Seis

44 5 2
                                    

Era difícil seguirle el paso. Caminaba muy seguro de sí mismo o eso aparentaba. A veces miraba hacia atrás para comprobar que lo estuviera siguiendo y en efecto, así era. Me confundía la extraña obediencia con la que lo acompañaba o con la que él me guiaba, pero a la vez cada paso más lejos del teatro era un alivio, el vértigo y las náuseas parecían abandonarme. Una parte de mi se aferraba al teatro y a los recuerdos inmundos y otra quería seguir andando.

—¿Cómo te llamas?—Se detuvo de pronto y otra vez me miraba como si esperara algo.

—Ariel... ¿Y tú?

—Benjamín — todo era una marea de sentimientos y silencios incomodos. El semáforo nos dio el paso y el mar se partió en dos.

—¿Qué tan lejos vamos?

—No lo sé. Antes de llegar vi un Oxxo. Estoy tratando de recordar en que calle estaba. Mi hermana no me dejo pararme porque según ella íbamos a llegar muy retrasados a su tonto ensayo. Ella y sus prioridades.

—Entonces tú eres el hermano de Cecilia. Te pareces bastante a ella. Tiene una gracia muy especial cuando toca el chelo, sus manos se mueven como si estuviera hipnotizando una serpiente, una serpiente emplumada. — Los ojos de Benjamín centelleaban y su boca se debatía entre una sonrisa y una mueca. —En varias ocasiones Cecilia nos ha hablado de ti, dice que eres un genio de las matemáticas con un aspecto luciferino y grávido, no sé exactamente a qué se referirá con eso.

—¡Ay mi hermanita! Le gusta mentir para llamar la atención. No soy ningún genio, ni ningún poema.

—¿Y quién eres? —Pregunte más para mis adentros que para el propio Benjamín. Musitó un par de cosas que no llegué a comprender.

El camino hacia la prometida cajetilla de cigarros parecía hacerse más largo y más nervudo. La vergüenza y la timidez me cosquilleaban en la nariz. Eso de hacer amigos nunca fue mi fuerte ni mi debilidad, pero ahora esas cosas se tornaban en una barrera infranqueable, en hado rodeado de alambre de púas. Si Trigo estuviera aquí podría explicarme por qué la gente entra a tu vida de una manera tan inesperada; me diría que los caminos de Dios son inescrutables, que él no cree en Dios y deja al azar, a los gusanos y a los tlacuaches hilvanar su suerte.

—Esa pregunta es difícil de contestar. Prefiero dejar la respuesta flotando en el espacio.

—¿Es decir que sí sabes la respuesta pero no la quieres decir? — Quería conocer más de él. Su torpe amabilidad al ofrecerme algo de ayuda cuando me vio entrar en pánico fuera del teatro me conmovió y me hizo sentir lastima por mí mismo. Su presencia era una ventolera que borraba la nieve, la lluvia y arrullaba las nubes.

—Lo que quiero decir es que haces preguntas que no necesitan respuesta. No sabía que los músicos eran todos tan fastidiosos, Ariel.

—Abdicar al conocimiento es una decisión peligrosa. Y sí, todos somos fastidiosos.

—Creo que ya se me quitaron las ganas de fumar y de seguir caminando.

—Hemos llegado muy lejos para negarnos un simple cigarro, Benjamín. — Mi celular vibró con violencia dentro de mi bolsillo. Eran mensajes y letanías de Claudio, me quería en el teatro inmediatamente, el ensayo sin mí no podía continuar. El clavecín clamaba por mí y yo debía responder con la misma devoción.

Estoy seguro que alcanzare todas las preguntas y todas las respuestas de esta galaxia. Eso es algo que Trigo diría.

______

Benjamín tenía mucho miedo. Durante días y noches enteras se encerró en su habitación a llorar. Le imploró, se tiró al piso e hizo todos los berrinches posibles. A veces trataba de racionalizar la situación, quería comprender los designios de su padre, quería ver a través de él y entender por qué lo condenaba al infierno. Pero mientras más pensaba en ello, más se convencía que odiaba a su padre y su padre a él. De alguna manera eso lo consolaba; pensar que el General de División guardaba cualquier sentimiento en su corazón alejaba esa imagen de un ser frio e impávido.

"Allí te harás un hombre hecho y derecho". El padre jamás le dijo hijo a Benjamín, siempre que le hablaba le miraba directo a los ojos, su cara se hacía de obsidiana, sus frases concisas apretaban el cuello de Benjamín como una serpiente a un ratón. "Papá, por favor...." El general no contestaba, para él lo importante ya se había dicho, después de las órdenes su conciencia se cerraba y se repetía una y otra vez que eligió la opción correcta.

Benjamín comenzó a empacar sus pertenencias el mismo día que el General de División le informó de la expulsión, quería prepararse muy bien para cuando tuviera que escapar. Empacó los ladridos de Girasol en un frasco de mayonesa, empacó el cielo azul, las nueves en forma de dragones y hadas, empacó las paredes de su casa, el polvo de la mesita de noche y las letras de los libros que había leído. Guardó a sus amigos de la escuela entre los calcetines, acomodó el odio y el resentimiento entre los calzones. Dejó atrás la vida que conocía, ahora el Colegio Militarizado Morelos era su destino. Antes de irse enterró sus pensamientos huidizos en el patio trasero, los regó muy bien y le dijo a Girasol que cualquier retoño que apareciera lo destrozara con sus dientes de jaguar o tigre.

"Mamá, ¿Por qué yo? ¿Qué hice mal?" El pecho de la madre se contraía violentamente, pensaba que daría a luz a otro hijo, pero era la tristeza y la impotencia en erupción lo que sentía. "Tranquilo, hijo. No va a ser tan malo." La madre mentía y Benjamín lo sabía. Las puertas del Mictlan se abrieron ante los ojos de ambos. Satisfecho, el general sonreía con suficiencia a lo lejos. Benjamín temblaba y Girasol conversaba con la tierra.

—¡Uy, Tortita! Ya me aburrí de este pendejo. — El Mariachi recargaba su cuerpo en la pared de ladrillos, observando la tortura.

—Calmado, mi Mariachi. Ahorita nos vamos a cagar de la risa. ¿Vez esa cubeta llena de mierda de caballo? ¿Pues adivina quién se la va a comer? — El Mariachi no esperó y levantó a Benjamín por la camisa.

—Yo quiero una diversión más personal. — Benjamín aun tenia puesto el pantalón y las botas que uso en el entrenamiento de la mañana. Su cuchillo improvisado estaba bien escondido, aguardando la hora y el momento.

— A ver qué tan bueno eres comiendo — dijo el Mariachi.

El EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora