10- Confundida

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—Ya puedes cerrar la boca—dijo Zacarias mientras cerraba la puerta.
—¿Qué diablos haces aquí?—le pregunté.
—Al parecer no estas nada feliz de verme—hizo una cara triste. Después sonrió y acomodó su traje—¿Cómo te va Linda?.
—¿Y esos tatuajes?—aún estaba helada, no sabía si estaba soñando.
—Después que casi me mata la policía, me quedaron unas cicatrices horribles, y lo mejor que podía hacer era tatuarme. Además, me quedaron bien, ¿o no?—sonreí. Debía admitir que sus tatuajes se miraban muy bien, era más interesante.
—Oye, ¿qué pasó con el gordo?— dije mientras me mordía el labio. Me puse nerviosa con sólo preguntarle eso.
—Pensé que ya lo habías matado—me guiño el ojo-pero...—se acercó más a mí—aún sigue en pié la oferta de matarlo—lo dijo muy serio.
—Lo haré, no necesito de tus ofertas— me alejé un poco de él.
—Está bien. Sólo déjame participar... yo también quiero mi venganza—se dio la vuelta y prendió un cigarrillo.
—Hey, tenemos que irnos—había olvidado que había un cadáver entre nosotros. Tome su cigarrillo y lo apagué—¿ya limpiaste tus huellas?
—¿Para qué?—preguntó relajado.
—¿Cómo que para qué?—no podía creer lo que me decía.
—Tranquila, igual a mí ya me buscan— se sentó en la silla y puso los píes en el escritorio.
—Levántate de ahí—dije molesta. Le lancé un pañuelo—limpia tus malditas huellas, no iré a la cárcel por tu estupidez.
—Agg. Cuando estás en la escena del crimen te pones muy gruñona—se levantó y empezó a limpiar las huellas.
—Limpialo a él también.
—¡Sí, señora!—se paro burlonamente haciendo una señal de "respeto".
Era tan infantil.
—¿Podrías tomarte ésto en serio? Mataste a alguien—rodé los ojos.
—No lo maté—dijo mientras soltaba una carcajada.
—¿Qué?—dije confundida.
—Él se disparó sólo—empezó a acercarse lentamente a mí.
—¿Cómo? No entiendo.
—Yo sé muchas cosas, lo amenacé. Él sabía bien que era mejor estar muerto que vivo, no le convenía que yo hablará. Y la única opción que le dejé fue ésa—se dio la vuelta de lo más natural posible y encendió otro cigarrillo.
—Bueno...—no sabía que decir ni hacer—vamos—me dí la vuelta y tome mi bolso.
—¿A dónde?
—Agg. A una fiesta señor inteligente— dije con sarcasmo.
—Que humor—rodó los ojos.

Salimos sin ningún problema. Él salió primero y yo salí al final.
Él cantinero se nos quedó mirando un poco, pero después siguió haciendo lo suyo.

—¿En mi auto?—dijo Zacarias.
—Por favor—dije. Él me abrió la puerta del copiloto.
—¿No quieres ir a una fiesta?—mis amigos darán una buenísima, irá un grupo, es muy bueno—dijo mientras encendía otro cigarrillo.
—¿Fiesta? ¡Já! Acabas de matar a alguien—dije.
Después le quité el cigarrillo de la boca y lo tire por la ventana.
—¡Agg! ¿Tienes un problema con mis cigarrillos?—preguntó molesto—ya me debes una caja.
—Siempre he tenido que soportar el olor y no pienso seguirlo soportando. Él no dijo nada, nos quedamos en silenció unos minutos.
—Veté por la carretera libre y das vuelta a la derecha—dije. Ya quería llegar a casa.

—Que casa tan... cómoda—dijo Zacarias mientras se sentaba en el sillón.
—Gracias. Me iré a bañar—toma algo de comida si gustas.
—Sí, muero de hambre.

Cuando salí de bañarme él ya estaba dormido en mi cama, pero ni loca dormiría a su lado, además que olía demaciado a cigarrillo.

—¡Hey, bello durmiente!—le pegué con una almohada—está es mi cama, allá está el sillón.
—Hhmm, ¿así tratas a tus invitados?— rodó por la cama y se enredó en la sábana.
—¡Hey!, ¡Quítate!—no recuerdo que fuera tan insoportable.
Él parecía un muerto. Cansada caminé hacia el sillón y me tiré en él.

—¡Despierta bella durmiente!—me pegó con la almohada.
—¡Déjame!—dije molesta.
—¿Ahora sabes lo que se siente?—él desgraciado siguió molestándome. Odiaba que interrumpieran mi sueño.
—Agg. ¡Ya!—me levanté.
—Tengo hambre—dijo con una sonrisa.
—Cocinate—me di la vuela, tenía una sed de infierno.
—¿Así tratas a tus invitados?—rodé los ojos.
—No eres mi invitado.
—Uuhh, eso dolió—hizo una cara triste.
Al final se levantó y empezó a cocinarse algo.
Estábamos sentados ya en la mesa desayunando.
—Oye... ¿qué sabes del gordo?—pregunté.
—Se esconde, es un cobarde. Dicen que...
—Linda, a que no sabes a quien encon...tre—dijo Joseth. Se quedó viéndonos.
Yo no sabía que hacer, no hacíamos nada malo, pero me sentía avergonzada.
—Hola... ¿Joseth?—dijo Zacarias mientras se ponía de píe.
Él rostro de Joseth cambio, él de ambos. Se miraban con repudió.
—Estás vivo—dijo Joseth.
—No soy tan fácil de matar, ¿verdad?— Zacarias se acercó más a él.
—Debí haber apuntado mejor—dijo Joseth.

Después recordé, Joseth había sido de los policías que casi mataban a Zacarias.
Me quedé helada.

—Ah... chicos, por favor—me puse en medio de ambos separandolos—no hagan nada sospechoso.
—¿De dónde diablos lo sacaste?—dijo Joseth—¡si él está aquí no pienso ayudarte un carajo! Sólo piensa con que tipo de ratas te metes, Linda— azotó la puerta detrás de él.
—¿Es tu novio?—dijo Zacarias.
—No—me límite a decir.
—Como sea, si ese tipo estará contigo no te ayudaré a matar al gordo—se acercó a mí—y yo sé donde está.

Me quedé sola y confundida.
¿Ahora qué diablos haría?

Belleza Asesina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora