Una mañana, unos diez días después de la muerte de la señora Churchill, Emma tuvo que bajar precipitadamente a la puerta para recibir al señor Weston, que «sólo podía quedarse cinco minutos y tenía una gran urgencia de hablar con ella». El señor Weston salió a su encuentro a la puerta del salón, y después de saludarla en su habitual tono de voz, inmediatamente le susurró al oído para que no les oyera su padre:
-¿Puede venir a Randalls esta misma mañana? Venga por poco que pueda. La señora Weston quiere verla. Necesita verla.
-¿Se encuentra mal?
-No, no; en absoluto; sólo un poco nerviosa. Hubiese podido hacer preparar el coche y venir ella misma; pero tiene que verla a solas, y, claro, aquí... -señalando a su padre con la cabeza-. Bueno... ¿puede usted venir?
-Desde luego. Ahora mismo si quiere. Me es imposible negarme a una cosa que me pide de este modo. Pero ¿de qué se trata? ¿De verdad que no está enferma?
-No, no, no se trata de nada de eso... Pero no haga más preguntas. En seguida lo sabrá todo. ¡Es lo más increíble...! Pero ¡vamos, vamos!
Incluso a Emma le resultaba imposible adivinar lo que significaba todo aquello. Por su tono dedujo que se trataba de algo realmente importante; pero como su amiga se encontraba bien, intentó tranquilizarse, y después de explicar a su padre que iba a salir a dar un paseo, ella y el señor Weston no tardaron en salir juntos de la casa y en dirigirse a Randalls a un paso muy vivo.
-Ahora -dijo Emma, cuando ya se hubieron alejado bastante de la verja de la casa-, ahora, señor Weston, dígame lo que ha ocurrido.
-No, no -replicó él muy serio-, no me lo pregunte a mí. He prometido a mi esposa que le dejaría contárselo todo. Ella se lo contará mejor que yo. No sea impaciente, Emma, dentro de un momento lo sabrá todo.
-No, dígamelo ahora -exclamó Emma deteniéndose horrorizada-. ¡Santo Cielo! Señor Weston, dígamelo en seguida... ha ocurrido algo en Brunswick Square, ¿verdad? Sí, estoy segura. Dígamelo, cuénteme ahora mismo todo lo que ha pasado.
-No, no, se equivoca usted...
-Señor Weston, no juegue usted conmigo... piense usted en cuántos seres queridos tengo ahora en Brunswick Square. ¿Cuál de ellos es? Le ruego por lo más sagrado... no trate de ocultármelo...
-Emma, le doy mi palabra...
-¡Su palabra...! ¿Por qué no me lo jura? ¿Por qué no me jura que es algo que no tiene nada que ver con ninguno de ellos? ¡Santo Cielo! ¿Qué pueden tener que comunicarme que no sea referente a alguien de aquella familia?
-Le juro -dijo él gravemente- que no tiene nada que ver con ellos. No tiene la menor relación con nadie que lleve el apellido Knightley.
Emma cobró ánimos y siguió andando.
-Me he expresado mal -siguió diciendo el señor Weston- al decir que era algo que teníamos que comunicarle. No hubiera tenido que decírselo así. En realidad no le concierne a usted... sólo me concierne a mí... es decir, eso es lo que esperamos... Sí, eso es... en resumen, mi querida Emma, que no hay motivos para que se intranquilice. No es que diga que no se trata de un asunto desagradable... pero las cosas podrían ser mucho peor... si apretamos el paso en seguida llegaremos a Randalls.
Emma comprendió que debía esperar; y ahora ya no le exigía tanto esfuerzo; por lo tanto no hizo más preguntas, dedicándose simplemente a dejar volar su fantasía, y ello no tardó en llevarle a la suposición de que debía de tratarse de algún problema de dinero... algún hecho desagradable que se habría acabado de descubrir en el seno de la familia... algo de lo que se habrían enterado gracias al reciente fallecimiento de la señora Churchill. Su fantasía era incansable. Tal vez media docena de hijos naturales... ¡Y el pobre Frank desheredado! Una cosa así no era nada agradable, pero tampoco era como para angustiarla. Apenas le inspiraba algo más que una viva curiosidad.
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Emma - Jane Austen
ClásicosEmma es una joven inteligente, muy querida por su familia, amigos y vecinos en Highbury. En plena Época de Regencia inglesa, donde 'matrimonio' y 'posición social' van de la mano, ella se empeña en ser la Celestina de todas sus amistades. Lo cual...