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Mi mente estaba en blanco. Soñaba con algún día manejar la camioneta de mi papá sin que los guardaespaldas me siguieran. Era bastante frustrante. De pronto, sentí húmedo. Que raro, otra vez me había tirado el jugo de manzana encima. Me quedé apretando el envase del jugo y todo se salió por el popote. Me dispuse a quitarme de mi silla favorita del jardín para ir a cambiarme.

Se podría decir que soy parte de una familia muy bien acomodada. Mis padres han tenido una vida increíble y siempre trabajaron para que yo tuviera lo mejor. Ellos ya están en sus sesentas, son una pareja ya bastante grande para la edad que tengo. Yo, Joy tengo 20.

Mamá y papá se casaron jóvenes. 25 tenía papá. Ambos se encargaron de hacer su emporio de bienes raíces, lo cual les funcionó bastante bien a pesar de distintas crisis que han sacudido el mundo. Después de casarse, intentaron tener hijos. Pero al ser víctimas de muchos intentos fallidos, pérdidas y abortos involuntarios botaron las esperanzas.

Fue entonces que se rindieron. Papá consiguió buenos puestos en el gobierno. Eso fue hace aproximadamente treinta años, trabajando como ministro de relaciones exteriores y mi madre seguía con el negocio.

Cuando renunció mi papá a ese puesto debido a una alerta de golpe de estado, decidió pedir asilo político en Estados Unidos, Arizona para ser precisos. Lo albergaron ahí junto a mamá y la ONU le ofreció un muy buen puesto como vocero de la OMS.

Ya que estaban en una de las naciones con más tecnología, a mamá se le ocurrió la brillante idea de tratar de tener hijos de nuevo. Papá no estaba muy convencido, pero los doctores y la ciencia lo persuadieron.

Fui concebida en un tubo de ensaye en un prestigioso laboratorio el día que mamá cumplió 42. Ocho meses después de ser implantada en el útero de María de Gómez y de un embarazo de alto riesgo, nace Joy Gómez.

Yo.

Joy, como alegría y regocijo en inglés. Era la adoración de mis padres y lo sigo siendo. Aunque me consienten demasiado a mi parecer. No me agrada bastante pero no puedo hacer mucho al respecto.

Seguridad por todos lados. A mis veinte años no puedo salir tranquila de casa, siempre hay dos grandulones cuidando mi espalda. Vigilan mis movimientos. Literal, no dejan que nadie se me acerque.

Cuando opté por ir a la universidad, escogí una pública ante la insistencia de mis papás de elegir una privada siempre y cuando no dejara el estado del sol. No lo dejé, y pues finalmente me inscribieron en la pública, para poder ser licenciada en periodismo.

Estaba en mi vestidor. No sabía que ponerme. Un top negro fue lo primero que vi y lo que terminó cubriéndome.

Me sentía tan sola. A veces imaginaba como sería tener hermanos. Pero vamos, a esta edad ¿qué puedo pedirles a mis padres? Mi único compañero dentro de casa fue Puff, mi pequeño corgi. Era un cachorro tan hermoso, pero murió hace pocos años. Al final, su compañía no era la misma que la de un humano.

Bajé al recibidor y ahí estaba mamá, escribiendo como de costumbre. Quizá respondía el montón de correspondencia que le llegaba. No le gustaban las máquinas y por ende usar el correo electrónico. Siempre la veías bien sentada en el comedor con los tobillos cruzados y sus largas faldas escribiendo con su pluma fuente que papá le regaló el día de su boda.

- Hola mamita

- ¡Joy! - parecía sorprendida de verme

- ¿Qué pasa? - dije al tiempo que veía que escondía unas cosas bajo unas carpetas negras con muchos sobres dentro.

- Nada cariño, sólo pensé que ya estabas en la escuela

- Mmm, hoy no mamá. Hoy es sábado.

- Claro, claro. No se que me pasa hoy. Ando un poco perdida.

-Me doy cuenta ma.

Me acerqué y le di un beso en la frente. Quería saber que estaba escondiendo pero cuando 'accidentalmente' iba a tirar aquellas carpetas mi mamá fijó su mirada asesina en mi mano y con eso bastó para que me desapareciera del lugar. Pero alcancé a ver una que estaba escrita con su letra, el receptor tenía mi mismo apellido y el papel la fecha de hoy: 30 de agosto.

Mi mamá y yo nos llevábamos bastante bien como para ocultarnos cosas. Era mi confidente y mejor amiga. Pero ahora, no sabía que sucedía. Ella nunca dejaba correspondencia sin abrir.

ADN: Cromosoma XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora