Al marcharse, volvio la cabeza y vio las puertas abiertas de los palacios vacíos sin gente. Las perchas, sin pieles y sin mantos, sin las aves con las que solía cazar, sin los halcones, sin los azores. Al Cid le caían lágrimas de los ojos, y suspiró pensando en lo que habían logrado sus malos enemigos.
Al salir de Vivar, vio una corneja que salío volvando por la derecha. Y al entrar en Burgos, otra que lo hacía por la izquierda. Se encojió de hombros y movió la cabeza diciéndole a su fiel Minaya Álvar Fáñez:
-¡Nos han echado de nuestra tierra! ¡Pero regresaremos!
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