¿Quién lo entiende a usted?

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   En un instante desprende un fugaz cariño. Y ese instante basta para llenar mis sentidos.

   Fuera de ese pequeño instante solo noto su lejanía. Impacto contra un gran muro de hielo. Me estremezco. Aún así incansablemente lucho por derribar ese muro. A veces consigo agrietarlo, otras simplemente heridas. 

   Hubo momentos donde fui aplastada por el imponente hielo, siendo obligada a alejarme. Pero claro que no lo hacía, solo me mantenía al margen. Esperando. Anhelando el deshielo. 

   Luego usted regresaba.

   Acusándome de abandonarlo, de dejarlo a merced de la soledad. Volvía con sus instantes de fugaz cariño. Yo era débil, siempre lo fui. Sus destellos de amor, aquella ilusión, me fortalecía. Una fortaleza imaginaria, sólida pero imaginaria. Me aferre a usted sin importar las asperezas, filos, capacidad de daño que desprendía. Sin embargo, su muro de hielo caía contra mi nuevamente. ¿Quién lo entiende a usted? 

   Di todo de mi, incluso más. Inocencia, músculo, hueso, confianza, sueño, pensamientos, amor, lágrimas, cansancio. Di más de lo que podía soportar por un mísero instante. 

   Ahora lo veo. Ahora, con el corazón desangrado, la mente quebrada, los ojos ahogados, el cuerpo adolorido, el alma vacía; lo entiendo. Usted no me daba amor, ni una pizca de ello. Usted me anestesiaba. Anestesiaba mi mente, alma y corazón para dañarme. 

   ¿Quién lo entiende a usted? No, no es la pregunta correcta. ¿Quién me entiende a mi? Porque lo sabía. Desde la primera palabra, el primer encuentro, el primer contacto. Supe que no era un amante, sino un anestesista. Y me cegué con tal de no verlo.


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