Emma seguía totalmente convencida de que estaba enamorada. Sus ideas sólo variaban en lo referente a la intensidad de este amor; al principio le pareció que lo estaba mucho; luego, más bien que poco. Sentía un gran placer en oír hablar de Frank Churchill; y por él, mayor placer que nunca en ver al señor y a la señora Weston; pensaba muy a menudo en el joven, y esperaba carta suya con mucha impaciencia para poder saber cómo estaba, cuál era su estado de ánimo, cómo seguía su tía y qué posibilidades había de que volviera a Randalls aquella primavera. Pero por otra parte se resistía a admitir que no era feliz y, pasada aquella mañana, luchaba contra la tentación de abandonarse a una vida menos activa que la que tenía por costumbre llevar; seguía siendo activa y animosa; y a pesar de ser él tan agradable, no dejaba de imaginarle con defectos; y más adelante, a pesar de pensar mucho en el y de forjar, mientras dibujaba o bordaba, innumerables y divertidos planes sobre el desarrollo y la conclusión de sus relaciones, imaginando ingeniosos diálogos e inventando elegantes cartas; el final de todas las imaginarias declaraciones que él le hacía era siempre una negativa. El afecto que les unía debía encauzarse por las vías de la amistad. Su separación iba a estar adornada de toda la ternura y de todo el encanto imaginables; pero tenían que separarse. Cuando reparó en ello, se dio cuenta de que no debía de estar muy enamorada; porque a pesar de su previa y firme determinación de no abandonar nunca a su padre, de no casarse nunca, un verdadero amor era forzoso que causara muchas más luchas interiores de las que por sus sentimientos Emma podía prever.
«No veo que yo saque a relucir nunca la palabra sacrificio -se dijo-. En ninguna de mis prudentes réplicas ni de mis delicadas negativas hay la menor alusión a hacer un sacrificio. Sospecho que en el fondo no le necesito para ser feliz. Tanto mejor. No voy ahora a convencerme a mí misma de que siento más amor del que existe en realidad. Ya estoy suficientemente enamorada. No quiero estarlo más.»
En conjunto, también estaba contenta con la impresión que había sacado de los sentimientos de él.
«Sin ninguna duda, él está muy enamorado... todo lo demuestra... ¡lo que se dice muy enamorado! Y cuando vuelva, si sigue teniéndome el mismo afecto tendré que andar con mucho cuidado para no alentarle... obrar de otro modo sería imperdonable, ya que mi decisión ya está tomada. No es que imagine que él pueda pensar que hasta ahora le he estado alentando. No, si él hubiera creído que yo compartía sus sentimientos, no se hubiese sentido tan desgraciado. Si él hubiera podido considerarse alentado, sus maneras y su lenguaje hubiesen sido diferentes al despedimos... Pero, a pesar de todo, tengo que andar con mucho cuidado. Eso suponiendo que su afecto por mí para entonces sea todavía lo que es ahora; pero la verdad es que no creo que ocurra así; no me parece un hombre como para... No me fiaría mucho de su firmeza o de su constancia... Sus sentimientos son apasionados, pero tengo la impresión de que más bien variables. En resumidas cuentas, que cada vez que pienso en esta cuestión estoy más contenta de que mi felicidad no dependa demasiado de él... Dentro de poco volveré a estar perfectamente bien... y entonces podré decir que he salido bien librada; porque dicen que todo el mundo tiene que enamorarse una vez en la vida, y yo habré salido del paso con bastante facilidad.»
Cuando llegó la carta de Frank para la señora Weston, Emma pudo leerla; y la leyó con tanto placer y tanta admiración que al principio le hicieron dudar de sus sentimientos y pensar que no había valorado suficientemente su fuerza. Era una carta larga y muy bien escrita que daba detalles de su viaje y de su estado de ánimo, que expresaba toda la gratitud, el afecto y el respeto que era natural y digno el expresar, y que describía todo lo exterior y local que pudiera considerarse atractivo, con ingenio y concisión. Pero nada que delatase el tono de la excusa o del interés forzado; aquél era el lenguaje de quien sentía verdadero afecto por la señora Weston; y la transición de Highbury a Enscombe, el contraste entre los lugares en algunas de las primeras ventajas de la vida social, apenas se esbozaba, pero lo suficiente para que se advirtiera con qué agudeza lo había sentido el joven, y cuántas cosas más hubiera podido añadir de no impedírselo la cortesía... No faltaba tampoco el encanto del nombre de Emma. La señorita Woodhouse aparecía más de una vez, y nunca sin relacionarlo con algo halagador, ya fuera un cumplido para su buen gusto, ya un recuerdo de algo que ella hubiera dicho; y en la última ocasión en la que sus ojos tropezaron con su nombre, despojado aquí de los adornos de su florida galantería, Emma advirtió el efecto de su influencia, y supo reconocer que aquél era tal vez el mayor de los cumplidos que le dedicaba en toda la carta. Apretadas en el único espacio libre que le había quedado, en uno de los ángulos inferiores del papel, se leían estas palabras: «El martes, como usted ya sabe, no tuve tiempo para despedirme de la bella amiguita de la señorita Woodhouse; le ruego que le presente mis excusas y que me despida de ella.» Emma no podía dudar de que aquello iba dirigido exclusivamente a ella. A Harriet se la citaba solamente por ser su amiga. Por lo que decía de Enscombe se deducía que allí las cosas no iban ni mejor ni peor que antes; la señora Churchill iba mejorando, y Frank aún no se atrevía, ni siquiera en su imaginación, a fijar fecha para un posible regreso a Randalls.
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Emma - Jane Austen
ClassicsEmma es una joven inteligente, muy querida por su familia, amigos y vecinos en Highbury. En plena Época de Regencia inglesa, donde 'matrimonio' y 'posición social' van de la mano, ella se empeña en ser la Celestina de todas sus amistades. Lo cual...