XI. Una habitación propia

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En el Castillo Gris, 1405

7° C

Se quedó de pie frente a las puertas de su fortaleza. De su cabeza no salió la idea de la presencia gigante que vio su coyote albino. A lo mejor era el momento de meter sus propias manos dentro de los sucesos inminentes en Crespia. Sin embargo...

Dependía mucho de las noticias que le trajeran los jóvenes para tomar una decisión. En el Sur había, cuando menos, dos presencias igual de monstruosas que la nueva. Un poder magnífico que incluso alguien como el emperador Dracul pensaría dos veces antes de desafiar.

Su visión le había mostrado las posibles intenciones de estos poderosos; si bien no tenía miedo de morir, esperaba tener tiempo para descifrar lo que había en la pequeña criatura que halló, y si en ella podría recordarse a sí mismo.

Que no fuese aún una mujer le incomodaba en cierta forma. ¿La encontró demasiado temprano? No, él no la encontró. Fue ella quien lo llamó. Y es que no habría podido esperar otros veinte años, no podría esperar ni la mitad de ese tiempo. Muy en su interior, sentía su fin aproximarse.

Ella le tendría que servir así de alguna manera y era menester que cooperara.

Era pronto para encerrarse en sus aposentos. Aún había cosas que requerían su atención.

Entró al castillo. Dentro, los sirvientes daban mantenimiento a los pisos, barandales y objetos. Los notó animados como no acostumbraban estar. Los candiles y las antorchas iluminaban el lugar y le otorgaban una extraña calidez. Fue reverenciado por quienes se topaba al pasar. Al subir las escaleras, antes de llegar a su habitación, lo interceptaron dos niños sirvientes de cada sexo, a ambos les faltaban los pulgares, castigo por ladrones en su vida humana.

—Lo sentimos mucho, mi Señor —se arrodillaron ante él.

—¿Por qué?

Una de las innumerables cosas que lograban irritar al emperador, tenía que ver con que sus sirvientes se disculparan con él antes de decir la causa del arrepentimiento. Siempre había que preguntar la razón.

—Verá, como somos los menores, nos mandaron jugar con esa niña —no hallaban cómo explicar lo sucedido—. ¡Por Camazotz que no le hicimos daño! ¡Merecemos ser castigados! —les temblaba la voz a los niños y bajaron su cabeza hasta el piso—. ¡La hemos perdido! —clamaron al fin.

Antes de que Dracul abriera la boca para decir algo (que seguro habría sido un regaño o una maldición), desde detrás se acercó corriendo Marie, apurada, barriéndose espectacularmente y gritando:

—¡La hemos encontrado!

Ni siquiera tuvo tiempo de voltearse a ver a la mucama, cuando ésta no logró frenarse a tiempo y se estampó contra la espalda de su soberano.

—¡Fíjate, carajo! —riñó Marie. Se acomodó las gafas y miró con terror a quien le profirió semejante frase. Los niños huyeron despavoridos al adivinar lo que le esperaba a la mujer.

Marie perdió la fuerza en las piernas al verse a espaldas del emperador; volteó éste y la miró con característica superioridad.

—¡N-No le decía a usted, m-mi Señor! ¡Le ruego me perdone! —rogó Marie, cayendo al piso.

—Diez días.

—¡No! ¡Por favor!

—Doce.

Marie comenzó a llorar sin lágrimas, pues había perdido la capacidad de producirlas con el tiempo. Aún en el piso y sin poder levantarse, juntó sus palmas para rogar el perdón.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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Señor Nocturno Debe MorirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora