Martín Antolínez hizo enseguida lo que le dijo el Cid. Fuea ver a Raquel y a Vidas, a los que encontró juntos, contando el dinero que habian ganado. Y les dijo:
-Raquel y Vidas, dadme la mano. Os voy a hacer ricos, pero no lo contenéis a nadie. El Cid fue a cobrar los impuestos al rey moro de Sevilla y se quedó una buena parte, como dicen sua enemigos. Tienen dos arcas de oro. Como el rey lo a desterrado, él ha tenido que dejar todas sus casas y palacios y no ha podido llevarse nada. Necesita dinero. Deja por ello las dos arcas para que se las guardéis durante un año. Pero tenéis que jurar que no las abriréis en todo este tiempo. A cambio, os pide seiscientos marco que necesita para mantener a su gente.
Los dos prestamistas le dijeron que primero querian tener las arcas y que luego le darían el dinero. Martín Antolínez les dijo que sí, que irían a la tienda del Cid a buscarlas, pero que lo harian a escondidas para que nadie los viera. No pasaron el río por el puente, sino por el agua, para que desde Burgos no pudieran verlos.
El Cid los recibió muy bien, les dio las arcas y les hizo jurar que no las abrirían en un año. Elloscasi no las podían llevar a cuestas, por lo pesadas que eran, e iban contentísimos porque creían que quedaba el oro en su poder. Raquel le fuea besar la mano al Cid y le dijo:
-¡Campeador, en buena hora cogiste la espalda! Os machaís de Castilla a tierras extrañas. Tendréis muchas victorias. Traedme una pelliza forrada de rojode las que hacen los moros. Os beso la mano para que me la traigáis.
El Cid le contestó:
-Así lo haré. Y si no os lo traigo, tomad dinero de las arcas y os la compráis.
Martín Antolínez y cinco escuderos se fueron con Raquel y Vidas a su casa. Éstos, en una sala, tendieron una alfombra, y sobre ella, una sábana fina de hilo, muy blanca. Allí echaron primero trescientos marcos de plata; después, otros trescientos de oro. El buen burgalés cargó a sus escuderos con el dinero y pidió a los prestamistas que le dieran unas calzas por haberles conseguido el negocio. Raquel y Vidas se apartaron un poco y comentaron entre sí que le podían dar mucho másporque les había hecho un servicio magnífico, de tal forma que le darían treinta marcos.
Martín Antolínez se lo agradeció mucho y se marcho enseguida a la tienda del Cid, donde él lo recibió con los brazos abiertos:
-¡Mi fiel vasallo, Martín Antolínez! ¡Espero poderos pagar el servicio que me habéis hecho!
Y el buen Burgalés le dijo:
-Os he traído a vos seiscientos marcos, ¡y yo he ganado treinta! Mandad recoger la tienda y vámonos ya, para que nos cante el gallo en San Pedro de Cardeña, en donde veremos a vuestra mujer. Tenemos que irnos enseguida porque se está acabando el plazo que os dio el rey para salir de sus tierras.
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