Siete

35 3 0
                                    

Los ensayos eran muy largos, para mí las ordenes de Claudio y las presentaciones de mis demás compañeros transcurrían en un sueño, en una penumbra engastada en los cuerpos y los sonidos del teatro. El violonchelo, el piano, el arpa, los timbales, la flauta, el clarinete, la tuba, el oboe, la trompeta y trombón, los violines y las guitarras, y en el centro el clavecín, a un lado, más allá de la incuria la silueta de Benjamín hablando de conversiones y confutando los abismos sin fin.

Faltaban dos semanas para el concierto en el Palacio de Bellas Artes, y Claudio estaba más estricto que nunca, regañando y repartiendo zurras con libretos y pentagramas. Subí y bajé del escenario sin ningún control de mi cuerpo. Apresurado por la voz ronca de Claudio y la mirada divertida de Benjamín.

Entre los compañeros nos empujábamos unos a otros, frenéticos por llegar a nuestro lugar a tiempo e interpretar con fuerza las piezas que nos habían asignado. Claudio, taimado profesional, me encargó elegir la pieza que interpretaría con la condición de que fuera de El clave bien temperado. No me decidía entre el BWV 846 o el BWV 855 y la presentación acechaba en la platea, en el pinal y en las tubas. Elegir una pieza a interpretar no parece un gran desafío o la decisión más importante en la vida, sin embargo el fantasma de la tía Ana me nublaba la vista.

Mi instinto me decía que le preguntara a la tía Ana, que corriera al sillín a contarle lo difícil que es rellenar el pentagrama con sentimientos propios. Mi otro instinto, ese que se encuentra entre los ojos y los órganos para sentir la música, me decía que le preguntara a mi madre si ella conocía lo suficiente a la tía Ana para saber que pieza escogería ella.

Mamá, ¿a la tía Ana le gustaban las fugas o los preludios? Y mi madre seguramente se echaría a llorar, anhelando que el cielo y las nubes pudieran retroceder a voluntad. Hijo, esas cosas no las entiendo y no me preguntes más por tu tía. Mi madre cerraría los ojos, cerraría su corazón y vería la muerte como una desgracia insoldable. Mamá, tu rostro es el rostro que las mamás ponen cuando se les muere una parte del cuerpo. Tal vez mamá se quedaría incompleta y marchita para siempre, tal vez mamá pensaba que ella misma siempre estuvo muy dentro de la tía Ana.

En vida, la tía Ana era profesora de música en una secundaria pública, desde niña aprendió a tocar el piano y el violín. Mi abuelo que era un obsesivo del arte obligó a mi madre y a mi tía a tomar clases de piano, violín, danza clásica, pintura e incluso historia del arte. Las hermanas comprendieron que su infancia iba a ser desgraciada, que lo que te hace un niño se iba a diluir entre acuarelas y la vida de Monet.

Dentro de mí, con mucha vergüenza, siempre he albergado un sentimiento de lástima hacia ellas. No una lástima condescendiente o compasiva, sino más bien una lástima que rechaza y que mira con ojos de humillación. He pensado que soy un mal hijo y una basura por pensar así, luego veo al abuelo alimentarse por una sonda, moribundo y delirante y pienso que alguien tiene que expurgar su obra.

Me gusta creer que mamá y la tía Ana de alguna manera esquivaron el vahído que les producía el abuelo, mi madre teniendo un hijo y un perro que se llama Tulipán, y la tía Ana sacudiéndose la boñiga enseñando lo único que sabía.

-¿Ya tienes la pieza? - Claudio saltó desde la oscuridad, trayendo consigo el olor a cigarro.

-Aún sigo sopesando mis opciones. Para el concierto que vamos a dar lo mejor sería iniciar mesurados y melancólicos, y el BWV 846 es perfecto para ese fin. Sin embargo, el BWV 855 tiene mucha fuerza, demostraríamos fortaleza y virtud.

-Mmm...-Claudio intercalaba la vista entre el programa y los pentagramas. Siempre que estaba a punto de dictar una orden muy importante se frotaba la cabeza y encendía un cigarro. - Eres un romántico. Por lo mientras mañana empezaras a practicar ambas piezas, sé que tienes dominado todo el repertorio, de igual forma no está demás ensayar.

Claudio se alejó y yo también me alejé, los ensayos terminaron por hoy y aunque no tenía demasiadas ganas de salir a la populosa Ciudad de México, no quería quedarme un segundo más en el teatro.

-Ese calvo es el director de orquesta, ¿verdad? Mi hermana dice que en su fuero interno los odia a todos. - Benjamín me hablo desde una butaca mientras caminaba a la salida. Recargaba la cabeza en su palma y estiraba las piernas. Su desfachatez llegaba a ser elegante.

-Hola, Benjamín. Sí, es el director de orquesta. Es muy estricto, seguramente ha odiado alguna vez. - Seguí caminando y él se me pegó como un imán.

-Yo no entiendo nada de música, es muy abstracta para mí. No debe ser muy difícil juntar sonidos, ¿no?

-Ya veo que no sabes nada de nada, pero eso está bien. No necesitas comprender algo para que te guste.

-¿Tú crees que algo así me pueda llegar a gustar? Mis horizontes parecen estrechos. - Nos detuvimos cuando el sol nos dio de lleno en la cara. Benjamín me miraba y expresaba una leve sonrisa. Su compañía era extraña, se sentía como un papel rugoso e irregular. El tesón que tenía por acercarse a mí hacia esa extrañeza cada vez más familiar.

-Claro, de hecho creo que puedes ayudarme en algo. Escucha unas piezas musicales y dime cual te gusta más. - Le entregué unos audífonos y los conecté a mi celular. Benjamín dudó en ponérselos.

Cuando terminaron las dos piezas, la cara de Benjamín era seria. El laconismo le había vuelto, pero ahora era una fachada, era una bestia domesticada que enseñaba los dientes, la veleidad le asomaba por la comisura de los labios.

-Son bonitas, es lo único que puedo decir.

-Tienes que ser más preciso, después de todo sabes cuantificar cosas. - Me sentía más liviano. Sentía una enredadera subir por mi cuello.

-¿Y si lo analizamos desde otro punto de vista?

Igual que cuando nos conocimos, le seguí el paso. Quien sabe hasta dónde, quien sabe hasta cuándo.

_____

El Tortita miraba la tortura sentado en una silla, impávido, veía la sangre volar y los puños del Mariachi estrellarse en la cara de Benjamín, en sus costillas, en sus músculos. La brutalidad ya no le impresionaba tanto. El Mole le había enseñado que la violencia es igual de normal que el viento y los caballos.

En su primer año en el colegio, el Tortita también pasó por vejaciones de todo tipo, los de tercero entraban en mitad de la noche al dormitorio y les echaban cubetas de agua helada, a algunos los desvestían y los hacían correr por la pista de atletismo hasta que les sangraran los pies. El Tortita aguantó, silencioso y cabizbajo. No asimilaba muy bien lo que le ocurría, se mantenía vivo de la promesa de que algún el sería el victimario. La egolatría de convertirse en verdugo le ayudaba a levantarse cada que le daban un coscorrón.

-Ahorita vas a ver lo que es bueno, cabrón. - dijo el Mariachi. - No me molestes o a ti también te rompo tu madre. - El Tortita permaneció en silencio, igual que en primer año, no comprendía del todo la situación. Para él su amigo el Mariachi iba a perderse en el bosque, iba a sumergirse en el mar o a cazar abejas.

Benjamín, a pesar de los golpes y la sangre que le irritaba los ojos, estaba más alerta que nunca. Escuchaba claramente la paja crujir bajo sus botas, escuchaba a los lobos y a los búhos hablar. El Mariachi lo tiró al suelo, y se bajó el pantalón y la trusa de algodón.

-¡Come! - los gritos del Mariachi ya no sonaban a furia, ahora era la desesperación la que habló por él.

Benjamín supo que era el momento. Con sus manos trémulas sacó su cuchillo improvisado y asestó un golpe en el muslo del Mariachi. El cuchillo se rompió tan siquiera antes de que Benjamín lo empuñara correctamente, pero el golpe fue los suficientemente sorpresivo para aprovechar y salir corriendo.

Benjamín se sentía fuera de su cuerpo, la sangre y su ropa eran uno, corría para encontrarse con su madre y abrazarla, corría hacia el dormitorio pensando que al abrir la puerta lo recibiría Girasol moviendo la cola y apuntando con su nariz al lugar donde enterró su pasado.

El Tortita escuchó anatemas y groserías de la boca de su amigo. Sin moverse de su lugar comenzó a reír, despreocupado, esperando que el fin de semana no lo arrestaran y pudiera salir a jugar futbol.

El EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora