cap 6

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El Rey Cnut y su esposa Aelfgifu quedaron muy satisfechos con el

matrimonio cristiano de Ainslin y Torsten.

Sigrid no representaría ya ningún peligro, después de que el Rey lo nombrara jarl de las Islas Orcadas.

Ainslin había florecido como una margarita en primavera, después de su regreso a Stjórardalr. De hecho, esos meses en los que la tierra se despertaba al sol, habían sido una bendición que Torsten nunca hubiera esperado. Su deseo por su esposa crecía con cada unión, nunca se saciaba. Con cada nuevo amanecer se sentia más feliz. Al igual que florecian los cultivos de trigo en la tierra, su confianza en él, y la intimidad entre ellos maduraba cada día.

Brom y Rob crecían, sus piernas regordetas se transformaban en músculos cuando Torsten y sus hermanos comenzaron el entrenamiento  para su formación.

Ya casi estaban en pleno verano, y Torsten no podía ver a su mujer sufrir más. Durante mucho tiempo, él asistía impotente cuando ella se desanimaba al llegar sus períodos. No sólo la risa desaparecia de su rostro, sino que la enfermedad que acompañaba a sus períodos duraba más y se hacía más intensa. Al final decidió que se la llevaría de Stjórardalr por una temporada.

***

- ¿Estás seguro, hermano? - Le preguntó Jarvik.

-  Sí, será bueno para ella estar en las montañas. Cuida de Stjórardalr y de mis hijos también.  -  Respondió Torsten mirando para Ainslin que estaba montada en una yegua castaña.

Jarvik siguió su mirada y asintió.

- No dejaré que les suceda nada malo a  Brom y a Rob.

El viaje de cinco días a su cabaña del interior pareció mejorar el estado de ánimo de Ainslin.

Los ojos de Ainslin brillaban cuando llegaron a Sumar Söngur, y se distrajo
ordenando la cabaña, cocinando, limpiando y planeando otra habitación para que pudieran llevar a los niños al verano siguiente.

Sus ojos verdes recuperaron su brillo y sus mejillas adquirieron de nuevo un sano color rosado después de una semana nadando y buceando en el lago, paseando por la orilla y descansando al lado del fuego que ardía en la cabaña.  

Un día Torsten quiso hacerle el amor a pleno sol, en la cima de la montaña, mientras estaban tumbados en la suave hierba.

- No - Protestó Ainslin, con el rostro radiante. - Es mediodía, Torsten, y estamos en medio del campo.

- Sí - Susurró él, depositando besos en su nuca y en su garganta. Ainslin trató de empujarlo, pero cuando él lamió ese punto entre el cuello y el hombro que siempre la hacía rendirse, ella suspiró y rozó su barbilla con la boca, lamiendo suavemente su piel.

Fue un largo acto de amor y con cada caricia, la ternura inundaba su alma. Cuando Ainslin llegó al orgasmo bajo el sol, con los ojos desenfocados y sus labios gritando su nombre, él ya no pudo aguantar más y derramó su semilla en su vagina.

La alta hierba les protegía la piel de los rayos del mediodía. Estaban tumbados, Ainslin encima de su marido quien todavía permanecía  dentro de ella, y Torsten no podía recordar un momento en el que hubiera sido más feliz. Estaba enamorado de su mujer, y no le importaba que todos lo supiesen.

Ella se apartó ligeramente y apoyandole un brazo sobre el pecho, le besó el lugar en el que su corazón latía con más fuerza. Su peso era demasiado ligero para causarle a Torsten ninguna molestia.

-El Oso y la NoviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora