6. Imaginación

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Estaba profundamente confundido, desde hacía días. Reflexionaba sobre lo que había estado a punto de hacer. Eso no era normal. Me sentía un poco mal pero al mismo tiempo feliz, porque ese hombre me hacía estarlo profundamente. No podía internalizar aún todo lo que había pasado recientemente, era todo tan irracional, tan complicado. No sabía qué demonios estábamos haciendo. Seguramente dejando llevar nuestros impulsos en medio de la desesperación, ya que en su caso inferí que no le agradaba su trabajo ni su puesto. De ninguna manera aquello eran falsas interpretaciones o malentendidos; realmente estuvimos a un paso de tener un acercamiento físico anormal... Quería sólo desaparecer.

"¿O será él el chalado?" –me planteé en un momento. Pero lo descarté, porque admití que yo también lo disfruté mientras duró. Al parecer, los dos lo estábamos; los dos necesitábamos ayuda.

Mientras pensaba tal maraña de cosas, Wladimir, "el ruso", o "el comunista", me hizo despertar.

- Ey, ¿cómo tan volado? Estás haciendo mi cama, por si no te habías dado cuenta.

- ¿En serio? Ah, lo siento...

- No, no, no te perdono –bromeó poniendo su brazo en mi hombro–...si ya sé tu secreto.

- ¡¿Qué?! –exclamé bruscamente. Desesperado, realmente.

Miró para otro lado y se tapó la boca, haciendo una mueca de sorpresa teatral.

- Dime ahora qué es lo que sabes –le dije con tono de amenaza.

- Tampoco es gran cosa darse cuenta cuando alguien está enamorado, por favor...

Empalidecí. ¿Cómo fue que se dio cuenta? Pensé que a lo mejor nos vio, aún más preocupado.

- ¡Por favor no le digas a nadie ni comentes nada... aunque sea muy difícil! –le rogué ya derrotado y deshecho.

Vaciló unos instantes.

- Está bien, pero a cambio dime cómo se llama la chica. Ah, y preséntame a sus amigas.

Quedé medio en pausa.

- ¿Ah?

- ¿Cómo que ah? No dejas de mirar hacia el lado de las costureras. ¡Ya! –me pegó en la espalda y casi me voy para adelante–, no te hagas el inocente, se te nota todo en la cara, ¡hombre!

"Me... ¿salvé?." –pensé, aliviadísimo. Malos entendidos, por fin los aprecié.

- Aaah, claro, las costureras... les pasaré a todas el dato de tu existencia, arrasarás, te lo aseguro –inventé cualquier tontería.

- Así me gusta, hasta el último momento solidarios.

Reímos.

Un par de días después me tocó la cocina de nuevo, pues había terminado el muro ese de las pinturas, por lo que preferí volver a ponerme el delantal que trabajar en actividades de fuerza como las que mencioné en un principio. Con el jefe de sección nos dirigíamos al otro de una forma claramente tensa, pero en ningún caso muy negativa. Él seguramente quedó igual de pensativo con lo que pasó, así que lo más probable era que se nos pasaría poco tiempo después... o eso quería, porque no se me pasaba. Mi estado de torpeza no se me iba con él en frente, no podía actuar ni ser normal, no me podía sentir indiferente con su presencia, no podía evitar admirarlo, a él, a ese soldado del cual no sabía absolutamente nada de su vida... pero que hacía brillar la mía.

En cierto momento, hubo una convocatoria a todos los infelices al centro para cantar el horrible himno. No entendía por qué era una canción tan feliz. Nadie se veía, en efecto, feliz en ese lugar; una completa hipocresía. Al parecer también iban a hablar los jefes, seguramente sobre el Tercer Reich, alguna actualización de la guerra o algún tema incentivando al odio. Estaba expectante, pues en una de esas lo iba a escuchar a él hablar, o sea... a Kjeltt.

Tras El Vidrio (Novela Corta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora