Jamás volveré a tener esperanza

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Desperté.
Vi que estaba en un cuarto blanco. Era pequeño y solamente había una camilla donde estaba acostada y una puerta. Tenía una mascara que tapaba mi boca y sentía miles de pinchazos por mis brazos. Los miré y tenía varios tubitos clavados en mi piel. Me incorporé, pero al hacerlo sentí que se me soltaba un tubo del brazo que me hizo caer inconsciente en la cama y volver a dormirme.

Me volví a despertar, esta vez sin ningún tubo, solamente un pequeño aparato que cogía mi dedo corazón y estaba agarrado a una máquina a mi derecha, y cuatro cintas que agarraban mis brazos y piernas contra la cama. No recordaba lo ocurrido y algo me decía que era mejor no saberlo. Estaba mareada y sentía unos pinchazos insoportables en mi hombro izquierdo. Entonces recordé todo: los gritos del hombre, matar a la chica y, luego, intentar suicidarme clavándome la estaca. No se bien donde acerté, pero creo que fue en mi hombro.

De pronto, la puerta se abrió y entró una mujer de bata blanca, cabello oscuro recogido en un moño, sin ningún pelo salido del lugar, piel oscura y unos ojos almendrados de color verde esmeralda. Iba con una libreta y apuntaba algo en ella.

Se paró delante de mi, y cuando acabó con la libreta me miró. Tan sólo con ver la expresión de su mirada, pude ver una mujer a la que le repugnaba.

- Sabes que no puede volver a ocurrir eso, porque la próxima te dejamos muerta - dijo con una voz madura enojosa.

- Esa era mi intención - pensé.

Volvió a apuntar alguna anotación en el cuaderno y lo dejó sobre la cama.

- Te voy a soltar - dijo comenzando a soltar las cintas - No intentes nada por escapar. Hay dos guardias armados en la puerta.

También, no iba a hacer nada. Recuerdo que una vez, un chico intentó escapar, pero le dispararon 5 veces en la espalda y no hicieron nada por él para salvarlo.

Me soltó, y mi primer impulso fue querer correr, pero estaba tan débil, que apenas podía quedarme en pie sola.

La mujer me ayudó a levantarme. Una vez de pie, vi que me sacaba una cabeza de altura.

Yo era baja porque dejé de crecer después de todos los experimentos que hicieron conmigo.

Apenas tengo 14 años, dos años menos que todos los chicos y chicas que eran como yo, asesinos, y experimentos.

Sólo había una cosa que me diferenciaba de todos los demás. Ellos eran asesinos a tiempo entero, sin embargo, yo sólo lo era cuando me enfadaba, y era peor que todos ellos juntos. No sé si alguna vez habría existido alguien así. Alguien que hubiera tenido miedo de si mismo.

La mujer me acompañó por un pasillo, y como había dicho, me seguían dos guardias. El pasillo estaba vacío, como lo estaban todos los pasillos del centro. Pasamos por puertas selladas, hasta llegar a una puerta por la que entramos. Era la cantina. Estaba repleta de los adolescentes que utilizaban como máquinas asesinas.

- Estás muy débil y necesitas comer. Cuando acabes, te estamos esperando en la salida. Y no intentes salir por la entrada. Hay 4 guardias protegiéndola - dijo levantando la cabeza con aire de superioridad y empujándome a dentro.

La mujer no podía entrar, porque si lo hacía no llegaba a salir viva de ahí. Sólo los que eran asesinos se respetaban entre ellos.

Me puse delante de una caja metálica y automáticamente salió muy poca comida en una bandeja.

Cogí la bandeja y me fuí, tambaleando, lo más apartada posible de la gente. Me senté sola en una mesa, en la esquina del comedor.

Sólo ver la comida me daba náuseas. No tenía hambre. No es que la comida estuviese mala, pero tampoco estaba buena. Y no pensaba comer. Me encontraba demasiado mal.

Me quedé moviendo la pasta que simulaba arroz con el tenedor, sin hacer caso a nadie a mi alrededor.

De pronto, alguien se sentó delante mía. Levanté la vista y vi a Rebecca. Era una chica rubia, de ojos ceniza y piel clara, que estaba alojada en la cárcel de delante mía y hablábamos, cuando no estábamos intentando matar a nadie.

- ¿Qué?- saludó quitándome el tenedor y comiendo de mi tablero.

Suspiré.

- Estoy una mierda - contesté.

- Anda que yo - dijo con la boca llena.

- Me he intentado matar - dije poniéndome las manos en mi cara - No sirvo para nada en este mundo.

Rebecca levantó la vista y me miró.

- No te preocupes, al final acabarás como yo, disfrutando de asesinar.

Sus grandes ojos grises miraron los míos. Ella estaba feliz por lo que acababa de decir.
No la entendía.

Ignoré su mirada y me escabullí en mis manos.

- Tengo esperanza de algún día salir de aquí - me dijo, dejando el tenedor en su sitio - y cuando lo haga, escapáremos las dos. Y asesinaremos a todo el mundo. Bueno, a todos los sobrevivientes.

- Ya te gustaría a ti - dije esbozando una tímida sonrisa que desapareció rápidamente.

-Ya les gustaría a todos los que están aquí metidos - me aclaró Rebecca. Asentí.

Nunca nos llegaron a explicar porque nos estaban haciendo máquinas de matar. Sólo sabía que nos metieron aquí, por ser Terceros en una familia. Hay sobre población y el Estado no puede alimentar a tantas bocas. Quieren que la población crezca, pero moderándose, sólo que es un poco complicado hacerlo con tanta gente, por eso necesitan deshacerse de los que sobran, los que nacieron por sorpresa. Nosotros.

Cuando volví en mí, Rebecca había acabado mi escasa comida. Me levanté sin avisar y me dirigía a la salida.

Mi vida no iba a cambiar, me iba a quedar como experimento para siempre. No tenia esperanzas.

Todas se fueron nada más pasar las puertas de este edificio.

Kill OffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora