Parte cuatro.

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Parte cuatro.

Deambularon alejados de las calles más concurridas, entre callejones angostos y obscuros donde lo único que había era basura, animales callejeros y vagabundos, deteniéndose frente a una gran puerta metálica color negro cubierta de óxido.
Su captor se tanteó los bolsillos y luego de echar un suspiro resignado, arrancó la puerta para entrar.

"Vive en un lugar tan corroído como este?". Era un lóbrego depósito con las paredes despintadas, el suelo repleto de cajas apiladas y estanterías.
Luego de que Saitama tropezara y gruñera maldiciones a todas partes, decidió guiarle hacia el otro lado del mugriento recinto con indicaciones cortas y precisas, aprovechando su visión nocturna.
Fuera de allí les esperaba una escalera larga con puertas en cada descanso. El mayor comenzó a subir sin prisa ni pausa mientras tarareaba una extraña melodía, casi olvidándose de que cargaba con el cyborg bajo el brazo.
Se detuvieron en el último piso. Detrás de la desgastada puerta se desplegaba un pasillo que daba a un ascensor y al fondo un pórtico doble que asumía, era donde el calvo quería llegar.

El departamento apenas tenía unos cuantos muebles a pesar de ser tan espacioso. Un escritorio con unas cuántas cajas al lado, un sofá y la mesa con tres sillas, muy distanciados unos de otros. Aunque era demasiado lujo para alguien como su maestro, se veía que en su desapego a lo material no había cambiado.
Podía contemplar su reflejo a través del pulcro embaldosado color negro, sobre el cual se erigían columnas del mismo color, ornamentadas con apliques dorados desde la base hasta los capiteles. La iluminación estaba mayoritariamente a cargo de una lámpara colgante con forma de dragón chino, que parecía pasearse a lo largo y ancho de todo el techo.
El toque final de aquel lugar, eran los amplios ventanales por los que vislumbraba la intensa luminaria de la ciudad haciendo frente a las penumbras. Se quedó absorto en el paisaje urbano, de modo que no se dio cuenta que aquel Saitama lo había dejado solo, hasta que oyó el murmullo lejano de la ducha funcionando.
"Entonces realmente vive aquí". No podía corroborarlo, ya que a duras penas movía su cabeza para estudiar su alrededor. No le quedaba otra que esperar y depender de su secuestrador.

Alguien comenzó a aporrear la puerta incesantemente, llamando al calvo a gritos para que abriera. Eran dos voces, un delicado pero inconfundible tono masculino y los aturdidores gritos de una mujer.

- ¿Qué es todo ese escándalo? - Saitama fue a paso cansino hasta la puerta y abrió, dejando entrar a quienes sean que llamaban. Genos por su parte, volteó la cabeza cuanto pudo para asomarse a ver, sin éxito por desgracia.

- Saitama, amigo. Qué bueno volver a verte - la voz sonaba cálida y afectuosa, por lo que supuso que serían muy cercanos. Le resultaba ligeramente conocido, pero no lograba identificarlo con claridad. Muy al contrario de la voz femenina que ya registraba por hastío de escucharla tantas veces.

- ¡¿Dónde diablos estabas?! - los tacones hacían eco en toda la estancia. Aquella fémina histérica estaba caminando en círculos mientras chillaba sin parar - ¡¿Tienes una idea de lo que nos hiciste pasar?!

- Deja de gritar, estoy cansado

- ¡Yo también lo estoy! Desde que te fuiste la ciudad esta repleta de anomalías y aún con tu regreso no cesan. No sé qué tanto has estado haciendo, cuando fuimos a buscarte encontramos los c--

- ¡Fubuki-san! - el joven le cortó antes de terminar la frase. Pese a que su visión no los alcanzaba, Genos pudo notar la tensión.
Permanecieron en silencio casi una eternidad, hasta que Saitama habló con voz lúgubre pero imperiosa.

- Llamen a Metal Knight...

- Él... no está - ante esa respuesta soltó un sonoro suspiro que denotaba su molestia.

El amor en tres simples palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora