De gaviotas, locuras, amor y tristezas.

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[ADJUNTO: Quinta entrada del Blog "Palomas y Gorriones"]

Domingo 27 de octubre. 03:16h. De gaviotas, locuras, amor y tristezas.

Las palabras son esas gaviotas que el viajero divisa antes de llegar al mar y le anuncian su inminente destino de salitre, espuma y mar.

He visto sus gaviotas, diviso dónde me llevarán, pero... ¿Sabes tú acaso dónde estás llegando? ¿Divisas el destino?

Le he encontrado. He bebido sus... ¿delirios? Averigüe la causa de su revoloteo y he decidido alzar mi sencillo vuelo junto al suyo, para acompañarle, y para guiarle si es necesario.

No escribe para soñar; como yo... escribe nocturno para recordar, para llorar, para "llegar" a algún puerto que le permita descansar. Escribimos lo que sufrimos, tratando de espantar mentiras para salir de la cueva donde las sombras y sospechas nos acechan. Mi triste gorrión escribe a tientas y, en sus descripciones y deducciones, comete errores porque en los eclipses de los corazones moribundos, los destellos del pasado ciegan en la antumbra. Pero tranquilo, gorrión, la Luna pasará y a la luz de un sol renacido, escribirás libre, luminoso y esclarecido.

En sus ojos tristes nació mi intriga. Con sus gaviotas... la sospecha. Sí, sus palabras me hacen sospechar muchas cosas. Que no somos tan diferentes: un golpe mortal rompió su corazón, una tortura rompió el mío. Que nos podemos ayudar: a que no me desvíe de mi sendero; a que encuentre su camino. Nos conoceremos y hablaremos, ya lo veréis. Le demostraré que el mundo, sin palomas, puede ser un lugar luminoso. Ahora vaga buscando los trozos de su corazón, pero... ¿de verdad quieres reconstruirlo? Sé lo que está sintiendo en este mismo momento. No, ahora no quiere renacer. Quiere seguir en la penumbra. Quiere que el dolor se instale en su alma. Quiere sentir la profunda tristeza. Que nadie me niegue la inevitable inclinación a la autocompasión. La tristeza es una de las drogas más duras. Cuesta desengancharse. Cuesta no inyectarte un chute cuando el run run de la televisión se vuelve lejano y giras la cabeza y ya no hay nadie, y mira a su pared y tampoco encuentra la respuesta a esas preguntas que le torturan. Húmeda, abandonada, vacía, sin sentido... nos adormece en el sofá y nos despierta con un suspiro en el silencio de la mañana. Pero tienes que saber, gorrión, que tras la tristeza, justo detrás de ella, como los buitres carroñeros que esperan al herido antílope, está la locura, y tras ella, la muerte. Tuya, mía, de ellos, da igual. Te tiras desde una azotea... o matas a un charlatán en el autobús.

Sí, no te sorprendas. Lo acepto. Me acepto y me celebro por ello. Solo al comprenderme he sido capaz de enfocar mi locura. No mato porque haya perdido la cordura. Mato porque sólo así la conservaré. Mato como terapia. Mato para alejar a la tristeza carroñera. Mato, en el fondo, por lo mismo que me trajo hasta aquí y ataca mi serenidad. Mato por amor.

Por culpa de estos habituales eclipses, juzgamos erróneamente a la vida, o a una colección de indicios, o a las personas, cometiendo errores de percepción, desenfocando las gaviotas, ensombreciendo las obras... pero cuando pasen las sombras, cuando las preguntas se resuelvan...

Por ahora, de mí sólo tenéis el aroma de los muertos. La niebla de mis motivos. Pero de ellos, de los caídos... lo sabéis todo y habéis visto su vacío. Sus adornos superfluos, sus artificios. El hueco de sus pechos. Sus sangres tibias. Sus esperpénticas existencias. ¿Que yo asesino? ¿Que ejecuto? ¿Qué juzgo ligero? No, amigos míos, este mundo es un cultivo, un hermoso huerto... ¿Quién debe germinar y crecer, el parásito o el futuro? ¿Qué debe prevalecer, el fruto o la mala hierba? Yo, gorrión querido, sólo soy un simple y humilde agricultor.

Aunque peque de vanidad, me gusta pensar que, en realidad, yo cumplo los deseos ocultos de muchos. Yo limpio las calles de inmundicia y almas corrompidas. Yo extermino a las palomas que, en el fondo, todos los gorriones odian. Llevo más allá las miradas rencorosas, extraigo la esencia de los susurros. No te engañes, cuarenta personas posaron sus ojos en el charlatán y pensaron que, sin él, el mundo sería un lugar mejor, y lo hicieron sin conocer la profundidad de su ponzoña. Yo sólo cumplí los deseos que el resto sólo se atrevió a imaginar. Fueron muchos los que vieron la humillación del vagabundo, y muchos desearon retorcer el corazón de la rubia, y lo hicieron sin atisbar el tamaño de su engaño. Yo sólo inyecté los deseos de todos en su cuello. Porque, te pregunto a ti, querido amigo, cuándo encuentres tu paloma, cuándo le tengas en frente... ¿Qué harás? O mejor... ¿Qué querrías hacer? Al final, reprimirás tus impulsos, como todos, y soñarás con que un gorrión rojo revolotee a tu lado.

En el fondo, sus gaviotas, sus palabras, las mías, las de ellos que callan, todos hablamos de lo mismo: de Amor. Todos hablamos de amor, menos las palomas...

El amor es el motor del mundo y ellas lo frenan. Lo entorpecen con su egoísmo. Por eso las mato, por ególatras. Por eso, en el fondo, yo también hablo de amor.

Hay que arrancarlos de esta tierra como la mala hierba. Son palomas que invaden nuestra plaza, defecan en las soleadas terrazas, llenan de sucias plumas los parques, anidan y revientan nuestras cornisas, arrullan todo el día presumidas entorpeciendo nuestros pasos. Y cada vez es peor, crecen y se multiplican inseminados por "Likes", se adulan en pantallas de un palmo y la fuerza de sus sueños queda reducida a una graciosa colección de emoticonos.

No me juzgues, amigo. Amo a los gorriones sencillos. A los humildes. A los que vuelan sin pretensiones y picotean lo justo. Solo el amor me guía y por amor extermino a las palomas. Ahora imagina un mundo donde todos piensen primero en los últimos. Porque recuerda, amigo mío, y nunca lo olvides: el amor no es amarse a uno mismo.

El Gorrión Rojo

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