El Hilo Rojo

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«¿Dónde estoy?», se preguntó la chica mientras se incorporaba.

Un hombre la miraba preocupado desde un automóvil, pero no entendía porque.

–¿Estás bien? –preguntó desde la ventanilla.

Ella asintió con una débil cabeceada, y se percató que se encontraba echada en medio de una calle vacía.

–¿Estás segura? –volvió a preguntar. –¿No quieres que llame a alguien por ti?

–Estoy bien... –respondió la voz de una mentirosa, pero el hombre lo creyó y siguió su camino.

El viejo auto levantó una estela de aire caliente y apestoso, que ella siguió, al ver como una línea roja como la sangre se ondulaba en el aire. Se acercó a ella y la tomó, curiosa.

Era un simple y suave hilo rojo que el viento le había traído con cariño.

Sonrió y tiró de él.

Su meñique se quejó de dolor al instante y sus ojos comprobaron que un extremo estaba unido a éste.

Se puso de pie al instante y volvió a tirar del hilo. Estaba atado desde dentro de su piel, como los hilos de un títere, como un trozo de sus entrañas.

Sin embargo, a pesar de esta espeluznante certeza, sintió un sentimiento de tristeza en lugar de miedo. Una desoladora sensación de olvido. Algo no estaba funcionando bien en su memoria, algo no conectaba los momentos, algo estaba perdido en un laberinto blanco.

Observó el hilo rojo arrastrándose por el suelo. Se alargaba hasta terminar la calle y dar vuelta a la esquina, y lo que existiera en el otro extremo quedaba oculto en la incertidumbre.

Había un extraño sopor en su alma, la sensación de haber perdido algo, y que ese algo existía en el extremo opuesto del hilo... pero tenía miedo de encontrarlo.

Dentro de ella existía un misterioso alivio, como el de una silenciosa nevada.

¿Cómo había llegado ahí? ¿Por qué? ¿Qué era ese hilo?

El olvido debía de suponer un peso inmenso en ella, pero en realidad era todo lo contrario. Una ligereza se extendía en ella como plumas. Un descanso que no había sentido en mucho tiempo.

Sus ojos azules volvieron a centrarse en el hilo rojo que el viento movía como una culebra moribunda. ¿Que habría en el otro extremo opuesto a su dedo?

Dio un largo suspiro y sus pies dieron la espalda a ese extremo misterioso, para encaminarse más allá del horizonte, dejando que la dulzura fría de ese alivio, la llenara poco a poco.

Él despertó con un oscuro sobresalto. El miedo frío de las pesadillas y la certeza absoluta de haber sentido la mano de la muerte en la espalda.

Buscó el aire con desesperación al tiempo que se sentaba sobre una suave hierba y una brisa ligera.

Se encontraba en una saliente, en la frontera de la ciudad. Los autos pasaban sin prestarle la mínima atención.

Se pasó los dedos entre el cabello oscuro y de un brinco se incorporó.

Miró en torno suyo, con los ojos abiertos y vidriosos, confundidos y aterrorizados.

Había perdido algo, lo había olvidado. ¿Dónde? ¿Qué?

Sus pies comenzaron a moverse, pero no dio un paso antes de trastabillar y estar a punto de perder el equilibrio.

Se quedó tranquilo un segundo y tomó el curioso objeto que se enredaba entre sus piernas.

14 Días de San ValentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora