VIII. Ansia

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Marquelia, Reino Capital de Crespia, 1405

9° C

Rose y Marie sabían que, cuando el emperador bajaba a las mazmorras, subiría sucio y salpicado de sangre, por lo que prepararon de inmediato el fuego.

En cuanto estuvo todo listo, llenaron una tina de metal con agua hirviendo y subieron las escaleras cargando la tina entre las dos. La piel de sus manos enrojeció por la alta temperatura, pero ellas, aunque sentían el ardor, lo soportaban considerablemente.

Marie soltaba repetidas veces la tina para contrariar a su compañera.

—¡Marie, no es gracioso! Sujétala como debe ser —la riñó Rose.

—No seas debilucha —Marie soltó un risa traviesa.

—Si tiras el agua, te echaré toda la culpa a ti. La última vez nos rompió los brazos por tus tonterías.

—Creí que no me lo volverías a echar en cara, eres muy rencorosa —Marie hizo un puchero—. Para el día siguiente ya estábamos bien.

—Fue doloroso. Y aterrador —Rose sacudió la cabeza para alejar el recuerdo de su mente.

Entraron a los aposentos del monarca, dejaron la tina con cuidado y también unas toallas limpias. Retiraron el marco montable de la ventana para dejar pasar el viento y el brillo de la luna.

—Por cierto, ¿has visto a la florecilla de cerezo? —preguntó Marie, se sacudió las manos, pronto se recuperaron de la 'leve' quemadura—. Se nos escapó luego de limpiarla. Y tengo tantas ganas de ponerle un broche en ese curioso cabello.

Rose negó con la cabeza y contestó:

—Seguro que tiene hambre... Hicimos sopa especialmente para ella pero no hemos tenido oportunidad de dársela.

—¡Bueno! No importa, vámonos —dijo Marie, caminó con Rose a la salida.

Ambas se toparon con Dracul en el pasillo e inclinaron su cabeza en tanto pasaba, seguido de la niña. El emperador lucía incómodo y su seguidora tenía dibujada una tierna sonrisa en la cara; sus pasos eran tan cortos que no le podía seguir el paso fácilmente y, sin dudar, se metió a la habitación tras él.

No se atrevieron a decir nada hasta que la niña misma cerró la puerta y desaparecieron de la vista.

Las mucamas se miraron entre sí, con los ojos bien abiertos de sorpresa e incredulidad. Se leyeron los labios sin elevar su voz: "¿Viste eso?", "Sí, espera a que se lo contemos a todos."

Dracul no pensó que la niña lo siguiera incluso dentro de sus aposentos. Se mantuvo sin decir nada ni mirarla, aunque la realidad era que no sabía qué hacer. Se negaba a ponerle un dedo encima y no entendía la razón.

Se quitó la camisa, seguido de sus pantalones y el resto de su ropa, frente al espejo, donde no podía mirarse.

La chiquilla, una vez vio que Dracul se despojaba de su vestidura, se alarmó, tembló de miedo y evitó mirarlo. Volvió a dejar caer el sombrero y se escondió dentro del arcón, único refugio que se le presentó. El monarca no se inmutó ante su reacción.

Sumergió su cuerpo pálido en el agua caliente de la bañera de metal e intentó relajarse, sin lograrlo. El contenido de la bañera se tiñó de rojo y su cuerpo no se irritó ante la temperatura. Cerró los ojos, el viento era agradable y se sumió en un pensamiento involuntario: de nuevo veía a la mujer recogiendo flores, riéndose con encanto y llenándolo de una dicha hasta ahora inexistente. A continuación y, por vez primera, pudo verle el rostro pálido y tapizado de pecas, de larga melena rosada y vivos ojos esmeralda.

Señor Nocturno Debe MorirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora