Mi verdadero ser.

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-¡No, por favor! -grité -¡No quiero hacerlo otra vez!

Las lágrimas empezaron a caerme por las mejillas.

La voz grave envolvente volvió a atacarme.

-¡Hazlo!-dijo amenazándome más que antes. Mi cuerpo empezó a temblar de rabia, y volví a sentir esa oscura sensación. Una sensación de rabia y odio, que comenzó a expandirse por mi cuerpo.

-¡Relájate!-me dije respirando hondo, con los ojos cerrados.

Al abrirlos, miré el cuarto de paredes y suelos blancos en el que estaba aprisionada, y en el otro lado, divisé una chica.

La chica estaba amarrada a una silla de madera bastante gastada. Tenía el pelo negro desordenado sobre su cabeza y sus ojos verdes no paraban de moverse de un lado a otro. Tenía la boca tapada con una cinta gris y de vez en cuando emitía un gritito ahogado. No aguantaba mirarla más tiempo así de aterrorizada. Cerré los ojos.

-¡Hazlo de una vez! - gritó la voz de nuevo, pero esta vez tan fuerte que me produjo un pitido.

Odiaba que me gritasen.

Odiaba que me levantasen la voz sin ninguna razón.

Y esta, era una de las muchas razones que hacían revelarme.

La sensación oscura, incontrolable, se expandió totalmente y abrí los ojos para mirar a mi siguiente víctima. Me levanté y empecé a dirigirme lentamente hacia la chica. Ví los ojos de esta comenzar a humedecerse, pero hice caso omiso. La chica se puso nerviosa y empezó a gemir y a pegar grititos desesperados, moviendo la silla donde estaba sentada, pero continué sin reaccionar. No me dolía ver su mirada ni sus súplicas. Era como si algo me hubiese arrebatado los sentimientos.

-Parece que hoy me lo voy a pasar bien - dije con una voz más grave que la mía. Sonreí, y acto seguido, me tiré sobre la chica. Comencé a darle puñetazos en la cara con una fuerza que creía imposible. La chica gritaba desesperadamente. Salí de encima de ella y me agaché para volcar la silla con la chica, al suelo. Al hacerlo, una de las patas salió volando partiéndose en dos.

La joven tenía la cara ensangrentada y continuaba amarrada a la silla, inofensiva y sin armas con las que protegerse. Parecía estar muerta, pero un leve movimiento de respiración en el pecho me hizo comprobar que no era cierto. La miré y luego miré el trozo de pata que estaba partido.
Una estaca afilada.
Sonreí y me acerqué para coger la pata. La tuve en la mano y la observé. La punta estaba muy afilada. Miré a la chica y esta me miró preocupada, con la cara llena de lágrimas y sangre. Al ver mi intención empezó a gritar destrozándose las cuerdas vocales, pero era demasiado tarde.
Me acerqué lentamente, disfrutando del momento. La chica empezó a llorar de nuevo y negaba con la cabeza, sin embargo, yo sonreí. Aferré la estaca entre mis manos y...

¡Se la clavé!

Se la clavé en el corazón. Retorcí el palo y oí el último grito de la chica antes de su terrorífica muerte. Comencé a reírme psicopáticamente y no dejaba de clavarle la estaca una y otra vez, como si esta acción me estuviese alimentando. Creí estar disfrutando...hasta despertar.
Entonces, volví en mí.

Miré lo que acababa de hacer.
Mis manos, ensangrentadas, todavía agarraban la estaca sobre mí cabeza. Me paralicé.
No podía ser verdad. Lo había vuelto a hacer. Recordé la figura del otro chico que estaba igual de herido. Las lágrimas, empezaron a salir y a caerme por las mejillas. Solté la estaca que cayó justo detrás de mí, produciendo un sonido hueco.

-¡Muy bien!-escuché decir. Era la misma voz de antes, que me estaba felicitando por acabar de asesinar a alguien. Una inocente. Una persona que no había hecho nada malo en su vida. Me tapé la cara con las manos y empecé a llorar. Lloré como la última vez, desesperadamente. No quiero continuar haciendo esto. Me duele a mí y a muchas personas inocentes.
Las lágrimas caían sin cesar. Volví a sentir la sensación de rabia y miedo que empezaba a expandirse, pero esta vez no la admitiría en mi cuerpo. Quité mis manos de mi campo de visión y me di la vuelta para encontrarme con la estaca ensangrentada. La miré y la cogí. Ya no me importaba nada. Si mi vida dependía de matar gente, no valía de nada mí existencia. Miré la estaca por última vez y escuché la maldita voz grave:

-¡Para! ¡Qué estás haciendo!

Pero era demasiado tarde. Me clavé la estaca.

Un dolor insoportable recorrió cada centímetro de mi ser, inundándome en una espesa niebla que me impedía respirar. Lo último que vi, fueron unos rostros turbios cogiéndome antes de que se me nublara la vista, y me fuese del mundo.

Kill OffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora