En este punto de mi obra, podrían pensar que soy un acosador de mi nínfula, pero señores y señoras sigo creyendo que la mayoría de ustedes no han caído en cuenta. He disfrazado las crueles perversiones de mi mente en preciosas palabras que dejan deleite en la mente del lector desprevenido. Oh mi pequeña niña, esto ya se ha convertido en una obsesión agradable y ciertamente me he vuelvo adicta a ella, porque no te puedo tener a ti. Fuiste mía mi niña, solamente mía, rotundamente mía hasta el infinito. Pero ahora que te has ido y la nieve ha crecido en mis sienes, las marcas se han endurecido y la margarita ha aparecido en la noche, no me queda mas que regalarte mi amor. Enamorarte con todos los caprichos que tienes y llenarte de posesiones brillantes del color de la luna, del olor de las rosas, de la tristeza en tu mirada y en mi desesperación por amar cada pedacito de tu ser. A mi cruel niña de hombros tostados y de tacto dócil, le conviene quedarse con su viejo, porque nadie le amara como yo, persona jamás sabrá que es amar con locura a esta nínfula de versos pequeños. La llenaré de regalos, se saturará con mis besos y luego se atiborrará de algodón de azúcar y malteadas de fresa con soda. Mi dulce nínfula, déjame tomar tus manos y llevarte conmigo a visitar cada parte del mundo, déjame contemplarte en las noches, en tu profundo sueño de polvo de estrellas. En la preciosidad del mar cuando cuando golpea sus muslos con cariño, en los rayos palidecentes, en el candor de su juventud y en su traje de girl scout.
Le amaré por siempre.