4- La corbeta Gloria Scott

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Tengo aquí unos papeles -me dijo mi amigo Sherlock Holmes, sentados una noche invernal al lado del fuego- que creo de veras, Watson, que merecerían un vistazo suyo. Se trata de los documentos acerca del extraordinario caso de la Gloria Scott, y éste es el mensaje que tanto horrorizó al juez de paz Trevor cuando lo leyó.

Había sacado de un cajón un pequeño rollo de aspecto ajado y, desatando su cinta, me entregó una breve nota garabateada en medio folio de papel gris pizarra. Decía:
«El suministro de caza para Londres aumenta sin cesar. Al guardabosque en jefe Hudson, según creemos, se le ha pedido ahora que reciba todos los encargos de papel atrapamoscas y que preserve la vida de vuestros faisanes hembra.»

Al levantar la vista, después de leer tan enigmático mensaje, vi que Holmes se reía de la expresión que había en mi rostro.

-Parece un tanto desconcertado -me dijo.

-No comprendo que un mensaje como éste pueda inspirar horror. A mí me parece más grotesco que cualquier otra cosa.

-Y no me extraña en absoluto. Sin embargo, persiste el hecho de que el lector, que era un anciano robusto y bien conservado, se desplomó al leerlo, como si le hubieran asestado un culatazo con una pistola.

-Excita mi curiosidad -dije-. ¿Por qué ha dicho hace un momento que había razones muy particulares por las que yo debería estudiar estos documentos?

-Porque fue el primer caso en el que yo intervine.

A menudo había tratado yo de saber de labios de mi compañero qué había orientado por primera vez su mente en la dirección de la investigación criminal, pero hasta el momento nunca le había sorprendido en una vena comunicativa.

Ahora se inclinó adelante en su sillón y extendió los documentos sobre sus rodillas. Después encendió su pipa y durante algún tiempo permaneció sentado, fumando y hojeándolos.

-¿Nunca me ha oído hablar de Victor Trevor? -preguntó-.
»Fue el único amigo que tuve durante los dos años que pasé en el colegio universitario. Yo nunca fui un individuo muy sociable, Watson, y siempre preferí permanecer en mi habitación y desarrollar mis pequeños métodos de pensamiento, de modo que nunca alterné mucho con los jóvenes de mi curso. Excepto la esgrima y el boxeo, yo no tenía grandes aficiones atléticas y, además, mi línea de estudios era muy distinta de la de los demás discípulos, de modo que no teníamos ningún punto de contacto.

»Trevor era el único alumno al que yo conocía, y precisamente debido al accidente ocasionado por su bullterrier, que plantó sus dientes en mi tobillo una mañana, cuando me dirigía a la capilla. Fue una manera prosaica de forjar una amistad, pero resultó efectiva. Tuve que permanecer echado diez días, y Trevor solía venir a preguntar cómo estaba. Al principio sólo charlábamos un par de minutos, pero sus visitas no tardaron en prolongarse y antes de que terminara el curso éramos íntimos amigos.

»El era un muchacho cordial y saludable, lleno de ánimo y energía, el extremo opuesto a mi en muchos aspectos, pero descubrimos que teníamos algunos intereses en común, y se estableció un vinculo más cuando constaté que carecía de amigos igual que yo.Finalmente me invitó a pasar una temporada en la casa de su padre en Donnithorpe, Norfolk, y acepté su hospitalidad durante un mes de las vacaciones de verano.
El viejo Trevor era, evidentemente, un hombre de buena posición y de cierta categoría, juez de paz y terrateniente.

»Donnithorpe es un pequeño caserío al norte de Langmere, en la región de los Broads. La casa era un amplio y antiguo edificio, con vigas de roble y obra de mampostería, con una bonita avenida flanqueada por tilos que conducía hasta ella. Las oportunidades de cazar patos silvestres en los pantanos eran excelentes, así como la pesca. Tenía además una pequeña pero selecta biblioteca, procedente, según entendí, de un anterior ocupante, y una cocina tolerable, de modo que muy remilgado había de ser el hombre que no pudiera pasar allí un mes placentero.

Las Memorias de Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora