Descartando aquello... esa fue una noche mágica. Había una luna grande y amarilla que iluminaba similar al sol, solo que dejaba a las estrellas presenciarse. Era muy tarde y no había nadie andando cerca: los vigilantes ya no tenían a quien vigilar y los prisioneros ya no serían más prisioneros de su destino. Todos los que ahí quedaron se dedicaron primordialmente a festejar y a emborracharse bajo sus techos, mientras que nosotros, solitarios, afuera nos encontrábamos como dos almas abandonadas.
- Miremos el cielo –me propuso, haciéndome subir las escaleras de un edificio vacío próximo a unos árboles.
Todo estaba tan tranquilo y silencioso, tan claro y despejado que nadie, ni siquiera los animales del bosque adyacente, podrían vernos en ese momento tan onírico. Me guió cautelosamente por solitarios caminos para subir al techo, mientras nos lanzábamos miradas misteriosas y ambiguas y con sonrisas implícitas pero explícitas a la vez.
Nos sentamos en las almenas que se encontraban en el último piso, uno en cada una, con los pies colgando a lo que sería el mundo, y en medio de la cálida brisa de verano comenzamos a hablar.
- ¿Me dirás por qué estás haciendo todo esto, tan ilegal? –le pregunté, levemente risueño mientras me acomodaba.
Él pensó un momento y lanzó un suspiro.
- Mi padre se podría considerar como "la mano derecha del Führer" –dijo sacándose el casco y dejándolo a un lado–. Quizás ya lo escuchaste aquí como El Gran Señor. Su estrecha relación con él, la que se ha ido construyendo desde hace mucho tiempo, lo llevó a dedicarse completamente al ejército, actividad a la que él era solo aficionado en un principio. Convirtiéndose en un fanático entonces me llevó... no, mejor dicho me obligó, a detener mis estudios para que yo me dedicara a la milicia. "Ahora que estamos en guerra, es cuando más necesitamos a valientes e inteligentes jóvenes como tú" me dijo, o algo así. Yo quería estudiar cualquier otra cosa, daba lo mismo qué, pero para ayudar a los demás, para hacer el bien... pero pareciera que solo puedo dedicarme a lo contrario.
Miraba al vacío. Parecía razonable. Me daba lástima.
- Ya le has dicho a tu padre lo que realmente quieres, supongo –le dije yo.
- Sí, claro, muchas veces, pero se niega a escucharme, o a siguiera considerar otros caminos. Es el tipo de persona que se rehúsa a todo lo innovador, a lo que su estrecha mente no pueda predecir. Dice que sería una deshonra no cumplir con lo correcto. Lo correcto según sus principios, claro.
Pasó un rato, en donde su vista se posaba en algo lejano y se tocaba sus dedos, perdido.
- Cuéntame algo de ti, Eizer. No sé nada acerca de ti más allá de tu nombre.
- Ahm... soy de Varsovia. –De repente mi cerebro hizo sinapsis y recordé eso que le quería preguntar desde hacía tiempo y no me dejaba en paz–. Por cierto, ¿qué relación tienes con la chica del balcón?
- ¡Ah! –se descolocó–, olvidé explicarte eso. Perdón... pero aparte de obligarme a seguir el régimen, me imponen el modo de vida que mi papá quiere. Me dice que me case con la sobrina del Führer, por lo que ella jura que estamos saliendo.
No sé qué cara puse en ese momento, pero espero que él no la haya visto.
- Lo siento –continuó–. Y no siento algo por ella, de verdad, trato de alejarme pero sigue siempre con la misma idea de que la quiero. Yo... no sé cómo decirle tampoco que se resigne. Mi papá me mataría si llegara a saber que la destrocé. Ah... y eso que viste, por si acaso...no era mi intención producirlo, yo... –miró para otro lado–...siempre trato de evitarlo, pero siempre termina sucediendo. Es realmente muy insistente esa chica, espero que comprendas.
- Sí, sí, comprendo.
No podría explicar bien cómo, pero si las palabras que yo oía salían de su boca, creería ciegamente en ellas. Lo comprendía y me ponía en su lugar de una forma en la que nunca lo había hecho, y sentía que nuestro grado de confianza y cercanía podría hacernos creer en el otro en todo lo que nos dijéramos.
- ...Y como decía, soy de Varsovia. En general escribo. Bueno, solía escribir, porque yo creo que a estas alturas ya se me olvidó lo que es eso. No tenía pensado nada muy definido sobre a qué dedicarme. Me separaron de mi familia al traernos acá, pero a pesar de todo fue algo que me hizo crecer bastante –pensé que quizás aquello sonó muy infantil–. Disculpa, ¿qué edad tienes?
- Diecinueve. ¿Tú?
- Diecisiete –calculé que mi cumpleaños ya habría pasado.
- Ahh... –rió un poco.
- Eh, ¿qué quieres decir con ese "Ahh..."?
- Nada... –dijo bajándose del borde del edificio, y, tomando un palo de escoba con un trapo que había allí tirado, comenzó a tentarme al juego dándome pequeños golpes, con una dulce curva en su rostro.
- En guerra quieres estar, parece –dije, sacando una rama del árbol que tenía a mi alcance, y comenzamos una batalla de esgrima.
Reímos, maldecíamos al otro y nos entretuvimos, pasándolo mejor que cualquier otra noche, a pesar de que se haya ido Wladimir, que mi familia no estuviera; que se trataran de tiempos tan difíciles. Que no hubiera consuelo frente a la muerte injustificada. De pronto, me tocó con el palo.
- ¡Gané! Parece que me subestimaste.
- Ya lo sé, admito que eres un poco bueno en esto.
- Ja. ¿Un poco, solamente? Tienes que pagar con penitencia, que no se te olvide.
- ¿Qué? Oye, ¡en ningún momento acordamos eso! Tramposo.
- ¿Cómo que no? Tienes una falla en la cabeza –rió.
Se acercó hacia mí, muy cerca los dos parados. Me dijo casi susurrándome en mi oído:
- Eizer. Quiero que... –mi corazón ya palpitaba más rápido– ...Quiero que admitas que perdiste porque yo soy mejor.
- ¡¿Qué?! ¡Ni lo sueñes! –dije enfadado.
- ¡Es broma, es broma! –dijo tomándome el brazo.
Me puso frente a él contra una baranda, esta vez sí muy cerca, lo suficiente para que nuestras narices toparan.
El aire que respiraba yo, era el que él exhalaba, y al revés: el ambiente era mío y de él, era solo de los dos. La luna nos emblanquecía solo a nosotros, el viento corría únicamente para enternecer el momento y hacer mover las ramas, nuestros cabellos y nuestras ropas. Incluso nuestros pulsos coincidían. Antes de que me diera cuenta sentí sus labios. Y luego, posó su cabeza en mi hombro, y oliéndome y abrazándome como si me hubiera identificado como suyo, le oí decir:
- Quiero que estemos juntos... siempre.
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Tras El Vidrio (Novela Corta)
RomanceEsta historia narra la experiencia de un joven polaco que, aún sin grandes experiencias en su vida, conoce a un soldado alemán en un campo de concentración, quien llega a romper los esquemas y algo más en el corazón del protagonista. Solo llegando a...