Mapa hacia mi destino (Shanks)

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Esa mañana había estado más atento de lo normal, esperando que lo que pasaba todas las mañanas desde hacía años en su pequeño puesto de fruta en esa isla del West Blue no se volviera a repetir. Había tomado medidas drásticas otras veces, como pedirle a su cuñado que vigilara entre las sombras, pero siempre pasaba lo mismo, daba igual como lo hiciera y desde hacía unas semanas ese mocoso osaba reírse de él en su cara.

—¿A qué precio tiene hoy los melones?—Preguntó una señora.

El tendero sonrió con la sonrisa más encantadora del mundo y le dijo el precio a la señora, a quien recomendó la oferta del día. La señora aceptó la oferta como si de una ganga se tratara, aunque no había bajado el precio de las manzanas un solo berrie desde hacía años y se giró para poner el kilo de manzanas que le habían pedido.

—¡Vaya! Yo también me llevaré unas cuantas manzanas, tienen muy buena pinta, aunque juraría que están al mismo precio que ayer...—Dijo una voz más joven detrás de él.

El hombre se giró viendo como un adolescente pelirrojo de aproximadamente quince años metía unas cuantas manzanas en el saco que llevaba en la mano.

—¡Shanks!—Gritó.

El adolescente le sonrió y poco después salió corriendo. Lo siguió por un rato hasta que le perdió la pista en una esquina, miró por todas partes, pero no encontró nada, y no era difícil ver a un adolescente de cabello rojo cargando una bolsa repleta de manzanas.

—¡Maldito pelirrojo!—Gritó derrotado el mayor.

Mientras, pocos pasos después, el adolescente miraba la escena devorando desde las alturas una de las deliciosas manzanas que le había robado al tendero.

Cuando había girado la esquina, había subido por una montaña de cajas que uno de los vendedores del mercado tenía la manía de colocar todos los días como si de una escalera se tratara, y se sentó en el poyete de una ventana a observar al tendero. En realidad le daba un poco de pena, el hombre se esforzaba por darle caza pero nunca lo conseguía y todos los días desayunaba a su costa, pero no tenía más remedio que robar, pues en ese lugar nadie quería contratar a un huérfano sin oficio aprendido y que por todos era sabido que hacía años que robaba en los puestos.

Suspiró. Para él todos los días se estaban convirtiendo en lo mismo. No tenía ningún divertimento a parte de la adrenalina de huir de las personas que lo perseguían. Aunque siempre se había tomado su vida de forma relajada, pensando que podía tomarse las cosas con calma y que poco a poco la cosa cambiaría por sí misma, estaba empezando a estar ansioso, pues un adolescente con las hormonas revolucionadas necesitaba un poco de acción.

Pero igual era mejor esperar, sí, seguro que un día la aventura llegaría a él de una u otra forma...

No le dio tiempo a volverse a acomodar en su hueco perfecto en esa enorme ventana, ni a coger una de las manzanas que tantas ganas tenía de devorar, pues un objeto volador no identificado se chocó con su cabeza y apunto estuvo de hacerlo caer.

Se tocó el punto de impacto con rostro adolorido y miró a abajo para ver qué era lo que lo había golpeado de esa manera tan brutal. No lo vio con claridad, así que bajó para buscarlo entre las enormes cajas que le habían servido de escalera en un inicio.

El objeto en cuestión, cuando logró encontrarlo, le parecía extraño. Era una especie de cilindro duro recubierto por cuero negro, con una especie de asa que pensó que servía para trasportarlo mejor. Y parecía que dentro había un papel enrollado aunque no le dio mucho tiempo a analizar el papel, pues dos hombres aparecieron de la nada mirando al cielo tal y como si hubieran perdido algo.

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