7- Bajo el agua

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—Me dejaste impresionado—dijó Joseth—fuiste maravillosa, no hay ningún rastro. Sólo que él guardia te vio, pero creo que ni siquiera puede describirte de tanto sedante que le diste—se soltó riendo.
-Pero... ¿él está bien?—me preocupaba, él pobre hombre me ayudó, y me sentía mal al  verle mentido tanto.
-Sí, estará bien. No te preocupes— tomo una soda del refrigerador. Se le veía bastante tranquilo.
—Está bien—dije mientras me sentaba en el sillón.
—¿Qué?—me dijo Joseth
—¿Qué de que?—pero sabía bien a que se refería.
—Estas rara, ¿qué te preocupa?
—Nada...—y claro que me preocupaba algo, y era saber donde estaba el abuelo.
—Hhmm, está bien. Bueno, ya me debo ir.
—¿Tan rápido?-—sí, había sido muy estúpida. Me daba igual cuando se fuera.
—Já, la señorita Linda, ¿quiere qué me quedé?— dijo mientras regresaba a mí.
Se podía ver como aparecía un brillo en sus ojos.
—Ppff, para nada—dije indiferente.
—Está bien, entonces me voy—se dio la vuelta y abrió la puerta.
—¿Qué sabes del abuelo?—el paro en seco, sabía algo.
—¿Él abuelo?—cerró la puerta tras de sí, y me volteó a ver—todos sabemos donde está, pero tiene comprada a toda la policía, nadie le puede poner una mano encima a ese maldito viejo—dijo molesto.
—¿Dónde está?—se sentó a mí lado y me miró.
—No te metas con él, siempre está vigilado, es muy astuto. Tiene años en el negocio, no dejará engatusarce fácilmente—y tenía razón, pero eso no me quitaba la sed de venganza.
—No me importa, tomare el riesgo. Quiero verlo muerto—dije mientras le miraba a los ojos.
Ese pequeño brillo de sus ojos había desaparecido.

—Piensa bien lo que dices, Linda. No quiero que te pase nada—dijo preocupado.
—¿A mí? No tienes de que preocuparte. Sabes muy bien que los odio , y no descansaré hasta verlos muertos. Lo sabes bien—estaba muy molesta.

Estaba tan cerca de Joseth que podía sentir su aliento.

—Está bien—y se alejó—hazlo, pero... no creo que puedas con él, es viejo, pero muy, muy astuto—dijo mientras se acariciaba su barbilla.
—¿Dónde está?—una pequeña sonrisa se dejó ver en mis labios.

Me había comprado un vestido nuevo. A ese viejo le encantaba ver a una mujer elegante, así que me compré un vestido con clase, pero seductor.
—¿Con quién viene?—preguntó uno de los guardias.
Se veía que tenia un largo historial delictivo; tatuajes en los nudillos y algunos pequeños en el rostro.

—Soy invitada del...—me acerqué a él y susurré—abuelo, me esta esperando.
—No me ha dicho él jefe— y volvió a ponerse en su lugar. Odiaba a estos tipos, siempre tan fieles.
—Vamos, dile que lo espera Linda. Linda, del Bar Paraíso.
—¿Paraíso?—pareció conocer el nombre.
—Sí, yo trabaja ahí, ya sabes.
—Está bien—me miró de pies a cabeza—espere aquí. ¿Linda dijo?
—Sí, Linda. Aquí le espero—dije.

Había una larga fila, para ser sincera me sentía fuera de lugar, era la única vestida para una reunión decente.

—Pase señorita, Linda—él viejo le había dicho que me llamará señorita, era un maldito, pero le encantaba la educación y esas cosas—él señor le espera en la puerta roja—y me señaló unas indicaciones con la mano.
—Gracias—sonreí hipócritamente.

Busqué la puerta, pero era más difícil de lo que parecía, el lugar estaba lleno de personas y casi completamente oscuro.
Por fin, después de mil años buscando la encontré. Una puerta roja. Estaba emocionada.
Esta vez no iba a permitir que nada se me saliera de control.

—¡Linda!—se puso de píe. Era increíble como todos los cretinos actuaban emocionados al verme. Tal vez la sentían, pero no por verme.
—¡Hola!—fingí yo también. Con una sonrisa mejor elaborada que la qué lance al guardia.
—¿Cómo estás?—me abrazó. Y el infeliz aprovecho para tocar mi trasero. No había cambiado nada.
—Bien—sonreí—¿y tú?.
—Mejor ahora que te veo. Pero que hermosa estás—era un viejo, con cabello blanco y barba blanca.
Aunque pensándolo bien, parecía de 50 años.
—Gracias—sonreí, fingiendo de nuevo. Era cansado fingir. Quería deshacerme de él, pero tenía que esperar.
—Oh, pero que educación la mía. Siéntate, Linda—me senté en unos de sus sillones. Eran de piel, bastante cómodos.

—¿Cómo está tu jefe?—dijó él.
—Ah, bien—me límite a decír.
—Escuché por ahí que casi lo atrapaban. ¿Quieres una copa?—al parecer no tenía ni idea que ya no estaba con él cerdo infeliz.
—Sí, por favor—sonreí—no tengo donde quedarme, ¿podría quedarme contigo?—pregunté como si me apenara.
—Pero, ¿segura qué no habrá problemas?. No quiero tener problemas con tu jefe—dijo mientras acercaba a mí la copa.
—Me dejó—dije sin más.
—¿Cómo?
—Sí, me dejó. Cuando llegó la policía se olvido de mí y he tenido que arreglarmelas sola todo este tiempo— dije mientras actuaba un rostro triste.
—¡Oh, Linda! ¿y por qué nunca viniste a mí?—dijo mientras se acercaba a mí y me tomaba de la mano.
—Bueno, eres un hombre muy ocupado.
—Para ti jamás, eres la mujer más bella que he visto—y me levantó la barbilla—te trataré como a una reina.
—No quiero ser una molestia—tenía que lograr que este infeliz se pusiera "romántico".
—Jamás lo serias, preciosa—y se acercó más a mí.
—¿Seguro?—dejé ver una leve sonrisa.
—Sí, seguro—y me besó.

Iba demasiado rápido, me besaba apasionadamente. Estaba empezando a quitarme el vestido, pero de pronto, se me ocurrió algo nuevo.
—¿Qué tal si vamos a otro lugar?—dije mientras acariciaba su nuca y le daba un pequeño beso.
—¿A dónde? ¿Un hotel?—y siguió besándome.
—Sí. Me siento incómoda aquí—le dije mientras lo miraba coqueta.
—Bien, conozco uno bueno—se dio la vuelta mientras buscaba sus llaves apurado.
—¿Irán tus guardaespaldas?— pregunté mientras lo abrazaba por la espalda.
—Tal vez, ¿por qué?
—Porque no sé si soporte hasta el hotel y ellos estén en el auto—se dio la vuelta y me sonrió. Yo lo besé y empezamos de nuevo con los besos apasionados.
—No creo que sean necesarios
—Bien, entonces hay que apurarnos— le dí un besó y tome mi bolso.

—¿Cuánto falta?—dije con ansías.
—Tal vez 10 minutos—y me plantó un besó.
—¿Y si paramos en el lago?—lo miré coqueta.
—¿El lago?—sonrió, la idea le agradaba.
—Sí—y me acerqué a él para besarlo.
—Está bien, vamos.
Se estacionó en un lugar perfecto, árboles alrededor, y el lago en frente.
—Espera un poco, te tengo una sorpresa—lo besé apasionadamente y después lo miré muy coqueta.
—Que sea rápido preciosa, me tienes loco.

Me pasé al asiento de atrás, y de mi bolso saqué un pañuelo humedecido con cloroformo, lo dejaría inconsciente al instante.

Acerque mis manos primero a su pecho, subiendo poco a poco a su boca, cuando él se dio cuenta era demasiado tarde, el cloroformo había llegado a su boca y yo lo apretaba con fuerza, con toda la que tenía. Él trataba de alcanzarme, pero me había alejado para que sus manos no me tocarán, estuvo forcejeando tanto, que hasta dudé en que pudiera, hasta que por fin dejó de moverse.
—Duerme abuelito, es hora de descansar, de tomar una siesta muy larga—me sentía con mucha adrenalina, ahora se acercaba lo divertido.

Lo puse en la orilla del muelle, él se movía, pero sin mucha fuerza.
Habían pasado ya 30 minutos y era el tiempo perfecto para que comenzará el juego.
—¿Qué pasó?—dijo él pobre infeliz.
—Vas a pagar lo que me hiciste—dije.

Era de noche, era una hermosa luna llena, se reflejaba en el lago, y eso me hacía sentir aún más poderosa y eufórica.
—No, Linda, no hagas ésto por favor. Te daré todo lo que quieras, ¡Todo!
—Y eso me darás, me darás tu muerte— sonreí mientras me acercaba a pasos cortos.
—¿A qué me ataste?—y empezó a moverse como loco.
—Piedras, piedras muy pesadas.
Te empujare al lago, y pues, te ahogaras. ¿No es genial?—sonreí—es algo nuevo, deberías estar feliz, eres él primero en probar este método.
—Me buscarán y sabrán que estuviste conmigo—me miró y sonrió.
—Já, lástima que todos tus amigos estaban tan drogados y borrachos.
—Te encontrarán y vengaran mi muerte.

Me acerqué aún más. No tenía de que preocuparme, lo tenía atado de píes a cabeza.
—Y cuando lo hagan, habré matado a todos ya—dije con una gran sonrisa— Adiós, abuelo. Te deseo el peor mal que puede haber, espero jamás tenerte que ver. Ah, ¡casi olvidaba algo!—saqué de mi bolsa una rosa blanca, y se la puse en el bolsillo de su saco—Ahora sí—y me puse de píe.
—No lo hagas, tengo millones—puse mi pié en su pecho—¡no lo hagas maldita perra!
—¡Ups!—lo empujé y cayó sin más al lago.

Belleza Asesina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora