Capítulo 22

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La naturaleza humana está tan predispuesta en favor de los que se encuentran en una situación excepcional, que la joven que se casa o se muere puede tener la seguridad de que la gente habla bien de ella.

Aún no había pasado una semana desde que en Highbury se mencionó por vez primera el nombre de la señorita Hawkins, cuando de un modo u otro se le descubrían toda la clase de excelencias físicas e intelectuales; era hermosa, elegante, muy bien educada y de trato muy agradable. Y cuando el propio señor Elton llegó para gozar del triunfo de tan fausta nueva y para difundir la fama de sus méritos, apenas tuvo otra cosa que hacer que decir cuál era su nombre de pila y explicar por qué clase de música tenía preferencia.

El señor Elton regresó rebosando felicidad. Se había ido rechazado y herido en su amor propio... viendo frustradas sus mayores esperanzas, después de una serie de hechos que él había interpretado como favorables síntomas de aliento; y no sólo no había conseguido el partido que le interesaba, sino que se había visto rebajado al mismo nivel de otro por el que no sentía el menor interés. Se había ido profundamente ofendido... regresó prometido con otra joven... y con otra que era, por supuesto, tan superior a la primera como en esas circunstancias suele serlo siempre cuando se compara lo que se ha conseguido con lo que se acaba de perder. Regresó contento y satisfecho de sí mismo, activo y lleno de proyectos, sin preocuparse lo más mínimo por la señorita Woodhouse y desafiando a la señorita Smith.

La encantadora Augusta Hawkins añadía a todas las ventajas inherentes a una perfecta belleza y a sus grandes méritos, la del hecho de estar en posesión de una fortuna personal de unos millares de libras que siempre se cifraban en diez mil; cuestión que afectaba tanto a su dignidad como a sus intereses; los hechos demostraban perfectamente que no había malogrado sus posibilidades... había conseguido una esposa de diez mil libras, poco más o menos... y la había conseguido con una rapidez tan asombrosa... la primera hora que siguió a su primer encuentro había sido tan pródiga en grandes acontecimientos; el relato que había hecho a la señora Cole acerca del origen y del desarrollo del idilio le presentaba bajo un aspecto tan favorable... todo había ido tan aprisa, desde su encuentro casual hasta la cena en casa del señor Green y la fiesta en casa de la señora Brown... sonrisas y rubores creciendo en importancia... cavilaciones e inquietudes floreciendo profusamente por doquier... ella había quedado impresionada en seguida... se había mostrado tan favorablemente dispuesta para con él... en resumen, y para decirlo con palabras más claras, demostró tan buenas disposiciones para aceptarle que la vanidad y la prudencia quedaron satisfechas por igual.

Lo había conseguido todo, fortuna y afecto, y era exactamente el hombre feliz que siempre había soñado ser; hablando tan sólo de sí mismo y de sus cosas... esperando ser felicitado... dispuesto en todo momento a reír... y ahora, con amables sonrisas libres de todo temor, dirigiendo la palabra a las jóvenes del lugar, a quienes tan sólo unas pocas semanas antes hubiera hablado de un modo mucho más circunspecto y cauteloso.

La boda era un acontecimiento que no podía estar muy lejos, ya que ambos no habían tenido otro trabajo que el de gustarse, y sólo tenían que esperar los preparativos necesarios; y cuando él volvió de nuevo a Bath, todo el mundo supuso, y el aire que adoptó la señora Cole no parecía contradecir esas suposiciones, que cuando regresara a Highbury sería ya acompañado de su esposa.

Durante esta breve estancia suya, Emma apenas le había visto; lo justo para tener la sensación de que se había roto el hielo, y para que ella pensara que la presuntuosa jactancia de que ahora hacía gala el señor Elton no le favorecía en nada; lo cierto es que Emma empezaba a preguntarse cómo había sido posible que hubiera llegado a considerarle como un hombre atractivo; y su persona iba tan indisolublemente unida a recuerdos tan desagradables, que, excepto con un fin moral, como penitencia, como lección, como fuente de una provechosa humillación para su espíritu, hubiera sentido un gran alivio de tener la seguridad de no volverle a ver nunca más. Le deseaba todas las venturas; pero su presencia la turbaba, y hubiese quedado mucho más satisfecha de saberle feliz a veinte millas de distancia.

Emma - Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora