Era difícil esclarecer en qué estado se encontraba el marqués de Ruttland, sentado rígidamente sobre el asiento y pareciendo elegir las palabras exactas para dirigirse a una dama. Margaret intuía que se estaba esforzando para no maldecirla en voz alta.
-No me mire así. –le reprochó ella, visiblemente enfadada. -Soy yo la que debería estar furiosa con usted. Si estoy volviendo a su lado es por mi padre, que así lo ha querido. –jamás le perdonaría como la había tratado en el jardín de Lady Berkshire.
Berkley no dijo nada, permaneció tenso mientras miraba el paisaje húmedo y frío de Londres. Cruzaron el Támesis, y puede que impulsado por las cautelosas aguas del río, se giró para hablar.
-¿Por qué ha aceptado la invitación de Norfolk? -preguntó, o más bien exigió una respuesta.
-No tengo por qué darle explicaciones de lo que hago. Que usted esté dispuesto a casarse conmigo no nos convierte en pareja ¿sabe? Todavía soy libre de hacer lo que me apetezca. –advirtió Margaret, ofuscada. Aunque esa misma pregunta se la repetía mentalmente, una y otra vez y no encontraba una razón coherente más allá de molestarlo a él por haberla tratado de ese modo.
Tampoco sería tan grave, la ópera era un lugar público y lo único que pasaría era que estaría sentada a su lado mientras observaba la obra. También dependía de la distancia que significara “al lado”. Si no se rozaban, mejor. Permanecería todo el tiempo con los ojos calvados en la representación e intentaría olvidar que Will estaba allí.
Era la segunda vez que pensaba en él por su nombre de pila, y es que por más que lo evitara, retumbaba en su mente sin poder remediarlo.
-Su padre no le permitirá ir cuando sepa quién la acompaña. Pero si tanta ilusión le hace asistir, no tendré ningún reparo en llevarla.
-Ya le he dicho que sí al conde. –dijo, esperaba que le sirviera como excusa para desembarazarse de él, pero tratándose de George Berkley, el pedante hijo de Lady Ruttland, nada podía darse por seguro.
-Yo mismo podría darle la noticia. –se acomodó en el asiento. –De que prefiere ir conmigo.
Margaret lo miró fríamente.
-No prefiero ir con usted.
-¡Ese hombre le arruinará la vida! –gritó, lo suficientemente alto como para que ella se echara un poco para atrás.
El hombre respiró hondo y volvió a incorporarse. Había perdido los estribos muy fácilmente, pero ese miserable de Norfolk lo sacaba de sus casillas.
-Solo vamos a ver la ópera, por el amor de Dios. –se atrevió a decir Margaret, quitándole una importancia que sabía que tenía. –Es usted el que hace unos minutos me ha ofrecido ser su esposa, no él. En estos momentos, no sé con quién arruinaría mi vida.
Lord Ruttland se quedó mirándola, atónito. No solo lo había comparado con el conde sino que encima lo había dejado por debajo. ¿Era posible? ¿Una mujer lo estaba humillando? No sabía que era más difícil de soportar, que lo dejara en ridículo William Lowell, o la hija de un antiguo general con la absurda idea del romanticismo en la cabeza.
ESTÁS LEYENDO
Seduciendo a un desconocido
RomanceIMPORTANTE: En esta plataforma se pone a disposición una serie de capítulos, pero no se encuentra completa. La novela íntegra está en el siguiente enlace: https://www.starywriting.com/novel/aiaqIo%2FtnCYrygkBBNl9Mg%3D%3D.html Margaret Hamilton es p...