9- El Interprete Griego

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«Recuerde, Melas, que si habla con alguien de esto, aunque sea con una sola persona, ¡que Dios tenga piedad de su alma!»
Wilson Kemp

A lo largo de mi prolongada e íntima amistad con el señor Sherlock Holmes, nunca le había oído hablar de su parentela, y apenas de su pasado. Esta reticencia por su parte había incrementado el efecto un tanto inhumano que producía en mí, hasta el punto de que a veces me sorprendía mirándolo como un fenómeno aislado, un cerebro sin corazón, tan deficiente en afecto humano como más que eminente en inteligencia. Su aversión a las mujeres y su nula inclinación a contraer nuevas amistades, eran las dos notas típicas de un carácter nada emocional, pero no más que su total supresión de toda referencia a su propia familia. Yo había llegado a creer que era un huérfano sin parientes vivos, pero un día, con gran sorpresa por mi parte, empezó a hablarme de su hermano.Fue después de tomar el té una tarde de verano, y la conversación, que había errado de forma inconexa y espasmódica desde los palos de golf hasta las causas del cambio en la oblicuidad de la elíptica, desembocó finalmente en la cuestión del atavismo y las aptitudes hereditarias. El tema sometido a discusión era el de hasta qué punto cualquier don singular en un individuo se debía a su linaje y hasta cuál a su propio y temprano aprendizaje.

-En su caso -dije-, por todo lo que me ha dicho parece obvio que su facultad de observación y su peculiar facilidad para la deducción se deben a su adiestramiento sistemático.

-Hasta cierto punto -me contestó pensativo-. Mis antepasados eran terratenientes rurales que al parecer llevaron más o menos la misma vida, como es natural en su clase. Sin embargo, mi tendencia en este sentido está en mis venas y tal vez proceda de mi abuela, que era la hermana de Vernet, el famoso artista francés. El arte en la sangre adopta las formas más extrañas.

-Pero ¿cómo sabe que es hereditario?

-Porque mi hermano Mycroft lo posee en un grado más alto que yo.

Desde luego, esto era totalmente nuevo para mí. Si había en Inglaterra otro hombre con tan singulares poderes, ¿cómo se explicaba que ni la policía ni el público hubieran oído hablar de él? Hice esta pregunta, con un comentario acerca de que sería la modestia de mi amigo lo que le hacía reconocer como superior a su hermano. Holmes se echó a reír al oír esta sugerencia.

-Mi querido Watson -dijo-, no puedo estar de acuerdo con aquellos que sitúan la modestia entre las virtudes. Para el lógico, todas las cosas deberían ser vistas exactamente como son, y subestimarse es algo tan alejado de la verdad como exagerar las propias facultades. Por consiguiente, cuando digo que Mycroft posee unos poderes de observación mejores que los míos, puede tener la seguridad de que estoy diciendola verdad exacta y literal.

-¿Es más joven que usted?

-Es siete años mayor que yo.

-¿Y cómo se explica que no se le conozca?

-Oh, en su círculo es muy bien conocido.

-¿Dónde, pues?

-En el Diogenes Club, por ejemplo.

Nunca había oído hablar de esta institución, y mi cara así debió proclamarlo, pues Sherlock Holmes sacó su reloj.

-El Diogenes Club es el club más peculiar de Londres, y Mycroft es uno de sus socios más peculiares. Siempre se le encuentra allí desde las cinco menos cuarto a las ocho menos veinte. Ahora son las seis, de modo que, si le apetece dar un paseo en esta hermosa tarde, será para mí una verdadera satisfacción presentarle dos curiosidades.

Cinco minutos después nos encontrábamos en la calle, camino de Regent Circus.

-Se preguntará usted -dijo mi compañero- cómo es que Mycroft no utiliza sus facultades para una labor detectivesca. Es incapaz de ello.

Las Memorias de Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora