17. Kjeltt

274 34 20
                                    

Llegué apurado al otro lado del campo, y lo que vi me apuñaló el alma: soldados en todas partes festejando y haciendo asados mientras que desde una estructura salía humo. "¿Ya... prendieron... la máquina?" –pensé en voz alta. Siguiente a eso, un grito de rabia incontrolable salió de mi ser y fui hacia la sala de máquinas y tomé, creo que del cuello, al técnico ejecutor.

- ¡DETÉNLA AHORA!

- ¿Q-qué? –dijo tratando de zafarse de mí.

- ¡Te digo que pares esta mierda!

- No se puede parar una vez que se activa... ¿pero por qué razón, señor? –tartamudeaba.

- ¡Aaah! ¡Entonces pásame la maldita llave! –lo empujé contra la máquina.

Realmente no me daba cuenta de lo que hacía. El sujeto buscaba la llave durante largos segundos, el estúpido.

- ¡Apúrate, imbécil! –le insistí.

Se volteó a hacia mí con cara de desconcierto, y cuando ya lo iba a golpear reaccionó por fin diciendo:

- L-la llave la tiene otro general...

- ¿¿Qué??

- Ah, pero ahora que recuerdo, hay una copia extra que se la pasaron, si es que no me equivoco, a usted.

- ¡¿A mí, dices?! –enfurecí aún más por mi incomprensión.

- ¡Por favor, no me haga daño! –me rogó cayéndose de rodillas.

De pronto recordé ese momento de la reunión, en que pensaba en otros temas cuando alguien me pasó una llave que yo había guardado. ¿Dónde fue que lo había hecho? Revisé raudamente todo lo que había en mis bolsillos pero no encontré absolutamente nada parecido. Lanzaba las cosas por los aires. De pronto sentí que había algo así como un pedazo de papel, pero muy pequeño, doblado en dos. No sé por qué, pero lo saqué y lo leí.

Me paralicé.

Ya nada importándome me dirigí al gran bloque y, con descontrol cogí la metralleta y abrí fuego contra la puerta, sin considerar la gente que allí había ni la imagen que se crearían del general Hasseldieck-hijo actuando de forma tan psicópata. Al notar que mis balazos solo producían agujeros, procedí a forzar la puerta con la misma, y cuando ya me tenían los soldados con el fin de controlarme, esta cedió y pude entrar al infierno donde se encontraba Eizer esperándome.

Una gran ola de humo blanco se abalanzó sobre mí, pero sin ser impedimento me adentré gritando su nombre, sin detenerme. Vi horrendamente que nadie daba señal de vida, entonces comprendí que se trataba de una extensa alfombra de cadáveres, esto mientras que los otros desde la puerta me llamaban y amenazaban con irme a buscar.

Mi ira no pudo más. "¡¡¡Cállense de una vez!!!" –grité, y les disparé desde adentro por varios segundos. Quizás maté a alguien, pero no me importó. Seguí con mi búsqueda, mirándoles el rostro a todos los cuerpos con los que tropezaba, examinando sus rasgos mortuorios, sin expresión, sin vida, sin dignidad. Mi vista se empezó a despejar un poco más, hasta que en una esquina vi a un individuo de cabello azabache, de escuálidas proporciones y con presencia de... nada. Corrí. Lo toqué. Lo miré. No se movía. Tenía los ojos abiertos.

- Eizer... ¡¡¡EIZER!!!

Pero seguía igual. Lo agité, le di respiración, y nada.

- Por favor, no, no, por favor, ¿en qué quedamos...? ¿No me dijiste que te quedarías conmigo? ¡Cumplí mi palabra!!.... ¡Te vine a buscar.....! ¡¡¡Respóndeme, maldita sea!!!!

Rompí a llorar, pues mi alma se desmoronaba. Gritaba, gritaba porque estaba seguro de que nadie en la tierra había alguna vez sufrido lo que yo sentía en ese momento. Continué.

- Perdóname, perdóname, ¡por favor! Nunca te lo dije, soy lo peor, sé que nunca me perdonarás mi soberbia, pero lo diré incluso en este momento para humillarme: Te amo como a nadie... nadie del mundo... yo.... yo no... –me atragantaba con mis palabras­–...yo no te lo alcancé a decir, soy lo peor... Eizer...

Y seguí repitiéndolo aferrándome a él, sabiendo perfectamente que nunca más me escucharía.

Que mis ojos vieran la escena de tener a la persona que yo más quería muerta frente a mí, fue la escena más macabra que mi corazón pudo vivenciar en toda mi humanidad. Era precisamente como ver mi propia vida destruida, totalmente burlada por la muerte y la estupidez humana. Lo movía, lo agitaba, le gritaba, pero era solo para seguir comprobando mi desgracia.

Ignoro cuanto tiempo estuve inútilmente lamentándome. Apenas era consciente del daño que me hice en las mejillas por mis uñas enterrándose en ellas cuando me llevaba mis manos a la cara. Eso no tenía que estar pasando realmente... ¿cierto?

- ¿Cierto? –Le preguntaba a Eizer.

Me sumergía en la locura.

En medio de mi agonía, lo saqué de su posición en el suelo y lo senté apoyando su espalda contra la pared. Con cautela y respeto le bajé entonces sus párpados, para cerrar por siempre esos ojos verde oliva que a pesar de posarse sobre mí, ya no me miraban. ¡Qué dicha sentí! Cuánta serenidad había en su rostro, una que nunca había visto, una tranquilidad propia de un ángel. Fui lenta y pausadamente a recoger la metralleta que había dejado tirada y me senté al lado de mi pérdida más amada; mi vida deshecha, luego de haberla construido.

De pronto, oí voces provenientes de mi padre, quien se encontraba asomándose en la entrada con mucha gente alrededor.

- Kjeltt, ¡¿qué demonios estás haciendo?! ¡¡¡Vuelve inmediatamente!!! –me gritó furioso.

Yo lo entendía, juro por dios que me ponía en su lugar y lo entendía, pero él nunca me entendió a mí.

No le dije nada, pues no lo escuchaba ni lo quería hacer.

El ruido constante de mis penas y arrepentimientos de acciones que no hice se manifestaron en su mayor forma, haciéndome imposible la idea de seguir viviendo con ese atormento encima. Ya no quedaban puertas abiertas que me mostraran algún camino hacia mis sueños, así que con la seguridad más absoluta que jamás tuve le besé su mano fría, pero que aún entre los dedos conservaba parte de su último calor, y tembloroso me puse la metralleta entre las piernas, con el otro extremo topando con mi frente. Procedí a presionar el gatillo del encuentro: él me esperaba, ¿no fue siempre así?

- ¿Qué estás haciendo con la metralleta? –me preguntó mi progenitor, ya con un tono diferente.

Crispé finalmente mi pulgar, y antes de que todo acabara apareció una milésima de segundo la cálida y grata sonrisa de esa persona, a la única que me entregué por completo y que para permanecer con ella, di todo.

Fin

Tras El Vidrio (Novela Corta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora