El Cid entró en Burgos con sesenta caballeros. Hombres y mujeres salen a las ventanas a verlo. Todos lloran y dicen:
-¡Dios, qué buen vasallo si tuviese buen señor!
Tos lo huvieran invitado a sus casas, pero nadie se atrevía porque el rey Alfonso les había mandado una carta en donde les prohibía que dieran posada al Cid. Si alguien lo hacía, lo mataría. Por miedo, todos cerraron sus puertas.
El Cid fue a su posada y encontró también la puerta cerrada. Nadie se atrevía a abrirle. Los que iban con el Cid llamaron a voces. Nadie respondió. El Cid se acercó a caballo a la puerta y le dio un fuerte golpe con el pie, pero la puerta no se abrió porque estaba muy bien cerrada.
Entonces se le acercó una niña de nueve años y le dijo:
-¡Campeador! Ayer llegó una carta del rey donde nos prohibía que os abriéramos la puerta y nos amenazaba con matarnos. Tenemos mucho miedo y no nos atrevemos a daros posada. Cid,no ganáis nada con nuestro mal. Marchaos, por favor, ¡y que Dios os proteja!
Y después de decirle esto, la niña se marcho corriendo a su casa.
El Cid se fue entonces a Santa Maria, a la catedral de Burgos, atravesó el río Arlanzón y acampó con los suyos, como si estuviera en los montes.
No tenían nada para comer porque los burgaleses no le habían querido vender nada por miedo al rey. Pero un burgalés muy valiente, Martín Antolínez, les llevó pan y vino. No lo compró, era suyo. Y les dio todo lo que necesitaban.
Le dijo al Cid:
-Descansemos esta noche y por la mañana marchémonos, porque el rey, al enterarse de que os e ayudado, querrá matarme.
El Cid le contestó:
-¡Martín Antolínez, sois muy valiente! Si vivo, os pagaré el doble de lo que me dais. Ahora no tengo nada que me hace falta dinero para pagar a los que me acompañan. Necesito vuestra ayuda. Quiero llenar de arena dos arcas que parezcan muy buenas. Tienen que estar forradas de cuero rojo,elegante, y con clavos dorados. Iréis a buscar a Raquel y a Vidas, los dos prestamistas para que me presten dinero a cambio de las riquezas que les diréis que hay en las arcas.