3- Metamorfosis

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No recordaba como había llegado al hospital, obviamente me desmalle, y como no hacerlo, estaba en medio de una matanza. Lo último que recuerdo es al pobre Zacarias. Sentía mucho su muerte, era la primera vez que conocía a un hombre así, además de compartir algo tan grande, el odio.

Estaba pérdida en mis pensamientos, cuando abrió la puerta un hombre. No parecía policía, pero tenía una placa. Tenía unos ojos muy claros, tal vez era un color miel, no podía ver bien, era muy alto, y debo admitir, muy bien parecido.
—Buenos días, señorita. ¿Cómo ésta?— se quedó parado frente a mí, en ese momento noté que no estaba esposada.
—¿No me detendrán?—me temblaba la voz, jamás había estado tan cerca de un policía; me refiero, a uno de verdad.
—No. Hasta donde hemos investigado usted fue una víctima más de ese detestable hombre... si es que se le puede llamar así. ¿Oh acaso eran cómplices?.
—¡No! ¡Ese desgraciado me quitó mí vida!— me exalte demasiado. ¿Cómo podía pensar eso?.
—Está bien, tranquila— se acercó a mí y me miró... ¿con compasión?. Jamás me habían visto en mi vida así, no sabía si debía enojarme o sentirme bien.
—Él me encontrará de nuevo, jamás podré escapar de él, a menos que...
—¿Qué lo maté?— sonrió amable— él tiene muchos enemigos, no se manche las manos. Es libre, nosotros la cuidaremos hasta que todo se haya calmado.
—Usted no entiende. ¡Los negocios no son así! ¡Todo se mueve con dinero! ¿Acaso no sabe eso?.
—Por supuesto que lo sé, y usted señorita, podría ayudarnos a hundirlo. Por cierto, ¿cuál es su nombre?— se acercó a mí cama, yo estaba ya sentada. Me quedé observándolo con cuidado, ¿mí nombre?. Creo que ya ni recuerdo cual era mi nombre real.
—Linda. Llámame Linda— no quería que supiera mi nombre. Ya no era ella, ahora sólo era Linda.
—Bueno, Linda. ¿Te sientes mejor?
—Sí. ¿Cuándo me dejarán irme?—me levanté y empecé a andar por la habitación, no quería que notará qué su presencia me intimidaba.
—Hoy mismo. Te tenemos una habitación, estarás vigilada siempre para que nadie te haga daño. Pero... primero debes acompañarme a la comisaría a testificar y hablarnos sobre los negocios del hombre— su voz cambio. Me hablaba como si fuera una orden, pero, já, sonaba amable.

—¿Y eso no me pondrá en riesgo a caso?— me dí la vuelta y lo miré. No me agradaba en absoluto hablar de ello. No es que supiera mucho, al gordo no le gustaba que me metiera en sus negocios.
—Él tiene muchos enemigos, puede sospechar de cualquiera. Además, tú prácticamente estas muerta.... ¿entiendes?. No existes en ningún sistema, nadie te conoce, ni siquiera hay algo que sustente que tienes un nombre.

Tenía razón, no existía.

Ya era de noche, dos patrullas se quedaron fuera de la habitación. Debo admitir que la habitación era acogedora. Sentí pena, hubiera querido haber dicho más sobre los negocios del gordo, pero no sabía nada más, me había sentido inútil.
Me dí un baño y me puse un cambio de ropa que me habían dado. Me acosté en la cama y cerré los ojos. Me quede dormida, profundamente tranquila.
Soñaba que estaba en casa, no era una gran casa, pero era acogedora. Mi yo pequeña estaba en mí columpio bajo el árbol, amaba y extrañaba esa sensación de paz, miré con nostalgia a mi pequeña yo, pero... de pronto alguien le habló. Era un hombre alto, llevaba una gabardina negra y tapaba su rostro con un sombrero negro.

—Linda... ven— reconocía esa voz pero no sabía quien era, con sólo oír su voz me daban unas ganas tremendas de lanzarme a él y golpearlo.
—¡No! ¡No vayas! ¡Te hará daño!— me decía a mí pequeña yo— ¡No vayas, él es malo!
—Linda ven, ven aquí pequeña— dejó ver su rostro, ya sabía quien era...

Desperté exaltada, estaba sudando y mi corazón estaba acelerado. Jamás me había sentido así. Estaba asustada, tenía miedo. Quería ir con los policías, pero no podían ayudarme, esta era mi propia guerra, y debía ganarla.

—Cueste lo que me cueste, me vengaré de cada uno de esos malditos infelices, deben pagar ¡uno por uno! El daño que me han hecho— lloraba de rabia, nunca había estado tan segura de esto, los mataría, los haría sufrir a todos, ¡todos!— no descansaré hasta verlos muertos.

Sabía donde podía encontrar al infeliz de mi sueño. Le decían Manso.
Él era dueño de un bar, ya me había llevado el infeliz cerdo para que diera uno de mis estúpidos servicios al maldito ese. Estaba completamente convencida, iría por él.

En toda la noche no pude dormir, tenía mí mente hecha un lío. El arma seguía en mi bolsa, estaba cargada. Iría al bar y lo mataría.

—Un whisky— le dije al cantinero. Traía puestos unos lentes oscuros y un abrigo rojo. Un vestido seductor y mis labios rojos
—¿Dónde esta él Manso?— le pregunté al cantinero.
—¿Quién lo busca?— lo dijo en un tono rudo, y de su boca salía un olor repugnante, detestaba que fueran tan cerdos.
—Una vieja amiga— dije mientras dejé ver una sonrisa coqueta. Él cantinero sonrió, sabía a que me refería.
—Creo que estará encantado de recibirla, vaya a la puerta de atrás, lado derecho. A tenido una semana agitada él pobre.
Já, agitada. Me daba gracia como se expresaba de él. Como si fuera un gran hombre, ¡estupideces!.
—¿¡Quién es!?— dijo después de tocar la puerta, era un ogro.
—¿Me recuerdas?— me quité los lentes. Y entré. Él sonrió malicioso, y me hizo señas de que me sentará.
—¿A qué se debe tan grata sorpresa, Linda?
—Bueno, me imagino que te enteraste que la policía llegó al local— puse una cara triste.
—Oh sí, que terrible. ¿Te detuvieron?— se inclinó interesado.
—Logré huir a tiempo.
—¿Y no piensas regresar a tu antiguo hogar?— me miró de pies a cabeza.
—Já, preferiría quedarme contigo, si me lo permites— cruce las piernas y subí un poco mi vestido.
—Siempre serás bienvenida aquí Linda, te trataré como una reina— se levantó y cerró la puerta.
—Uy, eso se oye realmente bien— sonreí coqueta. Me levanté y me quite el abrigo. Dejé ver mí angosto vestido.
—Haré que te sientas mejor qué en casa— empezó a jugar con mi cabello y me tomo por la cintura y comenzó a besarme.
—Ansío que lo hagas— le dije al oído, los besos eran cada vez más apasionados. Tiro las cosas de su escritorio y me recosté en él. Lo tenía. Pero no podía alcanzar la bolsa. Tenía que pensar algo rápido.
Me puse sobre él. A él parecía encantarle. Mientras él me quitaba el vestido, me agaché para besarlo y entonces, tome el arma. Seguía besandolo apasionadamente.
—Pudrete en el infierno maldito cerdo infeliz— puse el arma en su cabeza y disparé.

Él ya no se movía, ni yo tampoco.
Cuando entre en razón, sonreí. ¡Lo había hecho!. Me sentía tan bien. Me encantaba ver su sangre por todo el escritorio, manchando los papeles y cayendo hacia el suelo.
Me puse de píe, limpie la sangre de mí rostro y me puse el vestido y el abrigo.

Miré el reloj, habían pasado 40 minutos. Qué rápido había sido.
Puse el arma en la bolsa, retoque mí labial rojo, me sentía eufórica. Vi a mí víctima, y tome una rosa blanca que tenía en uno de sus muebles. La manche con su sangre y la dejé sobre él. Era la firma de mi venganza.

Ya no era la misma de antes, era una nueva mujer, me sentía poderosa, llena de vida, sin un peso encima. Está era la nueva yo, y me encantaba.

Belleza Asesina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora