Capitulo 4 "Un poco de ayuda"

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Savannah Monroe, 18 años

Cuidad de New York

Viernes 1 enero del 2019



EL fuerte viento azota mi cabello contra mi cara con furia, lo pongo detrás de mí oreja y meto rápidamente las manos al buso. Llevo todo el día deambulando por estas calles, no sé en donde estoy o que hacer. Llevo dos días sin comida ni agua, la gente me evita como si tuviera lepra, bueno... supongo que es más el fuerte aroma a sudor que tengo. Pero ¿Cómo demonios voy a conseguir algo para vivir decentemente? No puedo trabajar por ser menor de edad y robar, bueno eso lo he hecho desde que escape, pero realmente no tengo fuerzas para ello.

Caigo al suelo rendida, siento como una mujer se tropieza con mi cuerpo y lo que recibo de ella es una fuerte patada en el trasero, me corro hacia la pared y comienzo a llorar. Ethan se mete dentro de mi pecho tratando de confortarme pero eso me enoja más. Si no fuera por el estaría en casa, estaría con mi familia, habría ido al colegio como cualquier niño pero, jamás he sido normal por su culpa.

― Te odio Ethan ―digo entre sollozos siento el dolor de Ethan al decirle esto― pero eres lo único que me queda, aunque por tu culpa no tenga nada.

Este se hunde aún más en mi pecho y yo lo aferro con mis brazos, pero me sorprendo al ver un pañuelo blanco enfrente de mí. Levanto la vista siguiendo el brazo hasta encontrar unos hermosos ojos azules, el chico está de pie tendiéndome el pañuelo, tiene una pequeña sonrisa y mueve su mano para que lo tome. Bajo la mirada y lo tomo con cuidado de no tocarle las manos.

― Jamás te había visto por acá ―Comenta este mientras limpio mi rostro con su pañuelo.

― Solo estoy de paso ―digo en susurro, bajo el pañuelo y noto la gran suciedad que quedo en él. Debo estar despreciable.

― No te ves muy bien ―comenta este tomando su pañuelo de vuelta, yo me levanto y niego siguiendo mi camino. Pero de repente todo se vuelve oscuro y caigo al suelo en un fuerte golpe.

Mi cabeza duele como los diez mil demonios, trato de abrir los ojos pero el esfuerzo ya de por si me daña. Comienzo a palpar la superficie con mis manos; es cálida y acolchonada. La acaricio por un tiempo, hace muchos años que no me permitía dormir en una cama, abro los ojos despacio y observo de apoco que estoy en una fina habitación. Me levanto de golpe, dando un pequeño grito de dolor en mi mano derecha, la alzo para poder ver que me pico y mi corazón entra en pánico al ver una aguja canalizada a un suero.

― ¡No! ―grito con fuerza mientras lo tiro y la sangre comienza a brotar, de repente las suaves sabanas se siente como pesadas cadenas que me aprisionan― ¡no, no quiero! ¡Suelten me! ―el pánico de volver a ese maldito hospital me aterroriza y pelo trata las sabanas para huir de ahí.

Las lágrimas caen a mis mejillas quemando mi piel, mi laringe es un conducto de fuego que me quema por dentro, y de repente ciento una fuertes manos tomándome por los brazos niegos y cierro los ojos incapaces de ver nada

― ¡Calma! ¡Cálmate! ―me dicen y yo abro los ojos al reconocer la voz del chico que me tendió su pañuelo ¿El me entrego? ― ¡cálmate por favor, te estás haciendo daño!

― No, no quiero estar acá ―le suplico mirándolo fijamente sin dejar de llorar― sácame de este hospital, ellos vendrán y me mataran.

― No estás en ningún hospital ―me dice rápidamente, dejo de forcejear y lo miro fijamente, perdiéndome en sus ojos azules― estas en mi casa, te desmayaste allí abajo y te traje a mi casa. Estas segura, no llame a nadie yo mismo te coloque el suero, mi padre era médico y yo soy prácticamente de medicina.

StrangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora