capitulo 2

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Ainslin no sabía lo que pasaría a continuación, pero nunca se hubiera esperado que Torsten se inclinase sobre ella, le pasara un musculoso brazo por debajo de las rodillas, y la levantara acercandola a su pecho. La rápida acción la sorprendió, lo que no contribuyó en nada para aliviar su inquietud.

Torsten salió de la habitación, caminando por un pasillo, hasta que llegó a otro cuarto. Ainslin pudo divisar una enorme cama junto a una pared, una chimenea de pizarra con troncos apilados, un banco, una mesa y dos resistentes sillas, antes de que Torsten girara en círculo y dejara de ver el resto de la habitación. Dando dos pasos más, se detuvo y la bajó hasta el colchón. El lino fino de las sábanas acariciaron sus palmas, cuando Ainslin trató de secar el sudor de las manos sobre la tela.

Torsten se sentó, con los ojos fijos en su rostro, se aflojó los cordones de sus botas y tiró de ellas, colocándolas a un lado, a los pies de la cama. En un movimiento fluido, él se sacó la túnica por la cabeza, y la dejó en una de las sillas. Un escalofrío la recorrió entera.

Ainslin se estremeció de pies a cabeza con la visión de su esculpido pecho.

- Estás helada - Murmuró él y levantandose, se acercó a la chimenea.

Ainslin se dio cuenta de que él la había visto temblar y que creía que tenía frío. Aunque la habitación no tenía ninguna otra fuente de calor, salvo las lámparas de piedra que colgaban de las vigas del techo, su cuerpo ardía, y sentía un hormigueo en toda su piel. Ainslin fascinada se levantó sobre los codos, mirando fijamente la forma en que los músculos de su espalda se flexionaban, la cicatriz que iba desde el hombro hasta
Lamitad del brazo, el contraste de su cabello oscuro y la piel bronceada, absorviendo cada detalle, cada matiz, con ojos ávidos.

El fuego crepitaba y una llama saltó lanzando chispas azules y amarillas, al crujir un pedazo de leña. Torsten la miró por encima del hombro, encontrando sus ojos fijos en él.

Ainslin dejó de respirar y su estómago se retorció, sintiendo que sus partes íntimas se contraían.

Torsten dejó el atizador que había utilizado para avivar el fuego, se levantó y en dos zancadas alcanzó el lecho. La expresión de su rostro hizo que a Ainslin se le secara la boca, dilatando sus fosas nasales y provocando que un temblor de miedo le apretara el estómago. Él se cernía sobre ella como un gigante, y Ainslin se mordió el labio con tanta fuerza que notó el sabor de la sangre.

- No - Dijo él, y se sentó en el colchón, hundiendose bajo su peso. Su pulgar acarició el labio herido, bajó la cabeza hacia ella y lamió la pequeña gota que estaba allí.

Ainslin sintió abrasarse el lugar donde su lengua la acariciaba, su cálido aliento le hacía cosquillas en la nariz, y el aroma del vino que él había bebido le intoxicaba la mente. Ainslin sintió sus párpados pesados ​​y cuando él puso sus labios sobre los de ella, cerró los ojos. Ella se entregó a él, dejándole hacer lo que quisiera, sin ser capaz de pensar, sólo sentir. Sus labios eran suaves y carnosos, él lamió la línea de su boca y la caricia la golpeó como un rayo, dejando su cuerpo en llamas. Su sexo estaba mojado y la humedad que se formó le hizo apretar los muslos.

Torsten envolvió la cara de ella con su mano y se acostó a su lado en la cama. Él abrió la boca para chupar su labio inferior. Ainslin deseó tocarlo, sentir su pecho duro bajo sus manos, pero sin saber lo que él esperaba, ella apretó los puños.

Cuando Torsten mordisqueó el lugar que había chupado, ella suspiró, y la lengua de él se deslizó entre sus labios. Maravilla de las maravillas, nunca se hubiera imaginado que una lengua pudiera dar tanto placer

-El Oso y la NoviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora