V. Óleo sobre panel

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En el Castillo Gris

V encontró por fin un área iluminada dentro de la fortaleza; eran habitaciones, todas con las puertas abiertas, excepto una. ¿Qué castillo sin clase tendría las puertas de los aposentos abiertas? Se preguntó. No es que le diera mucha importancia, aunque ya no se sentía muy perdido, supuso que ya estaba por el buen camino. Sus armas le esperaban en alguna parte. Estremecido por verse expuesto en lugar abierto, se apresuró con sudor en la frente a asomarse en el primer cuarto abierto, en el cual no había ni un objeto, pero tampoco polvo, se mantenía pulcro e iluminado por la luna y la luz que le llegaba de los candiles del pasillo.

—No puedo esconderme aquí —pensó para sí, en voz alta, como lo hacía siempre.

Escrutó de nuevo a su alrededor. Tragó saliva, se encaminó al siguiente cuarto, el único con la puerta cerrada. Era de esperarse que no pudo abrirla.

Chasqueó los dientes. Más nervioso aún, volvió a divisar los aledaños. Se asomó, por lo tanto, a la siguiente alcoba, ésta, llena de inverosímiles objetos, o muebles, u otras cosas alargadas y de distinto tamaño que el hombre de saco azul no fue capaz de predecir, ya que todos y cada uno permanecían enmantados con tela pesada color blanca. Las puertas de esta habitación eran anchas y muy largas.

Una potente ventisca entró por las ventanas abiertas de los cuartos, dándose paso hasta los candiles de la última pared. Los rechinidos de las puertas al menearse eran ruidosos. A causa del viento, toda iluminación se extinguió y se vio de nuevo a oscuras. Se alarmó en cuanto los pasos de alguien resonaron al aproximarse. Al Sr. V no le quedó otra opción más que adentrarse en esa desconocida pieza, cerrando la puerta detrás de él. Rebuscó un sitio seguro, y lo encontró hasta el final, donde las cosas (lo que sea que fueran) se hallaban más amontonadas. Aquellos pasos se detuvieron, la persona, ahora frente a la puerta giró el picaporte, para su desgracia, entró precisamente al cuarto en el que se escondía. Venía acompañada.

—Estaba cerrada, qué raro —dijo la voz de una mujer—. ¿Crees que algún mayordomo la haya cerrado?

—Quizás fue el aire —respondió su compañera.

V mordió sus labios a modo de recriminación hacia él mismo por haber cerrado la puerta. Cometer un error así habría sido costoso si las mujeres le hubiesen prestado atención. Trató de espiarles, estaba completamente oscuro, como única cosa, notó el color blanco del mismo patrón en sus prendas, dedujo que se trataba de un par de mucamas; divisaban la habitación en busca de algo.

«¿Por qué no traen su candil? Es imposible que vean sin fuego», pensó.

—Rose, ¿tú crees que enloqueció? —preguntó una de ellas.

—Él ya estaba loco, Marie.

—Me refiero a... —hizo una pausa—. Trajo al castillo a una niña humana —reclamó—. La salvó, en otras palabras. Como te decía antes, es el único que aún no acepta su naturaleza.

—Al contrario de ti, yo pienso que la razón por la cuál la trajo fue para deshacerse de ella como lo hace con sus presidiarios.

—Tienes algo de razón, si es así, su odio hacia la humanidad ha llegado hasta ese punto —completó la otra.

—Pobrecilla. Ay de esa niña, es una belleza —se lamentó mientras levantaba una de las mantas para examinar uno de los objetos y luego volvió a cubrirlo al no ser lo que creía. Se aproximaba cada vez más cerca del escondite del invasor.

Mientras V las escuchaba hablar, levantaba las telas para tratar de ver los objetos que escondían. Como ya lo esperaba, nada podía divisar.

—Pero, ahora que si te lo piensas bien, esa criatura se parece muchísimo a... ¡Oh! Es éste. Ayúdame, Marie —pidió a su compañera cuando encontró lo que buscaba debajo de la ventana. Sus rostros se iluminaron levemente con la luz pálida del cielo.

«¿A quién se parece?» Se intrigó el Sr. V en el tiempo que miraba los rostros de ambas a la luz de la luna, eran tan jóvenes y pálidas, sin duda, eran rostros peculiares, bellezas que hoy en día ya no se apreciaban. Quizás podían pertenecer al grupo de jóvenes que el Emperador Dracul se llevaba de cada reino.

—¡Hay que ver! ¿Cuántas veces tendremos que reemplazar los espejos que destroza el amo? —suspiró—. Lo hace cada vez más seguido.

Rose dejó el objeto en un espacio libre y, entre las dos desmantelaron un lujoso espejo grande y pesado, con un marco perfectamente tallado.

—Qué desperdicio de tan suntuoso espejo —se apenó Marie—. Es una lástima para mi hermosura, tampoco mi rostro se refleja en él.

—Démonos prisa.

Una de las mucamas cargó el espejo sin la menor dificultad a pesar de que era más grande que su persona, y salió en un parpadeo, la segunda esperó un poco para sacudir y doblar la manta que antes cubría el espejo.

—¡Marie! ¿Tienes el pedernal contigo? Olvidamos encender las antorchas —le llamó Rose. Marie terminó de doblar la manta y se la llevó al irse de ahí sin cerrar la puerta.

El intruso esperó a que la iluminación se encendiera nuevamente en los pasillos para tomar prestado un candil y volver a husmear cómodamente, aún de rodillas en su escondite, descubrió tesoros con ornamenta lujosa, de la mejor calidad, a V le encantaban los lujos y le dio la razón a la mucama cuando dijo que era un desperdicio tenerlas resguardadas de esa forma.

Se había entretenido acariciando las piezas que más le gustaron, y al final, llegó a un apartado pequeño de obras de arte, miró esculturas de artistas de los que nunca había oído pese a ser admirador del arte.

—Nunca oí de Crespia tampoco, no figura en los mapas, pero, pensé que era porque los que veía estaban desactualizados —se habló, seguía admirando las delicadas obras, también vio esculturas grandes y pequeñas, tenían una majestuosidad que no se veía fuera de Crespia. Pinturas religiosas que contaban la historia de la Diosa, de sus hijos y del Todopoderoso. En sus pocos meses viviendo en esa nación, era un tabú mencionar a otro Dios que no fuera el Todopoderoso Camazotz. V asumía que la razón era, únicamente, que Aranda era más fiel a este Dios, sin embargo, también averiguó, poco después, que existían hombres fieles a la Diosa y deseaban secretamente la destrucción del Todopoderoso. Era entendible, se rumoraba que el monarca era un caníbal inmortal y lujurioso, que se llevaba a las mujeres para hacerles cosas atroces y encima, que lo hacía cumpliendo los deseos de Camazotz.

Le quitó el mantel a uno de los cuadros más grandes del lugar, adivinó que era un retrato muy antiguo, al acercar el candil a los rostros de las protagonistas de la pintura, pegó un grito ahogado y cayó de sentón.

—¿Q-Qué carajos es este lugar...? —susurró para sí. Negó con la cabeza al mismo tiempo que se convencía de que había visto mal aquel cuadro.

No pudo desvanecer de su mente lo que vio: los rostros de esas dos mucamas estaban plasmados en el lienzo, rebosaban vida y no se veían pálidas, las protegía una armadura antigua. También leyó un par de líneas: "Rose & Marie Ivanov, heroínas arqueras de Crespia. Año 1305. Óleo sobre panel." El nombre del pintor se había arruinado.

Tomó una gran cantidad de aire y volvió en sí, tenía los nervios de punta. ¿En qué lugar había ido a parar?

—Demasiado bueno para ser una broma —admitió, recobrando la compostura—. ¿Qué tipo de hombre eres, Hijo del Mal? ¿Hombre? No... —sonrió—. ¿Qué cosa eres tú y todos los que moran aquí?

Señor Nocturno Debe MorirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora