En las primeras páginas de flor del fango me he hecho una pregunta bastante extraña ¿Podrá ser la amargura precoz la causante de talentos descubiertos a temprana edad? La melancolía en la que todas las nínfulas están envueltas, la tristeza que las cubre de pies a cabeza. Me intrigué bastante por Sofía, una niña de catorce años destinada a casarse con Simón. Sofía era una niña muy inteligente que siempre mostró un notable interés por el estudio y a corta edad se observa algo extraño en ella, tristeza en su forma más pura, más delicada, más bella, naturaleza demoníaca. Desde lo más alto de los arboles observamos cómo las hojas caen lentamente mientras los rayos de luz pasan entre las piernas de Sofía. Oh Sofía, niña mía, sabiduría. Así es como describo a mi nínfula, sin rumbo en su mirada, hablando como una pequeña adulta, mi chiquilla es toda una abogada. Ella creció en el fango, donde ninguna flor puede crecer, las azucenas lloran, la margarita se esconde en el cielo nocturno, las amapolas le envenenan, el fango es la sociedad.