Par 9

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- ¿Estás despierto?

María sólo recibió ronquidos como respuesta. Supuso que podría platicar con su marido ya cuando despertara. Temprano al amanecer, María ya estaba alistándose para sus labores diarias, que consistían en checar que no faltase nada en su casa, leer el correo y después de eso dedicarse por completo a su jardín. Era un espacio realmente amplio, que su esposo había destinado solo para ella y su tranquilidad.

Esperó sentada sobre su lado de la cama, ya tendido, a que Raúl saliera de bañarse.

- Quiero hablar contigo.

Dijo ella mirando a la nada con una voz muy firme. Su esposo estaba en bata parado en su vestidor, intentando descifrar que corbata quedaba con la camisa que usaría aquel día.

- ¿Qué pasa María?

- Ayer la niña ya llego tarde.

- ¿Andaba sola?

- Esa es justamente la situación. Estaba con el hijo de Bolen.

- ¿Bolen?  ¿El Bolen que conocemos? ¿Bolen?

- ¡Sí, con Albert!

- ¿Ha hablado con él? ¿Qué sabes al respecto María?

Raúl empezó a comportarse un poco más rudo. María con una mirada aniquilante le ordenó que bajara la voz. Sabía que ese tema lo ponía bastante nervioso, por lo cual hace años habían acordado no hablar nada al respecto, al menos que alguna tragedia sucediera. Sólo él podría ayudarlos.

- No Raúl, no he hablado con él ni con Joy. Realmente no sé cuánto tiempo lleve sucediendo esto.

- Intenta platicarlo con Joy, debemos saber exactamente que está sucediendo entre ellos, y si ha tenido algún contacto con Bolen.

Terminó de alistarse aplicándose un poco de su clásica loción y bajó a desayunar. María como siempre, iba detrás de él con la mirada hacia abajo. Para sorpresa de ambos Joy ya estaba esperándolos en el comedor y no al revés, como de costumbre.

- Buenos días tengan ustedes – Dijo levantándose de su silla para poderles dar un abrazo a cada uno.

Se sentaron a desayunar, Joy se veía más atenta y alegre que lo que había estado en mucho tiempo. Todo esto sorprendió a sus papás. Al cabo de un plato de fruta bien servido y jugo de naranja, Joy se retiró temprano. Incluso más temprano que su papá. Su auto ni siquiera estaba listo. De esta manera, sus progenitores volvieron a quedarse solos, acompañados de la mucama que estaba esperando la orden de retirar los platos sucios a la cocina.

Finalmente llegó la hora de que Raúl tomara su portafolio y sus llaves. Cerró la puerta y María al ver que su marido se introducía a su auto y lo arrancaba se fue a cambiar para poder ir al buzón por su correspondencia diaria. Un día más de rutina. Con sus zapatos negros impecables y ese caminar característico que con cada paso en secuencia formaba un ritmo único. Hasta parecía que lo hacía a propósito. Con sus pisadas se podía identificar su humor, dependiendo de la velocidad y lo ruidoso de cada vez que ponía el pie sobre el suelo. Hoy su melodía sonaba preocupada. Hacia un tiempo que no recibía la correspondencia que le llegaba desde lejos, aquella carta con olor a hogar. A pesar de tener acceso a la tecnología, ella prefería lo tradicional, todo su cuerpo gritaba sus raíces. Además, ese movimiento de la pluma sobre la hoja de papel la llenaba de emoción. Le aportaba seguridad el que nadie tomara el control de los sobres que recibía, era su rutina y nadie debía meterse en eso. Ni siquiera el gobierno puede espiarla, no como tal, no como lo haría por la computadora.

Llegó y abrió la puertecilla. Tres. Los traía bien agarrados en las manos, su padre le enseñó a no ser desesperada. Los pasos eran largos y rápidos, se le detectaba urgencia. Quería saber si ya tenía su contestación deseada.

Atravesó su casa para llegar a su silla en el jardín. Tomó su abrecartas que ocultaba debajo del cojín y lo puso sobre la mesa. Lentamente tomó el primer sobre con su índice y su pulgar. Tenía dedos muy puntiagudos. Rafael Lozano, escribiéndole a su marido era la primera. No precisamente de su interés. La siguiente era un sobre amarillo singular, declaración de impuestos a la puerta. Quedaba uno. Su corazón empezaba a latir de desesperación, quería que se le concediera su deseo. Sobre blanco común y corriente, pero con el sello postal que anhelaba, Honduras. Acercó el rectángulo de papel a la cara y lo olió. Costumbre extraña que tenía, nostalgia de su pueblo. Con una leve sonrisa en sus labios de carmesí, tomo el abrecartas para que ejerciera su función. Tomo el delicado papel que había viajado por kilómetros hasta terminar en su residencia. Y procedió a desdoblar. Esta vez el paquete incluía dos redacciones, una de la abuela y la otra que iría a su caja que se ocultaba en los rosales.

Al parecer todo iba bien. Salud y estabilidad para todos. Buenas noticias, gente que ya había dejado el país y otros el mundo. Pero nada fuera de lo normal, una carta que era básicamente para reportarse. Todo esto de parte de la abuela.

Sin embargo, la segunda dejaba más para pensar. Era filosófica y llena de ternura, cualquiera la confundiría con una romántica. Lo cierto era que efectivamente era una carta de amor. Contenía líneas que llenaban de lágrimas los ojos de cualquier mujer, en especial los de una madre.

“Y es que, estoy tan lejos de ti. Quisiera envolverme en tus brazos como lo hacía antes cada noche antes de que me arrullaras con un canto que ni el cielo es capaz de entonar. Quiero que me cuides y me cobijes en mi extraño destino, donde no se si lo que hago está bien o mal. Realmente quiero tu compañía, volver a quedarme dormido bajo ese rebozo y que al final mi destino fuera que dejaras mis mejillas entintadas de tu ausencia. ¿Quién como tú? Efectivamente nadie. Espero saber de ti pronto. Te necesito. Te quiero, te amo madre.”

Estrujó el papel al finalizar las últimas líneas. Lo extrañaba más que nunca y no podían estar cerca nunca más. Acercó a ella la caja de los rosales y la abrió. Estaba repleta de pétalos que ocultaban más escritos. Cartas y cartas del mismo destinatario que en cada palabra se desplomaba de tristeza. Todas alguna vez estuvieron húmedas por las lágrimas que lloraba María. Amargas lágrimas que debía borrar al pensar en otras bendiciones. Pero lo cierto, es que no hay dolor más grande para una madre que perder a un hijo, y María no lo había perdido, se lo habían arrebatado de sus brazos. 

ADN: Cromosoma XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora