Levantaron la tienda, y el Cid y los suyos empezaron a cabalgar. El Cid, antes de irse, volvió a ir a la iglesia de Santa María, se santiguó y le dijo a la Virgen:
-¡Protegedme, gloriosa Santa María! Me voy de Castilla porque el rey me a desterrado. No sé si volveré nunca. ¡Protegedme y ayudadme día y noche en mi destierro! Si así lo hacéis y tengo buena suerte, mandaré que se canten mil misas en vuestro altar.
Martín Antolínez se fue a Burgos, a despedirse de si mujer; pero le dijo al Cid que, antes de que saliera el sol, iba a estar de nuevo junto a él.
Cantaban los gallos cuando el buen Campeador llegaba a San Pedro de Cardeña.
En el monasterio, el abad don Sancho estaba rezando las oraciones de la mañana. Junto a él estaba doña Jimena con sus cinco damas de compañia. Y ella le dbecía a Dios:
-¡Tú, que a todos nos guías, protege a mi Cid el Campeador!
Llamaron a la puerta. Todos supieron quién era. ¡Qué alegre se puso el abad con Sancho! Salieron con luces a abrirles y los recibieron con los brazos abiertos.
El Cid le daría al abad cincuenta marcos para el monasterio y cien para que cuidara a doña Jimena, su mujer, a sus dos hijas y las doncellas que las servían. Y le dijo que si tenía que gastar más, que no se preocupara porque, por cada marco que gastara, él le daría otros cuatro.
Doña Jimena, llorando, le día:
-¡Cid, en buen hora naciste! ¡los traidores os han echado de vuestra tierra! Aquí estoy con nuestraa hijas y las doncellas que me sirven. Sé que oisbtenéis que ir lejos. ¡Ya que me dejáis sola, aconsejadme, por amor de Santa María!
El Cid cogió en brazos a sua dos niñas y las estrechó contra su pecho, ¡tanto las quería! Le caían las lágrimaspor el rostro. Suspirando, le dijo a doña Jimena:
-¡Doña Jimena, mi buena mujer! ¡Os quiero como a mi alma! Ya veis que tenemos que separarnos. El abad cuidará de vos. ¡Quiera Diod que pueda yo casar a estas hijas mías y que podamos vivir juntos otra vez!
Mientras tanto, en toda Castilla, muchos caballeros dejaban sus casas para seguir al Cid. Ese día se juntaron ciento quince caballeros junto al puente del río Arlanzón. Allí estaba Martín Antolínez esperándolos y los llevó a todos a San Pedro de Cardeña para reunirse con el Cid.
Al enterarse el Campeador, salió a recibirlos y se sonrió al ver a tantos caballeros. Todos se acercaron a besarle la mano, y él les dijo:
-Ruego a Dios que a vosotros, que dejáis casas y tierras, os pueda yo hacer algún bien. ¡Ojalá os pueda devolver doblado lo que perdéis ahora!
Habían ya pasado seis días del plazo que el rey le había dado para salir de sus tierras. Sólo quedaban tres, y el Cid decidió irse al día siguiente muy de mañana. Le dijo a su gente que primero oirían misa y luego se marcharían; que todos estuviesen preparados.
Por la mañana, doña Jimena, de rodillas ante el altar, rogó a Dios por el Cid y le pidió que lo devolviera sano y salvo junto a ella y sus hijas.
Luego los dos se abrazaron. Ella quería besarle la mano. Lloraba tanto que no sabía qué se hacía. Rodrigo volvió a abrazar a sus niñas.
Todos lloraban; les dolía tanto separarse como duele cuando se arranca la uña de la carne.
Al empezar a cabalgar, el Cid volvía la cabeza para mirar a su amada Jimena y a sus hijas. Minaya Álvar Fáñez, al verlo, le dijo:
-Cid, ¿dónde están vuestros ánimos? Pensemos en lo que hay que hacer. Ya veréis como pronto esre dolor se cambiará en alegría.
Por la noche, el Cid y su gente llegaron a Espinazo de Can y allí descansaron. De todas partes acudían caballeros para seguir al buen Campeador. Continuaron el camino al día siguiente. Llegaron ya de noche a Figueruela.
Despues de cenar, el Cid se durmió y soño que el ángel Gabriel le decía que cabalgara, que todo iba a salir bien. Se levantó muy contento.
Se fueron hacia la frontera de Castilla porque se acababa ya el plazo que les había dado el rey.
Iban con Rodrigo Díaz de Vivar más de trescientos aballeros con lanzas y pendones -un tipo de banderas más largas que anchas-, y muchos otros valientes hombres.