Lady Ruttland era una mujer que rozaba ya los cincuenta años, pero ante todo intentaba aparentar diez o quince menos. Su cara estaba literalmente enterrada bajo una espesa capa de maquillaje y su vestido no era precisamente discreto. El tocado de la cabeza era cuanto menos increíblemente extravagante, de un color verde lima que se distinguía entre la multitud de cabezas. Si no hubiera tenido marido cualquiera habría pensado que esa noche se proponía coquetear descaradamente con todos los hombres de la fiesta. Sin embargo, la simpatía y la amabilidad que tanto la caracterizaban conseguían ocultar un poco esa imagen tan estrambótica que siempre mostraba. Nada más ver al ex militar John Hamilton, el padre de Margaret, caminó deprisa a recibirlos como buena anfitriona.
-¡Has venido! -gritó dirigiéndose a ellos.- Pensé que te quedarías en casa, otra vez. -dijo, enfatizando en el último enunciado. -Estoy muy contenta de verte, John. -entonces se fijó en la joven mujer que lo acompañaba, pero antes de poder gesticular palabra, el hombre la presentó.
-Es mi hija, Margaret. -puso una mano en la espalda de su hija para que se adelantara y saludara a la marquesa. -Te hablé de ella. ¿Recuerdas?
-¿Cómo no voy a acordarme? ¡Bienvenida, querida! Ya veo que tus padres hicieron un buen trabajo. -añadió con una sonrisa.- ¿Por qué nunca la habías traído, John? ¿Tienes miedo de que te la roben? -prosiguió con una sonora carcajada.
Margaret, que hasta ese instante se había mantenido en silencio, consiguió hablar. El carácter de Lady Ruttland, al igual que su semblante, la habían paralizado en un estado de sorpresa y admiración a la vez. Podía ver cómo detrás de ella se desencadenaba un gran baile y diversas conversaciones interesantes entre los invitados que desde allí no podía escuchar, pero que por las caras de los presentes parecían ser de todo menos aburridas. Solo deseaba poder entrar para internarse en ese paraíso. Cómo se había equivocado Grace... ¡Para nada resultaría tedioso! Y en cuánto a ese conde... La sala estaba llena de hombres que conversaban o bailaban junto a sus parejas. Ninguno parecía querer aprovecharse de ninguna mujer. Puede que todavía no hubiera llegado. En fin, fuera como fuera, no le importaba en absoluto, ese tal Norfolk no le estropearía la velada, puede que ni siquiera viniera.
-Es la primera vez que asisto una fiesta, milady. -dijo- Supongo que conociendo a mi padre sabrá que sus reglas son muy estrictas. -finalizó con una sonrisa hacia el señor Hamilton.
-Es lo que tiene ser hija de un militar, querida. -recalcó la marquesa arqueando las cejas. Después miró al hombre. -Voy a llevarme a Margaret un rato. -antes de que John pudiera replicar, Lady Ruttland le puso el dedo índice ante los labios y le obligó a tener la boca cerrada.
-Estaré bien, papá. -¿quién no lo estaría?
-Lo sé. -contestó él, volcando toda su confianza en la mujer de labios excesivamente rojos. Suspiró mientras observaba como su hija se alejaba hasta desaparecer entre la gente.
Margaret se sentía como un niño en una tienda de golosinas. No podía haber estado mejor en ningún otro lugar. La marquesa la estaba arrastrando hasta el fondo de la sala, donde se habían congregado todas sus amigas, con vestidos más sobrios -incluso demasiado- que el de la anfitriona que se abanicaban con energía.
Los ventanales que daban a la terraza estaban abiertos y por ellos corría un aire fresco de verano, tampoco es que hiciera tanta calor. Supuso entonces, que algo las tenía nerviosas o, tal vez, acaloradas. O puede que fueran imaginaciones suyas.
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Seduciendo a un desconocido
RomanceIMPORTANTE: En esta plataforma se pone a disposición una serie de capítulos, pero no se encuentra completa. La novela íntegra está en el siguiente enlace: https://www.starywriting.com/novel/aiaqIo%2FtnCYrygkBBNl9Mg%3D%3D.html Margaret Hamilton es p...