Capítulo 8

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Margaret estaba inquieta. Sentada sobre su sillón preferido en un rincón de la biblioteca, no conseguía concentrarse con el libro que sujetaba entre las manos. Exasperada, lo cerró y lo dejó descansando sobre su regazo mientras pensaba en cómo decirle a su padre la cita que tenía en menos de tres horas.

Existía la remota posibilidad de que no conociera al conde, o al menos su reputación, aunque ya se imaginaba la cara de Grace cuando le contara su padre que estaba con Lord Norfolk, y la de Will cuando los dos irrumpieran en la ópera como locos, buscándola por detrás de las cortinas de los palcos exageradamente preocupados.

La imagen logró sacarle una sonrisa. Pero el problema todavía no se había solucionado. El reloj de pie de la salita dio las siete y media de la tarde. Fue como un recordatorio de que debía contarlo cuanto antes.

Salió de la biblioteca para dirigirse al despacho de su padre, el lugar donde podía pasarse horas y horas sumergido entre antiguos papeleos y cartas de ex compañeros. A John Hamilton no le gustaba que lo interrumpieran mientras estaba en esa parte de la casa, pero pensó que era algo necesario.

Cuando estuvo delante de la puerta, titubeó. Notaba en el pecho un martilleo constante que  le impedía la tranquilidad que deseaba tener. No estaba segura de decírselo. Había tenido la sensación de que no había acabado de creerla al hablarle de Ruttland, algo que podía entender al tratarse del hijo de su gran amiga, pero resultó ser una decepción punzante para ella. Debía seguir pensando que era el adecuado para presentarla en sociedad, y si lo reflexionaba bien, podía usar eso como una excusa para poder asistir a la ópera.

Pero nunca le había mentido a su padre. La mano que quería coger el pomo temblaba ligeramente. Volvió, enfadada consigo misma a la biblioteca, cogió el mismo libro y siguió leyendo por la página en la que lo había dejado. Algo inútil. Los ojos le bailaban por encima de las letras, pero no leían nada. Un cúmulo de caracteres se movía sobre la hoja y le provocó un pequeño mareo, por lo que tuvo que dejarlo sobre la mesita de nuevo. Se negó a levantarse del sillón, apoyó la espalda y sin siquiera darse cuenta, cayó en un sueño profundo, agotada.

-¿Señorita?

La voz de Grace parecía lejana. Los párpados le pesaban y le costó abrirlos. La mujer estaba inclinada sobre ella, con una mueca de preocupación en el rostro. ¿Había pasado algo?

Consiguió incorporarse lentamente.

-¿Qué ocurre? –aún estaba aturdida. Pero entonces todo el sueño se desplomó de golpe. ¿Cuánto habría dormido?  Salió de la biblioteca con Grace pisándoles los talones. Todavía no había dicho nada a su padre y a saber qué hora era. ¿Y si llegaba tarde?  ¿Qué excusa le pondría al conde?

-Señorita. –volvió a repetir, con angustia. -¿Qué hace aquí el conde Norfolk? ¿Lo ha invitado usted?

Margaret se paró en seco. ¿Lo había oído bien? Se giró para mirar a Grace, pálida y preocupada. Ya se imaginaba su cara de horror al verle en la puerta. Pero ¿por qué había venido? Por el amor de Dios… Ya no solo la torturaba en sus sueños, ahora también en la vida real.

Hizo lo posible para aparentar normalidad, como si su visita no fuera inusual. Puede que así consiguiera calmar un poco a Grace.

Seduciendo a un desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora