Par 11

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Tenía días sin conciliar el sueño, algo me preocupaba y no sabía que era. Un constante dolor el en pecho que me oprimía.

Me gusta tirarme en el jardín y pensar en mi familia. Creo que es algo patético para alguien de mi edad, pero nunca está de más un momento de reflexión junto a la naturaleza. Miraba el cielo imaginándome como estarían todos por allá. Papá y mamá, los extrañaba tanto. Con mamá tenía constante contacto escribiéndole pero hace tiempo que no contesta, bastante extraño eso por cierto. Papá, él siempre fue un caso especial y su amor, era igual.

Yo nací en Honduras al poco tiempo que mis papás se casaron, un hermoso y regordete hijo varón que todos habrían querido. Pestañas enormes y una cara casi tan perfecta como el de una damita, al ser de rasgos finos. Ese era yo, el hijo que cualquiera hubiese deseado siempre, excepto por un pequeño gran detalle: soy abiertamente homosexual, pero no nada más eso, siento que el cuerpo en donde vivo no me pertenece.

Es algo que noté en mí desde pequeño, no sentía todas esas emociones cuando las niñas se acercaban a mí, no era normal que cada que olía loción de hombre me emocionara y mi estómago revoloteara. Desde el principio no me acomodaba mi físico; no me sentía realmente auténtico.

En la escuela la burla era constante, pero no conocían mi secreto... Aun. Era por mi aspecto, mi nombre no combinaba con mi cara, y digamos que no era la persona más en forma de la escuela elemental. Lo bueno es que ya no vivíamos en Honduras, sino en Estados Unidos desde hace algunos años, donde la situación era mucho menos machista pero igual no me salvaba. Esto constantemente me derrotaba.

Para animarme pensaba en mis cosas favoritas, en las que estaba llegar a casa después del largo día en la escuela y el paseo en el autobús y poder degustar todo aquello que mamá había preparado para mí. En especial los postres, lo mejor de mi vida eran esos panquecitos tan esponjosos y azucarados, sentías como se disolvía en tu boca cada pedacito de dulce cuando entraba en contacto con tu calor. Lo imagino y aún siento la transformación.

Como meta personal, comencé a cuidar mi aspecto, teniendo como referencias a varias mujeres. Y es que, la mujer como género es poderosa, toda una inspiración. Es fuerte y decidida, gracias a ellas comencé todo un proceso de liberación y de búsqueda de mi identidad al entrar a secundaria. Mis argumentos giraban en torno a "los hombres también tienen sentimientos". Como siempre, mi mamá por su amor trataba de comprender por qué nadie se me acercaba o yo no buscaba socializar, me decía que mi madurez era mayor a la que tenían los de mi edad, quería encontrar una justificación a tales sucesos. Mi padre ni se interesaba, pero por las noches lo escuchaba hablar con mi madre en lo que más bien eran discusiones básicamente por mi culpa y mi falta de características similares con los hombres que me rodeaban.

Una vez, la mayoría de los varones en mi clase me confrontaron sin siquiera dejarme salir del salón. Digamos que para ese entonces mi cuerpo ya no era el mismo y había adquirido más fuerza así como carácter en mi personalidad. Tras insultos, "eres un marica" y finalmente un escupitajo mi paciencia llegó al límite soltando un no atinado pero bastante efectivo puñetazo a uno de mis compañeros. Nunca había golpeado a alguien y sentí una culpa inmediata. Me eché a llorar. Lo que nadie percató es que el profesor seguía en el salón, o más bien había vuelto por algo que nunca supimos que fue.

Sin darme cuenta, estaba ya en la dirección de la escuela y seguía llorando por el remordimiento. Recuerdo que mi mamá llegó por mí y subí a su camioneta. Tuve que decírselo en el camino, no era quien ellos pensaban, yo soy gay. Recuerdo aun el freno precipitado en un camino poco transitado gracias al cielo, y la reacción de mi madre. O más bien su falta de reacción, quedándose pasmada y pensando, probablemente veía al horizonte armando toda la historia y captando que todo tenía sentido. Tras sacudir su cabeza, y yo mirando a mis pies, lanzó su pregunta. ¿Por qué? Seguí mirando mis pies.

- Mamá, nadie me dijo qué hacer. Nadie me dijo qué sentir. Así nací y espero que me sigas queriendo igual.

Volví a llorar y esta vez ella junto conmigo. Ambos sollozábamos en el camino, ella iba más lento que nunca. Pareciese que no quiere llegar a la casa. Le dije, tenía 15 años.

Estoy seguro de que su mente pensaba en explicaciones, yo buscaba más bien soluciones. Lo que había hecho traería consecuencias en mi vida, y sinceramente lo que menos me preocupaba era lo que se dirían en los pasillos de la escuela o en el comedor de la cafetería, mi terror más grande se llamaba y se sigue llamando Raúl.

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ADN: Cromosoma XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora