Grace permaneció en silencio mientras le quitaba el vestido a la señorita Hamilton. Se moría de ganas de acribillarla a preguntas, pero a altas horas de la noche y lo agotada que se la veía, supuso que no era un buen momento, quizás, por la mañana, durante el desayuno, pudiera saber qué tal le había ido. Notó algo de tensión en sus músculos mientras le quitaba el corsé. ¿Qué habría sucedido?
Margaret sabía que su dama de confianza estaba resistiendo mucho para no interrogarla a fondo, y en lo más hondo de su alma se lo agradeció debidamente. No tenía el cuerpo para un montón de cuestiones que ni ella misma sabría contestar.
Cuando consiguió separarse del marqués fue enseguida a buscar a su padre para marcharse. Ya no le había importado lo ilusionada que había estado horas antes para asistir. Le había puesto la excusa de que tenía sueño y estaba cansada. John Hamilton no buscó otra razones, ya que, siendo la primera fiesta que asistía su hija, podía entender perfectamente que le costaría acostumbrarse a los horarios de éstas.
Mientras se quitaba el maquillaje, una imagen fugaz del invernadero asomó en su mente. Después aparecieron unos ojos azules, muy claros. Will. Todavía recordaba el nombre por el que lo había llamado esa mujer. Se miró en el espejo y vio que en sus pómulos había aparecido un rubor, rosado e intenso, algo que no pasó desapercibido por Grace, quien la miró por encima de su cabeza a través del cristal.
-Espero que lo haya pasado bien. –se atrevió a decir después de aguantar esos largos minutos sin hablar.
-Sí. La casa era preciosa. Lady Ruttland es una buena mujer con un gusto excelente. –su intención había sido contestar con un simple monosílabo, pero extenderse un poco para el agrado de Grace no le suponía mucho esfuerzo.
-Han vuelto pronto, señorita. Normalmente estas fiestas se alargan hasta pasada la media noche. -dejó el vestido sobre un sillón y revisó que toda la habitación estuviera en orden.
-Lo sé, pero papá creyó que era suficiente. –su mentira piadosa coló. Lo dijo en un tono de cansancio totalmente real, ya que notaba todo su cuerpo pesado. Necesitaba acostarse de inmediato o no despertaría a la mañana siguiente. Escuchó el “buenas noches” de Grace, al que correspondió amablemente, y el ligero sonido de la puerta al cerrarse. Fue entonces cuando suspiró abiertamente y pudo mirarse al espejo sin sentir que algo la reconcomía por dentro.
Su primera fiesta y debía terminar así. Con un marqués que pretendía cortejarla y la imagen indecorosa de una pareja ofreciéndose cariño en un jardín. Pero aun así, le había parecido fantástico. Cuando había bailado con su padre, a pesar de que su cabeza había estado en otros asuntos, le había gustado mucho. Y cuando había bailado con George Berkley… No había sido del todo desagradable al fin y al cabo. Algo pegajoso quizá, pero ese hombre bailaba especialmente bien y le había parecido deslizarse por las baldosas al ritmo de la música.
Pero no quería que la cortejase. No le gustaba para nada y no le agradaba la idea de estar sola con ese señor aunque fuera tan solo para pasear. Debería hacer lo posible para encontrarse con él y dejarle las cosas claras, para que no hubiera ningún malentendido y nadie saliera dañado.
Estaba segura de que no conseguiría dormir en toda la noche, y era bastante ridículo que un hombre le quitara el sueño. No era ninguna jovencita de esas que escribían poemas contando su soñada historia de amor con algún hombre apuesto y de alta alcurnia.
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Seduciendo a un desconocido
Roman d'amourIMPORTANTE: En esta plataforma se pone a disposición una serie de capítulos, pero no se encuentra completa. La novela íntegra está en el siguiente enlace: https://www.starywriting.com/novel/aiaqIo%2FtnCYrygkBBNl9Mg%3D%3D.html Margaret Hamilton es p...