Los dormitorios están a un lado de la pista de atletismo, mucho más allá de las aulas y las oficinas administrativas. Cuentan con diminutas camas y casilleros en cada piso. Las ventanas dan la vista a un páramo abismal. En el horizonte se atisba un pueblito que parece detenido en el tiempo, tiene una iglesia en cuyas paredes se reflejan los ecos de la conquista y las hazañas de los caballeros jaguar. La carretera federal que va rumbo a la Ciudad de México conjura contra El Colegio Militarizado Morelos y el pueblo del pasado, y los condena a conectarse con el mundo a través de un estrecho camino de terracería.
Benjamín, recién ingresado al Mole, añora correr por el páramo y comer el fruto de los naranjos que brillan en la oscuridad. A las seis cincuenta de la mañana, diez minutos antes de iniciar las clases, Benjamín ya esta caminando a los salones. Se tambalea un poco y siente los muslos de gelatina. El Tortita y el Mariachi le hicieron quedarse en cuclillas durante dos horas cargando varios ladrillos.
Entre los cadetes de primer año se había formado una regla de facto; los abusos de los de tercero los validaban como hombres nacientes, les daban las marcas que la vida exige para llamarse soldados defensores de la patria y por tales motivos no podían ser interrumpidos. En ellos comenzó a crecer un sentimiento de justicia retorcida por cada castigo que un compañero recibía.
En la primera semana del internado, cada noche antes de acostarse, los de tercero entraban a los dormitorios de los de primero y tomaban lo que querían de los baúles o tiraban las colchonetas al piso junto con los cadetes.
El primer encuentro entre Benjamín, el Tortita y el Mariachi ocurrió una de esas noches de saqueo.
—Oye, despiértate y abre tu baúl. — La voz del Tortita era gentil. Despertó a Benjamín meciéndolo un poco por el brazo y se quedó parado a un lado de él.
Benjamín escucho la jaculatoria con los ojos cerrados y sentía que el sueño se le resbalaba del cuerpo como si fuera lodo. Se sentó sobre la colchoneta y sus pies desnudos se empataron con unos tenis Converse desgastados y rotos por el costado.
El Tortita esperaba paciente a que su orden fuera cumplida. La primera vez que allanó los dormitorios de los de primerio sintió una emoción que le obligaba a crujir los dientes. Pero los desvelos le pasaron factura y solo quería el botín, presumirlo y tirarse a dormir.
—No. —La incuria en la respuesta de Benjamín hizo soltar una carcajada al Tortita.
—¿De qué te ríes, pendejo? — El Mariachi se acercó
—Como vez a este güey, mi Mariachi. Dice que "no".
Los siguientes minutos Benjamín los recuerda como un grito o como un rugido. El Mariachi lo golpeó con fuerza y repetidas veces, pero Benjamín no cedió a pesar de que sus músculos tumefactos le rogaron. Y en un momento indeterminado de la noche, la golpiza, el Mariachi y la llave del baúl encontraron un resquicio por donde escaparse y dejar huellas de respeto y agonía.
Los cadetes del dormitorio vandalizado entendieron la escena como una casualidad sin demasiada importancia. El silencio que precedió a la rebatiña era una loza que los aplastaba contra el suelo. Benjamín trataba de recomponerse, de buscarse a sí mismo entre el silencio y la oscuridad del dormitorio.
Para Benjamín esa noche se aleja cada vez más, ahora intenta concentrarse en la clase de matemáticas que ya lleva media hora iniciada y él solo ha apuntado algunos garabatos sueltos. Mira alrededor buscando algo que parezca información útil o al menos necesaria para la clase.
El salón ofrece caras variopintas, con algunos de sus compañeros comparte dormitorio, a otros los ha visto en otras clases y en los entrenamientos, incluso reconoce a un par de cadetes de años superiores. Todos le dan la espalda pues Benjamín se sienta casi hasta el final, en una penúltima fila que podría describirse como discreta.
Hay un rostro en particular que ya se le hace familiar, si mal no recuerda se llama Ramiro. Benjamín intenta discretamente desviar la mirada y estirar el cuello, pero Ramiro sigue escribiendo sin parar. El profesor entra en frenesí y rellena el pizarrón con letras y símbolos. Completar la empresa de copiar, algo básico en cualquier estudiante, parece un fracaso.
Al terminar la clase, Benjamín solo tiene anotados fragmentos y definiciones dispersas. Se levanta de su asiento un poco aturdido, pero no tan preocupado como debería. Las clases le ofrecen un pequeño respiro de los abusos y de los entrenamientos que para un niño mimado como él resultan absurdos.
A la cuarta semana, reúnen a todos los cadetes del colegio. Los cadetes de primer año son lamentables, no saben exactamente donde pararse ni cuando adoptar una posición digna de una institución militar, bromean y se pierden aun como si fueran niños de primaria. El patio de maniobras adopta un tono sombrío y los de tercer año, ahora cabos, rápidamente se forman perfectamente y en silencio. Benjamín se siente un idiota, voltea a ver a sus compañeros y las caras de duda son iguales a la suya.
Un hombre de avanzada edad, con canas y un rostro derretido por la edad, camina hacia un atril en el centro de un templete parco y silencioso. Hay algunos profesores presentes, también instructores y personal administrativo.
—Desde hoy los cadetes de primer año inician el curso básico de formación militar, lo de antes eran pequeñeces. Entraran de lleno a la vida militar. También apoyarán en tareas de limpieza.
Benjamín tiene las manos en los bolsillos del uniforme, no entiende prácticamente nada. Es un pez en un cardumen. A su espalda escucha risitas tontas. "O sea que seremos las pinches chachas", dice un cadete. "Pinche viejo", revira otro. Benjamín entra en alerta cuando siente una mano que lo golpea en la espalda. Es Ramiro que lo mira con profunda desaprobación y le hace un ademan para que se enderece. Benjamín obedece por puro instinto.
El patio de maniobras escupe a los cadetes por año, los de primero, indefensos, se atoran ante la figura rubicunda del sargento Rodríguez que despliega una sonrisa amplia y malvada.
—A trabajar, soldaditos.
______
—¿Benjamín? — pregunta Trigo
—Sí Benjamín. Ben-ja-mín. Hablar con él es una prueba, me siento desafiado y eso me motiva.
—Los desafíos hacen que me resfríe y que toda mi ropa cambie de color, a veces también mi pasado cambia. La cara de mi hijo se transfigura en una calavera y el pulque se endurece dentro de mí estomago y no puedo comer más. Piensa muy bien si este desafío es apto para ti, niño.
—No soy un niño, Trigo. Soy Ariel, A-riel. Hay un punto en el que uno ya no es capaz de pensar adecuadamente. Por ejemplo, mi madre tiende a quedarse en silencio cuando ve fotos de toda la familia, quisiera saltar a la fotografía y vivir ahí para siempre. Tulipán, olfatea el jardín del vecino y se come a los tulipanes inanimados, los mastica y luego los caga, y sus ojos se vuelven inanimados, su cola es inanimada, su ladrido se muere antes de volar porque es inanimado.
Trigo se hunde en la jardinera de piedra, la Glorieta de la Palma parece darle miedo y trata de espantarla respirando velozmente. Trigo lo abarca todo, Trigo tiene todas las respuestas en su sombrero de paja o en sus huaraches de cuero. Hoy es un cúmulo de estrellas, es un gas volátil que le da color al cielo y mañana es Mujer llorando de Siqueiros.
ESTÁS LEYENDO
El Edén
RomanceBenjamín, que está a punto de liberarse del yugo de su padre, se encuentra en una encrucijada después de acabar el bachillerato militar, seguir su camino de encuentros efímeros con otros hombres o dejar volar su alma y sus sentimientos atados a un f...