Tres

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Cuando la puerta de metal se cierra detrás de mí, siento que el mundo se me viene encima y que la fugaz oscuridad del garaje esconde monstruos con caras horripilantes y esconde las instrucciones para limpiar la bayoneta. Los ladridos de Girasol echan un poco de luz sobre la inmensidad yerta que se levanta frente a mis ojos, su cola expande el aire enrarecido y respiro tranquilo. La pelota verde que siempre carga en su hocico se ilumina y me muestra el camino del garaje a la cocina.

—¡Milagro que llegas! — dijo Cecilia mientras se secaba las manos con un trapo estampado con vacas grandes y pequeñas, ¿cuándo lo compró?

—Hermanita, estaba despilfarrando juventud con Mateo. Perdón por no avisar, me concentre en cosas más inmediatas. Si tú me entiendes.

—Comprendo... la verdad no comprendo, pero no importa. Tienes que sacar al parque a Girasol, lleva todo el día queriendo salir. Extraña que sostengas la correa, Benji.

—Dime Benjamín, y hasta que él no me lo diga no te haré caso. — Hurgaba dentro de su bolsa, buscando esas cosas que solo las mujeres tienen en un espacio tan reducido.

—No seas malcriado, Benji. Por cierto, mi carro se descompuso. Papá dice que un día ya no quiso arrancar porque ya no quiere cargarme — Sacó un labial rojo y mirándose a un espejo circular se pintó los labios. El color era tan intenso que el reflejo permeaba las tasas blancas y los cubiertos de relucientes.

Todo se me hace tan extraño, tan apartado de la realidad en la que viví durante un abismo de años. A veces, pasaban por mi cabeza imágenes y escenas brutales sacadas del Morelos. Mi mente está esperando a que en cualquier momento me digan que soy imaginaria por lo que resta del mes, o que no voy a salir el fin de semana del colegio por cortar la crin de los caballos. Pero no, estoy en la cocina de mi casa, mi hermana se arregla para salir, y Girasol nos mira con la alegría más pura. Reiniciar la vida después de una hecatombe no es nada fácil. Las ganas de salir corriendo y recluirme en una cárcel para no lidiar con el día a día se hacen poderosas en mi interior, no cabe duda que hay personas que nos saben (o sabemos) manejar la felicidad.

—¿Y eso que tiene que ver conmigo? —Respondí

—Que tendrás que llevarme a los ensayos, ensayo de lunes a viernes de nueve a dos. En resumen eres mi chofer. ¿Hay preguntas?— Alisó su falda con las manos y peinó su cabello.

Antes de irse me dio un beso en la mejilla, el labial se estampó en mi piel y extrañé ser su hermano menor. Me dijo que iba a ver a su novio, le contesté que su carro no se había descompuesto, que solamente estaba en huelga porque no quería cargar con su novio o como a mí me gusta llamarlo: con su idiota. No escuchó o proceso mis palabras, me dedico una sonrisa brillante con sus labios bermejos y salió.

La casa quedó completamente vacía y Girasol olfateo el suelo de madera para buscar el relente de la noche anterior. El olor cabalístico del sexo que se desprendía de todo mi cuerpo me obligó a tomar un baño excesivamente caliente. El azulejo lactescente fue testigo de mi cuerpo desnudo y de cómo me masturbe pensando en los chicos guapos que asistieron a la fiesta. Pensaba en sus músculos, en los rostros severos o inocentes de algunos, en la liza piel de uno de ellos y en la áspera voz de otro que solo quería bailar.

El aroma a frutas del jabón me produjo náuseas y casi caigo al pantanoso suelo de la regadera de no ser porque de mi memoria hipogea surgieron unos labios finos y sublimes. Eyaculé y el líquido pegajoso se hermanó con el agua hirviente y viajaron por la coladera hasta el fin del mundo.

Al salir del baño, escuché el toque para honores a la bandera de una escuela cercana. "Es momento de formarse." Pensé.

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—Muchas gracias por venir, señora — Ariel estaba cruzado de brazos y con el ceño fruncido. Su madre vestía un conjunto primaveral muy hermoso y caro. Se lo había comprado para ponérselo en el cumpleaños de su hermana que era justamente ese día. Sin embargo ahí estaba, con un muy enojado Ariel al lado suyo y con una aún más enojada profesora de español enfrente.

—Dígame, maestra. — eran ya muchas las ocasiones en que había dicho esa frase que de a poco fue perdiendo sentido. Para Ariel toco aquello era una pantomima, una representación de la mamá preocupada por el mal comportamiento de su hijo y la profesora tratando de corregir su conducta azarosa. Todo era gran farsa, una mentira necesaria para no creer que nadie se preocupa por un adolescente confundido y agresivo.

—Su hijo se ha portado muy, pero muy mal las últimas semanas; se levanta en la hora de clases, no hace las tareas, molesta a sus compañeros e incluso se ha peleado a golpes con más de uno. — dicho de esa forma y en ese tono, Ariel era descrito como un ser infernal que nadie soporta y que nadie puede contener y, tristemente, para el mundo que lo rodeaba así era. — Señora, antes era medianamente controlable, ahora nadie puede con él.

—Ya no sé qué hacer con él, no me obedece y todo el día se encierra en su cuarto. — Tal vez era la adolescencia, tal vez era la excesiva cantidad de hormonas que nadaban por el cuerpo de Ariel, tal vez era que su padre recientemente perdió el trabajo y se volvió una presencia pesada y nefanda, tal vez era que una madrugada su padre llegó ebrio, sacó de la cama a Ariel y lo llevó a la calle para gritarle groserías, tal vez era que sentimientos extraños y desconocidos rondaban las noches de Ariel y le hacían ver y escuchar cosas que a la mañana siguiente le sabían a ácido.

—¿Ha pensado en alguna actividad para él? Deportes, música, lo que sea. Si este niño no encuentra algo en que descargar su energía se le va a convertir en un delincuente. — desde la escalera de cemento macizo Ariel escuchó la algarabía de sus compañeros. Bajaban a la clase de deportes, el profesor iba detrás del grupo, acomodándose los pants y cargando un cuaderno con la lista de asistencias. En esa lista, el nombre de Ariel estaba a dos taches de ser borrado.

Sus compañeros se acomodaron en círculo y empezaron con ejercicios de calistenia. Inmediatamente advirtieron el regaño que Ariel recibía, y comenzaron a murmurar, a reírse y a esparcir chismes en el círculo tembloroso. Componenda justa por los malos ratos que el chico de ojos azules les hacía pasar. Uno de ellos, que pertenecía al círculo, a la clase de deportes, a la escuela pero no a este mundo, mantuvo sus ojos de chocolate en las mejillas de Ariel.

—Señora, por favor, encárguese de su hijo. — Ariel apretaba los puños y la rabia no se le iba de los dedos por más que rascara con las uñas la palma de su mano.


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