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El día siguiente, transcurrió normal, pero su madre tenía una intuición que la animaba a crear un plan, para así de una vez, confirmar lo que presentía.

Esa noche, mientras Elizabeth dormía aun con los audífonos puestos, su madre entro a su pieza, lo que haría no lo había hecho jamás, pero su instinto le decía que su hija estaba ocultando algo, que ese algo le traía distraída, y sin que ella misma se diera cuenta, la había hecho cambiar en su día a día, porque de la nada sonreía. Y sabía que esos gestos de felicidad no eran muy comunes en su hija, después de lo que le paso en su comienzo a la adolescencia.

Se acercó a la mesa de su hija y pudo ver en su escritorio un pequeño montón de hojas con dos lápices encima, retiro la primera hoja, y leyó la nota que había en esta.

"Damián, niño de último grado, hace tiempo que te has vuelto el dueño de mis sonrisas, nunca tuve el valor de acercarme a ti en persona, te quedan solo dos meses de clases, y a mí para seguir sintiendo tu presencia, hago esto, porque es la manera más cómoda que encontré para avanzar en mi timidez, te quiero, aunque no lo sepas."

La madre de la joven, sonreía al poder comprobar que al fin, su hija comenzaría con esto a salir de ese agujero que había estado durante tres o más años. Comenzaría a experimentar cosas nuevas, que de alguna forma le darían vida a ese corazón, le gustaba verla sonreír....pero temía de algo, la inseguridad, su hija seguía siendo de esa forma, no confiaba en sí misma, y ese muchacho con el cual Elizabeth se veía ilusionada, si no mantenía ninguna relación con ella, poco posible veía que surgiera algo. Sabía en su interior que era probable que su hija terminara con el corazón roto, y era lo que menos quería, porque las consecuencias que podría contraer eran obvias.

Miro a su tesoro más preciado, le saco los audífonos de los odios, y se acercó a ella para acariciar ese rostro, del cual anhelaba que sonriera todo el tiempo, que de sus ojos salieran destellos, y le beso la frente, para finalmente dejar todo como estaba en el escritorio y salir lentamente de la pieza, deseando que los sentimientos de su pequeña sean correspondidos y no verla sufrir.


El CrujirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora