algo a escala mundial.
  -Y también sería aconsejable fabricar más armas. Quién sabe si las necesitemos próximamente.
  -Muy cierto...
  Yon sonrió súbitamente.
  -No ha habido ni una sola vez en que hayas intentado ser una cotilla sigilosa y no te haya olido, literalmente.
  Le devolví la sonrisa.
  Irelia golpeó suavemente en el hombro a su marido.
  -No llames así a la niña. Y podrías ser buen anfitrión y fingir que te sorprende de vez en cuando.
  -No es necesario, Irelia -intervení-.     Tan sólo quería saber un poco vuestra opinión respecto a la advertencia de Lisa. No pretendía ser una cotilla sigilosa, tal como cierto perro me ha acusado de serlo.
  Reí ruidosamente y salí corriendo antes de que Yon se irritara y se vengara de alguna forma.
  Sí. A eso se le llamaba hogar. Mis verdaderos padres tenían mi misma sangre, y aunque los quería, allí acababan los pros, seguidos de una larga lista de contras; no obstante, la calidez y preocupación de Yon e Irelia me eran muy preciados. Y ya estaba tan acostumbrada a los cinco pequeños que me olvidé de que tenía una hermana mayor.
  Al día siguiente por la mañana, Yon fue a hablar con Manley para sugerirle tomar las medidas necesarias en caso de que hubiera una posible guerra. Él en especial era el que más inquieto se sentía con el tema. Para los demás era un cuento, algo que nos tocaba de lejos. Para Yon era una amenaza real.
  Mientras esperábamos su regreso me entretuve jugando con Jeremiah, el más pequeño de la familia Wolfson.    Era el más parecido a Yon. Mathew,  Lyssandro, el pequeño Yon y Mina, en cambio, se asemejaban notablemente a su madre. Divagué acerca de lo gracioso que resultaba que Yon tuviera un hijo con su mismo nombre pero que quien más se pareciera a él fuera otro de sus pequeños.
  Yon volvió esperanzado. Manley lo había escuchado y haría algo al respecto.
  Al día siguiente se nos ordenó levantarnos a las siete de la mañana para distribuir tareas. Como era de esperar, el viejo refunfuñón del otro día hizo acto de presencia y se negó rotundamente a participar en cualquier actividad que tuviera que ver con...
  -...con vuestras paranoias. Aparece una desconocida cualquiera e inmediatamente todos nos adherimos a sus relatos, como si fueran irrefutables. A sus cuentos. A sus estupideces. -Siguió calificando unos cinco minutos más, luego escupió al suelo y se marchó-.
  No eran paranoicos. Ya los conocía suficientemente bien como para saber que eran muy previsores, y no se permitían tener ningún cabo suelto. Y eso precisamente era sensato, para nada estúpido.
  Y entonces me di cuenta de que no sabía el nombre de su poblado, ni si lo tenía. Luego le preguntaría al respecto a Joah o a los Wolfson.
  Manley nos sonrió a todos, como si el hombre de antes -Mathew, creo recordar- no nos hubiera estado dando la tabarra.
  Comenzó a recitar los grupos de trabajo, distribuyéndonos según habilidades. Como era de esperar,  Yon, Joah y Mesha estuvieron en el mismo paquete, destinado a las artes de la guerra. Ellos se dedicarían a practicar la lucha incansablemente durante las horas de sol, sea con sus propias manos o con algunas armas.   También se encargarían de enseñar a los más jóvenes (Joah era joven, pero él ya era algo experimentado).
  Por otro lado, los que no encajaban en ese grupo y poseyeran habilidades artesanales, se encargarían de fabricar más armas.
  Los niños serían los recaderos.   También habría vigías.
  Los que dominaban la carpintería se dedicarían a la construcción de una densa muralla, por si las moscas.   Esencial en caso de emergencia.   Manley opinó que deberían haberla construido hace décadas.
  ¿Que dónde me habían situado a mí?   No lo habían hecho.
  Me acerqué a Manley con la intención de hacerle saber que se había olvidado de meterme en algún grupo.
  -Ah, Anya, cielo -me saludó en cuanto vio que me acercaba. Manley siempre era así de cariñoso conmigo. Era una persona excepcional-. Supongo que estarás preguntándote por qué no estás en ninguna de las distribuciones.
  -Así es -asentí-.
  -Verás, ya llevas dos semanas con nosotros y más o menos sé qué habilidades tienes, pero necesito asegurarme. Creo conveniente en ponerte en el grupo de elaboración de armas.
  Al ver mi expresión de incredulidad se carcajeó.
  -No como fabricante, puedes estar tranquila -rió de nuevo-. Querría que fueras nuestra pequeña líder. Tengo entendido que eras mercader de armas en tu ciudad de origen. Podrías supervisar a nuestros vecinos e indicarles cómo deben ser los objetos, y si han errado en algo.
  La idea me gustó, pero me arriesgué.
  -Sería estupendo, lo haré encantada; no obstante, creo que podría ser igualmente útil en el grupo de lucha.
  Durante dos larguísimos segundos,   Manley inspeccionó mis delgados brazos, e igualmente mis finas piernecillas. Si allí hubo algún músculo alguna vez, nunca presumió ni se exhibió. Hizo una extraña mueca, y entendí que pretendía evitar reírse para no herir mis sentimientos.   Casi lo consiguió.
  Cuando terminó de reírse me contestó amablemente:
  -Anya, con todo mi respeto -se le escapó otra risilla- creo que no eres lo suficientemente apta como para intentar involucrarte en la guerra. Ni siquiera algunos de nuestros mejores jóvenes lo son.
  Se puso nervioso, no quería herirme con sus palabras. Y no lo hizo.
  -¿Hoy hay arena, verdad? -le pregunté con mi más descarada sonrisa de autosuficiencia-.
  -Así es. Lobo contra lobo -respondió un poco confuso-.
  -¿Solo es válida para lobos?
  -En absoluto -sonrió, entendiendo adónde pretendía llegar-. Es tan sólo la costumbre.
  -Inscríbeme, pues. Y cuando acabe la pelea de esta noche, hablaremos de en qué grupo pertenezco.
  Acto seguido, di media vuelta y me marché con la cabeza bien alta.   Seguramente Manley estaría pensando en lo graciosa que era una muchacha intentando involucrarse entre hombres lobo musculosos y sedientos de adrenalina.
  Si él supiera...
  Cuando dejé de caminar pavoneándome como, en fin, un pavo, crucé una mirada con Joah. Se le veía muy irresistible intentando prestar atención al jefe asignado del grupo de batalla, sin conseguirlo, porque desviaba su mirada repetidas veces hasta mí.
  Recordé que él también participaría esa noche. Tal vez nos tocara competir. Ojalá. Con ese pensamiento, volví a levantar cabeza y le guiñé un ojo, juguetona. Fuera porque no se lo esperaba, o porque le pareció muy atrevido por mi parte, por primera vez fue él quién se sonrojó. Ahora sí que se le veía irresistible.
  Esperaba que anocheciera de una vez por todas.

La Reina De Las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora