VII. El ala este

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Marquelia, Reino Capital de Crespia, 1405

9°C

Ese día, mientras se hallaba sumido en su letargo diurno, en un atisbo del futuro, como él creía que era, se vio a sí mismo rodeado de personas tan poderosas como él, de colores y rasgos característicos. No había visto a ninguno de ellos en su vida, tenían por objetivo asesinarlo a él, y lo único en lo que Dracul podía pensar era en proteger a la criatura de ojos verdes que salvó la noche anterior.

Pensar en aquella niña le asestaba un golpe fuerte en el corazón. No imaginó, antes de eso, que su búsqueda debía centrarse en niñas así de jóvenes, pues aquella mujer que miraba en sus 'visiones' anteriores no se le parecía en absoluto. Sintió algo parecido a la decepción y, al mismo tiempo, la inmensa curiosidad de saber qué había en la niña que pudiese ayudarle.

Se le atravesó, entonces, el día de su primer contacto. La vio tan debilitada, tan moribunda, golpeada... Debió matarla. Ese pensamiento volvió a golpearle el pecho y lo sacó de su letargo.

Abrió los ojos. Sintió su poder reavivado, la noche ya debía haber caído. Se levantó para elegir su capa negra y pensó, con enojo, en su siguiente movimiento y a lo que tenía que darle más importancia.

El recuerdo de la noche que paró el ataque de los rebeldes del reino de Aranda le llenaba de rencor, aún tenía que darle una lección a la bola de agitadores que se atrevieron a asesinar al Rey que él mismo nombró para Aranda, sabía que no debía coronar a alguien tan joven. Aunque, con el pasar de los años adquiriese experiencia, al ser de la misma naturaleza que el Emperador, la gente notaría de inmediato que tardaba mucho en envejecer, aunque se mostrara al público con el cuerpo y la cara cubiertos.

Por años callaron sus bocas, ahora sabía que era porque planeaban el golpe de estado. Ese niño habría estado mejor limpiando sus establos.

Dracul estaba confiado en que, ni los cinco reinos unidos podrían contra él y sus semejantes.

Tomó por fin, una capa corta, poco estorbosa, que apenas le llegaba a la cintura, se la ató y salió a formar a sus sirvientes.

Estaban todos completos en cuanto su soberano salió del castillo, en los jardines, formados en tres filas. Tanto mujeres como hombres vestían el mismo color en el uniforme: marrón y beige. A pesar de la combinación, el diseño de los vestidos, los pantalones y las cofias era novedoso y elegante, hecho por ellos mismos.

Temerosos, como siempre, bajaron la cabeza una vez llegó Dracul. Varias veces presenciaron el dolor que les infundía el emperador a los que lo contradecían o lo miraban por mucho tiempo. Si llegasen a contestarle o a hacer la más mínima muestra de desaprobación ante sus deseos, él haría que se arrepintieran en seguida. La mayoría de sus criados lo conocieron en el pasado y, pese a que tampoco retenían sus recuerdos humanos, sentían por el emperador una lealtad profunda que los obligaba a estimarle y obedecerle ciegamente.

Dracul recorrió las filas de sus subordinados y estudió a cada uno. Se detuvo frente a una mujer de piel oscura y casi tan alta como él. Levantó su rostro desde su mentón.

—Ya no bajes la mirada, ahora eres la nueva Reina de Aranda. Que no te sorprendan como lo hicieron con tu antecesor —le habló con firmeza, mirándola fijamente.

Al oír estas palabras, la mujer se arrodilló y bajó la cabeza por última vez para hacer una reverencia.

—¡Sí, Mi Señor! —exclamó ella.

—Saben lo que tienen que hacer —dijo Dracul para todos—. Preparen los caballos, escoltarán a la Reina Afia de Aranda a su castillo —ordenó.

—¡Mi Señor! —convinieron todos al unísono mientras lo veían dirigirse al interior del castillo.

Señor Nocturno Debe MorirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora