Sola llegó.
Quince minutos tarde. La escuché desde mi espalda, con sus zapatos aplaudiendo el suelo que pisaban, en medio del silencio ceremonioso del evento.
No me gustaban esos eventos, pero el deber me obligaba a ir y quedarme ahí plantado, en los noventa minutos más largos de mi vida.
Nunca me había fijado en nada en la vida. No recordaba los nombres de los eventos de ese estilo a los que había asistido ya. Como un Café Literario de Sabines, otro de Quiroga. Un par de eventos de lectura de textos, de algún curso cuyo nombre de presentación no recordaba. Supongo que eso me pasa por tener a alguien en la familia con dichos intereses, pero yo no tenía interés por casi nada.
Al menos no hasta esa noche helada, de cuatro grados centígrados.
Entró sola, vestida de negro y gris, y todo pareció cobrar más importancia para mí.
Tanto, que recuerdo el nombre de ese evento, de que trataba, que autores se mencionaron, que canciones se cantaron en los intermedios.
La sola presencia de ese mujer en la apretada biblioteca de un colegio cualquiera, fue suficiente para que todo a mi alrededor valiera algo.
Quince minutos tarde. Ya se había instaurado el silencio, ya se habían repartido los programas, ya no quedaban sillas. La mía, la había cedido por una educación obligatoria desde el momento en que llegué a este mundo siendo hombre. Pero, si ella hubiera llegado a tiempo, yo se la cedería cien veces, si con eso consiguiera sacarle una sonrisa con dedicatoria para mí.
Aún así, logré que me regalara una pizca de su perfume cuando pasó junto a mí, abriéndose paso para huir del frío de la entrada.
Tuvo que estar de pie todo el evento, mirando al frente con una atención envidiable, con un altivo y enfocado interés por lo que estaba sucediendo ahí.
¿Por qué? ¿Venía a escuchar a alguien? ¿Estaba ahí por obligación familiar, amistad o, tal vez, amor?
Mi mente descartó la última opción en el mismo segundo en que la formuló. No me atrevía a aceptar la posibilidad de que eso fuera cierto. Porque ella era mía.
Así de egoísta fue mi mente durante los primeros diez segundos en los que entró y se acomodó en un rincón.
Una parte de mí, viajaba de vez en cuando al frente, imitando su sincera atención de lo que ocurría. Por esta razón recuerdo de forma tan vívida este evento en particular.
Kafka, Freud, un libro llamado Fama, otro que se llamaba Animal Triste, cuya bella trama me conmovió. Pero más me conmovió el suspiro que ella dio al escucharla, y como se giró hacia el stan de Librerías Gandhi, deseando encontrarlo ahí.
Le ponía tanta atención a la presentación como a ella. Una parte de mí, escuchaba el evento para tener una maldita forma de iniciar una conversación.
Nunca me había fijado tanto en alguien, nunca había sacado conclusiones, nunca había juzgado, adivinado, inventado, jugado con mi imaginación. No de aquella manera.
Me sentía un detective casi quirúrgico. Inventando misterios donde no los había, sacando diagnósticos a cosas que no existían, a síntomas que eran solo míos pero que deseaba hacer suyos.
A mi alrededor, las chicas se quejaban en voz baja del frío. Cuatro grados y estábamos en la parte más alta de la ciudad, ¡por supuesto que hacía frío!
La mayoría de las mujeres jóvenes que ahí a se reunían, –por las mismas razones que yo, seguro–, no llevaban suficientes capas de ropa encima. Porque sabían, en alguna tradición incrustada en su inconsciente colectivo, que algún caballero tendría el valor de ofrecerles su propio abrigo, aunque la consecuencia fuera convalecer en cama tres noches agonizantes, muriendo lentamente de pulmonía.
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14 Días de San Valentín
RomanceCatorce historias cortas, catorce formas distintas de encontrarse con el amor. ¿Alguna de ellas te habla a ti?