Por la mañana Minaya se fue. El Cid se quedó con su gente y regresó a Alcocer. Pero pronto abandonó la fortaleza para ir a otras tierras. Moros y moras, al ver que se iba, llorando porque siempre los había tratado muy bien. El Cid le había dicho a Minaya que, si no estaba en Alcocer, lo buscara más allá, porque tenía que conseguir comida y riqueza para su gente.
Minaya le dio al rey Alfonso los treinta caballos. Al verlos, el rey, sonriendo, le dijo:
-¿Quién me los da, Minaya?
Y Álvar Fáñez contesto:
-Mio Cid Ruy Díaz, el que en buena hora ciño espada. Ha vencido a dos rey moros en una batalla, y su ganancia es muy grande. Os envía a vos, rey honrado, este regalo, y os besa los pies y las manos. Dable vuestro favor y que Dios os proteja.
Y el rey le dijo:
-Es demasiado pronto aún para perdonarle; pero acepto regalo suyo y me alegro mucho de victoria. Vos, Minaya, tenéis mi gracia. De ahora en adelante podéis entrar y salir de mi reino cuando queráis. Del Cid, todavia no os digo nada. Pero siquieren ir con él caballeros de mis tierras, tienen mi permiso.
Minaya Álvar Fáñez le besó las manos y le dijo:
-Muchísimas gracias, mi rey y señor. Ahora nos concedéis esto; más adelante nos daréis más.
El rey Alfonso le despidío diciéndo que tenía su protección mientras estuviera en su reino.
A Minaya le faltó tiempo para ir en busca del Cid y contárselo todo. ¡Que alegría tuvo Ruy Díaz cuando vio otra vez a Minaya! Los dos se fundieron en un abrazo. El Cid, al oir lo que la había dicho el rey, se sonreía; pero mucho más contento se puso cuando le dio noticias de sus mujer y de sus hijas.