Hey, Carlos.

VI

Hey, Carlos:

Hace unos días me dediqué a leer todas nuestras viejas conversaciones, te recordé. Sentí la misma emoción que cuando hablábamos esas noches. La verdad, es que por más que lo intente no logro sacarte de mi mente, aunque siento que de mí ya no queda rastro en la tuya. Debo confesar es que no escribía para él, siempre lo hice para ti, no sé porqué escapaste de mi vida, pero siento que nunca nadie podrá llenar ese vacío que dejaste cuando te fuiste, tampoco busco llenarlo con alguien que no seas tú, lo siento como un adulterio ante lo que, en realidad, nunca tuvimos.

Tus ojos me ignoran, ya no me buscan, pude comprobar —por más doloroso que sea— que yo ya no te importo. Qué saladas eran las lágrimas de ese Lunes. ¿Qué ya no merecía esa dulce sonrisa que acompañaba tu saludo? No te entiendo, la verdad; pensando llegué a la conclusión de que pudo haber sido el mensaje del día domingo, ese que no era para ti y de todos modos leíste. Tal vez esto no sea más que tontas conclusiones de mi parte, porque a fin de cuenta tú, cariño... tú partiste. ¿Por qué ello habría de molestarte? Sí, fue decepcionante el imaginar que yo ya no te importaba. Que ya no veías en mí ese brillo mágico del que siempre hablabas, pero, yo no podía ya cambiar ese concepto que ahora tienes de mí. Ambos cambiamos, debo admitir. Me dejaste en medio del camino con el paraguas en mano. Era espacioso y aun así decidiste mojarte y cambiarte de vía. Quién te entiende, Carlos.

Me esforcé mucho por conseguir señales de tu parte y nunca recibí ni la más mínima.

Hoy quise escribirte, nuevamente, con la finalidad de explicarme a mí misma eso que tú nunca dijiste: el motivo de tu ausencia. Supongo que se te acabó el querer o simplemente de cansaste de mis continuos delirios y mente alucinante, mis ataques frenéticos y mis tontas manías. No te culpo, pero fuese apreciado mucho una mísera carta de despedidas. Te fuiste y no volviste, te encontré y me ignoraste. Lo triste de la situación es que ni tu amante me consideraste.