La dulce espera de la muerte.

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El joven bajaba todos los días en el mismo horario del tren. Y allí estaba, siempre, la misma joven esperando en un banco.

Parecía tan frágil, sola, ausente. Su mirada nunca se centraba en alguien, y su cabello cubría gran parte de su rostro.

Aunque él se lo negara le gustaba verla todos los días en aquel banco, en parte, le hacía sentirse acompañado. Que ella estaba allí por él. Asegurándose de que llegara a la estación.

El último día de la semana se decidió. Se acercaría a ella.

Bajó del tren. Nervioso. Lentamente se dirigió hacia la muchacha. A lo lejos pudo percibir su sonrisa, una fugaz y pequeña sonrisa.

Cuando ya estaba frente a su objetivo tomó aire para hablar. Ella bajó la mirada y su cabello tapó aún más su rostro. En el momento en que él abría la boca su teléfono sonó. Un tanto extraño, pues él estaba seguro de haberlo apagado.

Giró sobre sí mismo y contestó. Pero nadie respondió del otro lado.

Al mirar atrás notó que la joven ya no estaba. Se sintió estúpido.

La siguiente semana volvió a verla en el mismo lugar de siempre. Estuvo a punto de acercarse, pero en el último segundo se arrepintió y siguió de largo.

Un día, finalmente, obtuvo valentía para hacerlo. Bajó del tren y caminó sin titubear.

- Hola.. - Su voz salió lenta.

Ella lo miró entre sus cabellos y sonrió abiertamente. Y el corazón de él estalló. Era lo más bonito que había visto hasta el momento. Estiró el brazo hacia su figura, ella se estremeció. Dudó si retirar o no el brazo. En su lugar trató de tocar su hombro. Antes de que pudiera hacerlo ella cayó a un lado.

Asustado la tomó en sus brazos. Le sorprendió sentirla tan fría. Corrió el cabello de su rostro y quedó pasmado. Un grito de horror se abrió paso en su garganta.

Su rostro completamente pálido carecía de ojos. Dos cuencas negras vacías acompañaban un rostro sin vida y unos labios morados.

Ella no volvió a sonreír. Él no volvió a tomar ese tren.

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